En los megaproyectos se inflan los beneficios y se ocultan los costes y sus daños ecológicos y sociales

“Los megaproyectos me parecen muy bien”, señalaba el director de la Fundación César Manrique, Fernando Gómez Aguilera en la presentación del curso ‘Economía, poder y megaproyectos’, que para él es al fin y al cabo un curso sobre la democracia. Se refería a megaproyectos como los Derechos Humanos, la inversión de la tendencia de la pobreza o la situación de la mujer en el mundo.

En la primera jornada del curso, en la que intervinieron José Manuel Naredo, uno de los directores, y Félix Arias, se pusieron muchos ejemplos de megaproyectos aunque no precisamente de este tipo.

Los dos ponentes desmontaron ese axioma que dice que los megaproyectos son buenos para todos los ciudadanos porque crean riqueza y puestos de trabajo que repercuten en el progreso de la sociedad donde se construyen. Naredo, por ejemplo, entre las consecuencias que traen estos megaproyectos señaló que “desplazan el poder hacia el mundo económico y empresarial”, crean un nuevo feudalismo o caciquismo “disfrazado de democracia” o logran lo contrario de lo que anuncian:que los beneficios empresariales no sólo no producen mejoras en la calidad de vida de las personas sino que son los contribuyentes quienes hacen posible, con dinero público, que se generen esos beneficios para unos pocos. De hecho, el pretexto para hacer los proyectos es el beneficio que generan, cuando todos están financiados, directamente o indirectamete, con dinero público.

En los megaproyectos, también llamados muchas veces “operaciones”, en lenguaje militar, “se inflan los beneficios y se ocultan los costes y sus daños ecológicos y sociales”.

Félix Arias, urbanista y concejal del PSOE en Madrid hasta el pasado mes de mayo, señalaba que “esa vieja idea de que son buenos para todos porque el crecimiento es bueno, está archidemostrado que no es cierta: generan desigualdad en los ciudadanos”. Arias aseguró que esos proyectos se justifican con razones globales y no hace falta “entrar en los procesos reales”. “El que pide que se cumplan las normas es el enemigo del pueblo”, señaló Arias, que dejó claro que “el modelo de ciudad que se construye a base de hacer las obras que necesita el sector inmobiliario no es es modelo sostenible”.

Ambos ponentes expusieron varios megaproyectos “ejemplares” en España que demuestran las conclusiones anteriores.

Centrales nucleares. No se trataba de generar electricidad sino de hacer el negocio construyendo la central. Se maneja a las empresas eléctricas para inflar los presupuestos de construcción y se multiplica el coste por siete, al igual que se hace con las autopistas, que tienen el precio por kilómetro más caro de Europa. Con las centrales no se hacía propaganda explícita de la energía nuclear pero se pagaba a periodistas para que hablaran bien de ellas (incluso apareció en esa lista Félix Rodríguez de la Fuente). Lo único que lo puede frenar, según Naredo, es: “información potente de lo que se traen entre manos y movilización popular”.

Trasvase del Ebro. Un trasvase se justifica por cantidad, calidad y cota. No se daba ninguna de las tres. De los diez últimos años estudiados, el Ebro no daba la cantidad suficiente de agua para trasvasar en seis de ellos, según los datos que manejaba la propia Administración. La calidad del agua tampoco era buena y además había que gastarse una gran cantidad de dinero en bombear agua desde el nivel del mar hasta casi 600 metros. Conclusión: costaba el doble que la desalación para lograr una calidad de agua similar. La clave: “forrarse en la construcción”.

Parque Warner. En Madrid. Entre la Comunidad Autónoma y las Cajas de Ahorro financian casi todo el proyecto. La Warner no pone ni un cinco por ciento de la inversión. Ha sido un fiasco. Iba a crear 3.000 puestos de trabajo y no llega ni al 10%. Además del coste, se invirtieron 84 millones en la autopista y 30 en el ferrocarril, de dinero público, por supuesto. La clave: se revalorizan los terrenos colindantes (el Parque sólo ocupa una cuarta parte de la “operación”).

AVE a Guadalajara. El trazado del AVE llega a Guadalajara pero no entra. Hace un escorzo. La clave: la Ciudad Valdeluz construida en terrenos de un familiar de una alta responsable política. El que marca la pauta, el que atrae la inversión, es la propiedad del terreno, no la necesidad de los ciudadanos.

M-30. Gallardón se juega su prestigio porque es su gran promesa electoral. No tiene plan de movilidad ni estudio de impacto ambiental. El colapso de coches, después de las obras, es el mismo, pero invirtiendo 5.000 millones de euros, cuando se había anunciado un coste de 1.700. Eso sí, se hacen con “las tuneladoras más grandes del mundo” que, casualmente, cuando se adjudican las obras, ya están construidas. “Es la autopista más cara del mundo por kilómetro”, según dijo Arias. La clave: dar mejor acceso a las radiales de Madrid, especialmente a las de pago, y poner en valor así fincas a veinte y treinta kilómetros del centro de la ciudad.

Operación Chamartín. Es la primera operación urbanística en España que se hace por concesión. Un suelo público, de Renfe, se pasa a cederlo a una empresa. Después se multiplica por tres la superficie de la concesión sin hacer un nuevo concurso y se dobla la edificabilidad. En catorce años no se ha logrado ni aprobar el plan parcial de la operación.

