Conferencia / 28/11/2019

Marina Garcés: “Más que imponer límites, la tarea de nuestro tiempo es aprender que somos finitos”


En 1995 Ramón Margalef dio una conferencia en la Fundación César Manrique en la que expuso un dibujo donde se ve al mundo con tres miradas: la contemplación del propio mundo, la contemplación de la contemplación y la crítica de esta última. Con ese mismo dibujo, el día 28 de noviembre, comenzó Marina Garcés su conferencia La experiencia del límite. Desafíos del mundo contemporáneo, y reveló que cada año, desde hace diecisiete, pasa una temporada en la Isla con su familia y que este mismo año, en el que Margalef también hubiera cumplido cien años, participó en una mesa redonda con el hijo de Margalef en la que él expuso ese mismo dibujo que le sirvió como punto de partida: el de la filosofía como forma de construir un punto de vista.

Para Garcés, este tiempo contemporáneo se define por la percepción del límite. La modernidad (que es producción, expansión y transgresión) tiene una pulsión, que es la de ir siempre más allá. Ese más allá empieza a temblar, entra en crisis y surge la pregunta de hasta dónde podemos ir y respecto a qué. “Hoy ya percibimos el límite no como algo a asaltar sino como una amenaza”. Vemos antes la catástrofe que el avance y esa sombra es la que gira el sentido del límite. Se invierte la experiencia de la modernidad y aparecen límites planetarios, civilizatorios e históricos. También se habla de límites de la especie y se va vinculando la extinción de otras especies a nuestra propia extinción.

Otros límites son los de las capacidades humanas. Uno de los planteamientos de la inteligencia artificial es el de algo “que nos va a poner más allá de nosotros mismos”. Las ficciones pueden acabar dirigiendo la manera de sostener nuestras preguntas y podemos llegar a dejar en manos de la inteligencia artificial algunas decisiones importantes, sobre la guerra o sobre el cuidado de los mayores. “¿Qué pasará cuando todos los límites los pongamos en manos de una inteligencia artificial porque consideremos que es más capaz de decidir que nosotros mismos?”, se pregunta Garcés.

Todos los límites, en definitiva, ya sean planetarios, civilizatorios, de la especie o de las capacidades humanas, aparecen como amenaza o para hacerse cargo de lo que no sabemos cómo tratar. Estamos, por tanto en un más allá defensivo que nos pone en una situación de una experiencia del límite distinta a la que conocíamos y que tiene dos características esenciales. La primera es la irreversibilidad. Hablamos de que el futuro ya se nos ha ido de las manos, que estamos en un punto de no retorno en el cambio climático. Ese argumento de la irreversibilidad se sitúa por encima de la experiencia histórica, que se desprende de la acción de algún sujeto. Llega esa irreversibilidad bajo la forma de una condena. Garcés citó a Svetlana Alexiévich (autora de «Voces de Chernóbil»), que asegura que este no es el tiempo en que ocurren las catástrofes, sino que se trata de la catástrofe del tiempo. El tiempo rompe el sentido de la historia y se rompe la posibilidad de dar un sentido al mañana.

La otra característica es la totalidad, que ha sido siempre una imagen del poder y hoy aparece bajo el signo negativo. “Es paradójico. Nos vemos como un todo cuando nos damos cuando de que ese todo está amenazado”. “No tenemos una imagen más viva que cuando sabemos el peligro”. Es el primer momento en que podemos imaginar al conjunto de los seres bajo el signo de su destrucción total y a nosotros como elemento de su destrucción.

Partiendo de aquí, Garcés plantea no tanto qué hacer, sino cómo estar ahí, cómo estar en esta experiencia contemporánea del límite sin ser presa del dominio a través de nuestros miedos. No hay nada más útil para el poder que el miedo y no es casualidad que se hable tanto de esto desde lo apocalíptico. ¿Cómo estar sin dejarnos dominar por el miedo? Por el miedo o también por las industrias de la salvación, por los nuevos mercaderes de soluciones comprables, que pueden aparecer bajo muchas formas. Y también: cómo estar ahí sin caer en la tentación de responder imponiendo límites. Poner límites, contener, regular, es necesario como táctica, pero “más que imponer límites, la tarea de nuestro tiempo es aprender que somos finitos”, reaprendernos finitos. Este mundo es finito y nosotros también. Estamos olvidando que cada uno de nosotros somos finitos, somos mortales, y esa pulsión de ir más allá, de permanencia, es parte de lo insoportable de nuestra finitud, porque muere todo aquello que generamos. La cultura, y nosotros mismos, se ha preocupado de acoger esta afirmación o de negarla, pero “aprender la finitud pasa por aprender a vivir con lo que somos y también con lo que no sabemos de nosotros mismos”.

Por eso, señala Garcés, quizá cuando se hable de decrecimiento “debamos pensar en aprender a vivir desde nuestra finitud”, desde las posibilidades que nos abre el hecho de estar ahí sin estar dominados por el miedo sino desde una finitud que nos libre de esos miedos y, por tanto, que nos libere también de cualquier forma de poder que se esté imponiendo en esta industria del apocalipsis.

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