Saramago cerró su trayectoria reafirmándose en sus convicciones. Las últimas palabras de su literatura son un sonoro Vete a la mierda

La presentación el día 30 de octubre de Alabardas, alabardas, espingardas, espingardas, el último libro de José Saramago, su novela póstuma, comenzó con unas palabras del autor fallecido en 2010, que se hizo presente en la sala a través de unas imágenes grabadas con ocasión de la presentación de su anterior obra, Caín, en Madrid. Saramago anunció entonces que había comenzado a escribir una nueva novela surgida de un interrogante concreto: “¿Por qué no hay huelgas en la industria del armamento?”

El periodista Jaime Puig situó el debate sobre el libro en una fecha: 15 de agosto de 2009, cuando el autor portugués escribió que quizás sería posible terminar una nueva novela. Pilar del Río contestó preguntándose en alto por qué tomó la iniciativa de escribir un nuevo libro cuando sabía que le estaban fallando las fuerzas. “Caín y Alabardas… son resúmenes de su obra y de dos elementos esenciales de ella: el poder y la responsabilidad individual”, dijo, y en las armas, de las que habla este libro, “es donde se manifiesta el poder en todo su esplendor”.

Fernando Gómez Aguilera, biógrafo del Nobel y director de la FCM, comenzó su intervención señalando que esta novela inconclusa es una obra “abordada con una fortaleza moral y literaria que asombran, con un extraordinario vigor ciudadano”. Destacó tres cuestiones clave de la obra. La primera, la existencia de un explícito soporte ético y cívico, una clara voluntad de intervención, resumida en una frase de Saramago pronunciada en el acto de presentación de Caín en Madrid (“yo no voy a desistir, la poca vida que me queda la usaré para ensanchar la acción pública en mi trabajo”). Los otros dos aspectos serían la reflexión crítica sobre el poder y la responsabilidad. “La novela se centra en eso”, según Gómez Aguilera, porque Saramago no hablaba de una huelga para conseguir mejores condiciones laborales, sino para sabotear la construcción de armamento. “Lo primero que se debe decir al poder es “no”, porque el poder debe estar vigilado”, reiteraba el autor portugués. “Esta interpelación  al lector justifica, por sí sola, que se haya publicado la novela —señaló el director de la FCM—”.

Sobre esa afirmación, Puig preguntó si había habido debate en torno a si se debía o no publicar, por ser póstuma y estar inconclusa. “No hubo debate —aseguró Del Río— porque los lectores tenían derecho a que se publicara”. La directora editorial de Alfaguara, Pilar Reyes, que relató que volvió a su casa, tras una primera reunión en Lanzarote, con los 22 folios escritos en portugués que formaban la novela, tampoco tuvo dudas, por tres razones: “porque ya era un libro que existía para José”, como reconoció él mismo, “porque eran páginas terminadas” y en ellas se puede leer al mejor Saramago y porque “hasta el último minuto, Saramago estuvo vivo como intelectual”. “Nunca he visto un autor que despertara tanta pasión entre sus lectores”, aseguró. Con esos folios, la editorial pensó en cómo “proteger el texto inacabado” y se eligió un texto de Gómez Aguilera “que es una conversación con la obra de José y abre el apetito para leer toda su obra”, otro texto, de Roberto Saviano, “que potencia la preocupación cívica de Saramago”, y finalmente las notas del autor sobre el libro y los dibujos de Günter Grass, que no son inéditos.

“La primera vez que leí el texto —dijo Gómez Aguilera— me parecieron unas páginas inconcebibles en un hombre que estaba enfermo y, sin embargo, conservó milagrosamente el sentido preciso y luminoso de la palabra hasta el último momento; son grandes páginas de Saramago”. De otros grandes escritores también se han publicado obras póstumas incompletas, explicó aludiendo a Kafka, Flaubert, Scott Fitzgerald o Stevenson. Para el director de la FCM, “poner estas páginas a disposición del lector es un acto democratizador de la lectura”, y añadió que, aunque el libro está incompleto en el desarrollo del asunto, está completo en su tema.

