Restaurante El Diablo – Timanfaya

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Siguiendo la estrategia del Cabildo de Lanzarote de destacar y conservar los espacios más emblemáticos de la isla, en 1970 se intervino en el Parque Nacional de Timanfaya, uno de los parajes volcánicos más impresionantes del mundo. César Manrique, acompañado de su equipo habitual de colaboradores (Eduardo Cáceres, Jesús Soto o Luis Morales, entre otros), dirigió la creación del restaurante El Diablo y de la Ruta de los Volcanes retomando tres premisas básicas en su trabajo: integración de la obra en la naturaleza, adecuación del lugar para el turismo bajo un escrupuloso respeto al entorno y utilización de los lenguajes artísticos contemporáneos.

Las erupciones volcánicas que durante el siglo XVIII asolaron Lanzarote poseen hoy una potencia paisajística desbordante. El Parque Nacional de Timanfaya ofrece un espectáculo geológico y estético tan sobrecogedor como deslumbrante, en donde la apoteósica belleza de las lavas y los cráteres se compara una y otra vez con las vistas imaginarias de la Luna o Marte. Hasta el momento de la intervención, Timanfaya apenas habían tenido contacto con la industria turística, aunque en el lugar ya existía un pequeño mirador previo. La pronta actuación del Cabildo sirvió para controlar la zona justo antes de la explosión de visitantes y dio un valor más para su declaración como Parque Nacional en 1974. De las dotes para la escultura y el diseño de Manrique surgió el emblema del Parque, un esquemático diablo de tonos oscuros pero aires irónicos que se ha convertido en un símbolo de la propia isla.

Dada la delicadeza del espacio, la Ruta de los Volcanes se concibió para ofrecer una muestra completa de Timanfaya a los visitantes sin que el hábitat se pudiera ver dañado. La estrecha y cuidadosa carretera que discurre por el corazón del Parque fue diseñada para causar el menor impacto físico y visual, permitiendo ver las áreas más significativas pero sólo mediante el servicio de guías y autobuses del Cabildo. Así, se compatibiliza exhibición de la naturaleza con conservación medioambiental.

En el Islote del Hilario se construyó el restaurante El Diablo, que se inserta en un edificio circular de una sola planta cuya fachada principal está compuesta por una amplia cristalera que permite ver la asombrosa panorámica de los extensos campos de lava. En el interior, la habitual exhuberancia decorativa manriqueña limita sus acciones para concentrar sus efectos y sintonizar con el ascético y acaparador ambiente volcánico. Un ejemplo paradigmático de esta actitud es el denominado "Jardín muerto", un pequeño espacio acristalado donde un tronco seco y el esqueleto de un dromedario recuerdan la simbología dramática del lugar en donde nos hallamos. En la zona del bar sí aparecen detalles del mobiliario que recuerdan la estética pop, con originales giros ornamentales de utensilios comunes como las sartenes, que sirven de lámparas.

Junto al restaurante, dos murallas de formas curvas dan acceso a los baños y una tercera, cerrada con una cúpula decapitada, contiene un horno en el que el calor natural sirve para cocer los alimentos. En el Islote del Hilario es donde mejor se percibe la actividad geotérmica del subsuelo, ya que a tanto sólo 15 metros de profundidad la temperatura superar los 600 grados. Esto obligó a utilizar novedosas soluciones técnicas en la construcción pero también permitió crear atracciones únicas para los visitantes.

Las formas circulares, la pureza de las líneas o la fuerza visual de los grandes muros de piedra volcánica perfectamente tallada refuerzan el carácter geológico y ritual de la intervención, mientras el conjunto logra un equilibrio entre la fusión con el paisaje y su propio protagonismo espacial. La lectura global vuelve a demostrar que Manrique tenía una especial intuición para crear ambientes únicos y elocuentes combinando arquitectura, artes plásticas y paisajismo.


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