La novela la protagoniza Arturo Paz, trabajador en una fábrica de armas, “un tipo normal que no quiere pensar en el sentido último de su trabajo —según Del Río—, como muchos de nosotros, que sostenemos por complicidad o indiferencia, un sistema injusto para la Humanidad. Un antihéroe, un “pobre diablo”, como tantos personajes del autor portugués, que le permite hablar sobre la responsabilidad individual. Según Gómez Aguilera, “el tema central de la literatura de Saramago se sitúa en la pretensión de desentrañar las raíces del mal contemporáneo. Estaba obsesionado con el mal, con el error humano, pero no con el ‘gran mal’, sino con la capacidad que todos tenemos de convivir con la vileza sin hacernos demasiadas preguntas. Le interesaba la mediocridad, el mal, su cotidianeidad humana”.

Avanzando el debate, Pilar del Río puso sobre la mesa la idea de Saramago de que a la Declaración de los Derechos Humanos le faltaban al menos otros dos derechos: el derecho a la disidencia y el derecho a la herejía. Por otro lado, se reveló que el autor dejó escrita la última frase del libro, pronunciada por la ex esposa de Arturo Paz, y con destinatario desconocido: “Vete a la mierda”.

Gómez Aguilera destacó la importancia de esa decisión: “Saramago cerró conscientemente su trayectoria literaria con esa frase. Las últimas palabras de su literatura son vete a la mierda”. “Cerró su trayectoria reafirmándose en sus convicciones, diciendo no de forma inequívoca”. A su biógrafo le gusta pensar que, con independencia del sentido de esas palabras dentro de la obra, también se las estaba dirigiendo a la propia muerte, sabedor de que le iba a impedir concluir el libro. A su juicio, “un verdadero acto de insumisión final”, aunque Pilar del Río no compartió esa interpretación porque Saramago “tenía con la muerte una relación de naturalidad”.

La presentación finalizó tal como empezó: con las palabras del escritor, esta vez escritas, y leídas, por los tres ponentes. Tres fragmentos del libro: uno del texto, otro de sus notas y otro del ensayo de Gómez Aguilera, completados con otro más, extraído de una reflexión de Azorín sobre las guerras y el capitalismo.

La editora del libro, Pilar Reyes, quiso cerrar llevando la contraria al autor por su sencilla idea sobre la muerte (estar, y ya no estar), afirmando que “cada vez que un lector abre una página de Saramago, el autor está vivo”.

La presentación el día 30 de octubre de Alabardas, alabardas, espingardas, espingardas, el último libro de José Saramago, su novela póstuma, comenzó con unas palabras del autor fallecido en 2010, que se hizo presente en la sala a través de unas imágenes grabadas con ocasión de la presentación de su anterior obra, Caín, en Madrid. Saramago anunció entonces que había comenzado a escribir una nueva novela surgida de un interrogante concreto: “¿Por qué no hay huelgas en la industria del armamento?”

El periodista Jaime Puig situó el debate sobre el libro en una fecha: 15 de agosto de 2009, cuando el autor portugués escribió que quizás sería posible terminar una nueva novela. Pilar del Río contestó preguntándose en alto por qué tomó la iniciativa de escribir un nuevo libro cuando sabía que le estaban fallando las fuerzas. “Caín y Alabardas… son resúmenes de su obra y de dos elementos esenciales de ella: el poder y la responsabilidad individual”, dijo, y en las armas, de las que habla este libro, “es donde se manifiesta el poder en todo su esplendor”.

Fernando Gómez Aguilera, biógrafo del Nobel y director de la FCM, comenzó su intervención señalando que esta novela inconclusa es una obra “abordada con una fortaleza moral y literaria que asombran, con un extraordinario vigor ciudadano”. Destacó tres cuestiones clave de la obra. La primera, la existencia de un explícito soporte ético y cívico, una clara voluntad de intervención, resumida en una frase de Saramago pronunciada en el acto de presentación de Caín en Madrid (“yo no voy a desistir, la poca vida que me queda la usaré para ensanchar la acción pública en mi trabajo”). Los otros dos aspectos serían la reflexión crítica sobre el poder y la responsabilidad. “La novela se centra en eso”, según Gómez Aguilera, porque Saramago no hablaba de una huelga para conseguir mejores condiciones laborales, sino para sabotear la construcción de armamento. “Lo primero que se debe decir al poder es “no”, porque el poder debe estar vigilado”, reiteraba el autor portugués. “Esta interpelación  al lector justifica, por sí sola, que se haya publicado la novela —señaló el director de la FCM—”.

Sobre esa afirmación, Puig preguntó si había habido debate en torno a si se debía o no publicar, por ser póstuma y estar inconclusa. “No hubo debate —aseguró Del Río— porque los lectores tenían derecho a que se publicara”. La directora editorial de Alfaguara, Pilar Reyes, que relató que volvió a su casa, tras una primera reunión en Lanzarote, con los 22 folios escritos en portugués que formaban la novela, tampoco tuvo dudas, por tres razones: “porque ya era un libro que existía para José”, como reconoció él mismo, “porque eran páginas terminadas” y en ellas se puede leer al mejor Saramago y porque “hasta el último minuto, Saramago estuvo vivo como intelectual”. “Nunca he visto un autor que despertara tanta pasión entre sus lectores”, aseguró. Con esos folios, la editorial pensó en cómo “proteger el texto inacabado” y se eligió un texto de Gómez Aguilera “que es una conversación con la obra de José y abre el apetito para leer toda su obra”, otro texto, de Roberto Saviano, “que potencia la preocupación cívica de Saramago”, y finalmente las notas del autor sobre el libro y los dibujos de Günter Grass, que no son inéditos.

“La primera vez que leí el texto —dijo Gómez Aguilera— me parecieron unas páginas inconcebibles en un hombre que estaba enfermo y, sin embargo, conservó milagrosamente el sentido preciso y luminoso de la palabra hasta el último momento; son grandes páginas de Saramago”. De otros grandes escritores también se han publicado obras póstumas incompletas, explicó aludiendo a Kafka, Flaubert, Scott Fitzgerald o Stevenson. Para el director de la FCM, “poner estas páginas a disposición del lector es un acto democratizador de la lectura”, y añadió que, aunque el libro está incompleto en el desarrollo del asunto, está completo en su tema.

La novela la protagoniza Arturo Paz, trabajador en una fábrica de armas, “un tipo normal que no quiere pensar en el sentido último de su trabajo —según Del Río—, como muchos de nosotros, que sostenemos por complicidad o indiferencia, un sistema injusto para la Humanidad. Un antihéroe, un “pobre diablo”, como tantos personajes del autor portugués, que le permite hablar sobre la responsabilidad individual. Según Gómez Aguilera, “el tema central de la literatura de Saramago se sitúa en la pretensión de desentrañar las raíces del mal contemporáneo. Estaba obsesionado con el mal, con el error humano, pero no con el ‘gran mal’, sino con la capacidad que todos tenemos de convivir con la vileza sin hacernos demasiadas preguntas. Le interesaba la mediocridad, el mal, su cotidianeidad humana”.

Avanzando el debate, Pilar del Río puso sobre la mesa la idea de Saramago de que a la Declaración de los Derechos Humanos le faltaban al menos otros dos derechos: el derecho a la disidencia y el derecho a la herejía. Por otro lado, se reveló que el autor dejó escrita la última frase del libro, pronunciada por la ex esposa de Arturo Paz, y con destinatario desconocido: “Vete a la mierda”.

Gómez Aguilera destacó la importancia de esa decisión: “Saramago cerró conscientemente su trayectoria literaria con esa frase. Las últimas palabras de su literatura son vete a la mierda”. “Cerró su trayectoria reafirmándose en sus convicciones, diciendo no de forma inequívoca”. A su biógrafo le gusta pensar que, con independencia del sentido de esas palabras dentro de la obra, también se las estaba dirigiendo a la propia muerte, sabedor de que le iba a impedir concluir el libro. A su juicio, “un verdadero acto de insumisión final”, aunque Pilar del Río no compartió esa interpretación porque Saramago “tenía con la muerte una relación de naturalidad”.

La presentación finalizó tal como empezó: con las palabras del escritor, esta vez escritas, y leídas, por los tres ponentes. Tres fragmentos del libro: uno del texto, otro de sus notas y otro del ensayo de Gómez Aguilera, completados con otro más, extraído de una reflexión de Azorín sobre las guerras y el capitalismo.

La editora del libro, Pilar Reyes, quiso cerrar llevando la contraria al autor por su sencilla idea sobre la muerte (estar, y ya no estar), afirmando que “cada vez que un lector abre una página de Saramago, el autor está vivo”.