Torres del Real Madrid. Se justifica todo porque “el Real Madrid es el mejor embajador de Madrid en el mundo”. En unos terrenos con uso deportivo, se inicia la idea de construir un pabellón olímpico. Se hace un convenio muy favorable para el Real Madrid (los cuatro edificios más grandes de España) y además se ceden para la nueva ciudad deportiva unos terrenos en Valdebebas que son propiedad de terceros. Para esa ciudad se le da una licencia en precario, sin plan aprobado, por la que sólo pueden construir algo desmontable. Construyen con hormigón pero presentan un aval por si hay que derribarlo.
Frente a esto, según José Manuel Naredo, sólo cabe “una refundación democrática del poder con el ejercicio pleno de la ciudadanía bien informada”.

“Los megaproyectos me parecen muy bien”, señalaba el director de la Fundación César Manrique, Fernando Gómez Aguilera en la presentación del curso ‘Economía, poder y megaproyectos’, que para él es al fin y al cabo un curso sobre la democracia. Se refería a megaproyectos como los Derechos Humanos, la inversión de la tendencia de la pobreza o la situación de la mujer en el mundo.

En la primera jornada del curso, en la que intervinieron José Manuel Naredo, uno de los directores, y Félix Arias, se pusieron muchos ejemplos de megaproyectos aunque no precisamente de este tipo.

Los dos ponentes desmontaron ese axioma que dice que los megaproyectos son buenos para todos los ciudadanos porque crean riqueza y puestos de trabajo que repercuten en el progreso de la sociedad donde se construyen. Naredo, por ejemplo, entre las consecuencias que traen estos megaproyectos señaló que “desplazan el poder hacia el mundo económico y empresarial”, crean un nuevo feudalismo o caciquismo “disfrazado de democracia” o logran lo contrario de lo que anuncian:que los beneficios empresariales no sólo no producen mejoras en la calidad de vida de las personas sino que son los contribuyentes quienes hacen posible, con dinero público, que se generen esos beneficios para unos pocos. De hecho, el pretexto para hacer los proyectos es el beneficio que generan, cuando todos están financiados, directamente o indirectamete, con dinero público.

En los megaproyectos, también llamados muchas veces “operaciones”, en lenguaje militar, “se inflan los beneficios y se ocultan los costes y sus daños ecológicos y sociales”.

Félix Arias, urbanista y concejal del PSOE en Madrid hasta el pasado mes de mayo, señalaba que “esa vieja idea de que son buenos para todos porque el crecimiento es bueno, está archidemostrado que no es cierta: generan desigualdad en los ciudadanos”. Arias aseguró que esos proyectos se justifican con razones globales y no hace falta “entrar en los procesos reales”. “El que pide que se cumplan las normas es el enemigo del pueblo”, señaló Arias, que dejó claro que “el modelo de ciudad que se construye a base de hacer las obras que necesita el sector inmobiliario no es es modelo sostenible”.

Ambos ponentes expusieron varios megaproyectos “ejemplares” en España que demuestran las conclusiones anteriores.

Centrales nucleares. No se trataba de generar electricidad sino de hacer el negocio construyendo la central. Se maneja a las empresas eléctricas para inflar los presupuestos de construcción y se multiplica el coste por siete, al igual que se hace con las autopistas, que tienen el precio por kilómetro más caro de Europa. Con las centrales no se hacía propaganda explícita de la energía nuclear pero se pagaba a periodistas para que hablaran bien de ellas (incluso apareció en esa lista Félix Rodríguez de la Fuente). Lo único que lo puede frenar, según Naredo, es: “información potente de lo que se traen entre manos y movilización popular”.

Trasvase del Ebro. Un trasvase se justifica por cantidad, calidad y cota. No se daba ninguna de las tres. De los diez últimos años estudiados, el Ebro no daba la cantidad suficiente de agua para trasvasar en seis de ellos, según los datos que manejaba la propia Administración. La calidad del agua tampoco era buena y además había que gastarse una gran cantidad de dinero en bombear agua desde el nivel del mar hasta casi 600 metros. Conclusión: costaba el doble que la desalación para lograr una calidad de agua similar. La clave: “forrarse en la construcción”.

Parque Warner. En Madrid. Entre la Comunidad Autónoma y las Cajas de Ahorro financian casi todo el proyecto. La Warner no pone ni un cinco por ciento de la inversión. Ha sido un fiasco. Iba a crear 3.000 puestos de trabajo y no llega ni al 10%. Además del coste, se invirtieron 84 millones en la autopista y 30 en el ferrocarril, de dinero público, por supuesto. La clave: se revalorizan los terrenos colindantes (el Parque sólo ocupa una cuarta parte de la “operación”).

AVE a Guadalajara. El trazado del AVE llega a Guadalajara pero no entra. Hace un escorzo. La clave: la Ciudad Valdeluz construida en terrenos de un familiar de una alta responsable política. El que marca la pauta, el que atrae la inversión, es la propiedad del terreno, no la necesidad de los ciudadanos.

M-30. Gallardón se juega su prestigio porque es su gran promesa electoral. No tiene plan de movilidad ni estudio de impacto ambiental. El colapso de coches, después de las obras, es el mismo, pero invirtiendo 5.000 millones de euros, cuando se había anunciado un coste de 1.700. Eso sí, se hacen con “las tuneladoras más grandes del mundo” que, casualmente, cuando se adjudican las obras, ya están construidas. “Es la autopista más cara del mundo por kilómetro”, según dijo Arias. La clave: dar mejor acceso a las radiales de Madrid, especialmente a las de pago, y poner en valor así fincas a veinte y treinta kilómetros del centro de la ciudad.

Operación Chamartín. Es la primera operación urbanística en España que se hace por concesión. Un suelo público, de Renfe, se pasa a cederlo a una empresa. Después se multiplica por tres la superficie de la concesión sin hacer un nuevo concurso y se dobla la edificabilidad. En catorce años no se ha logrado ni aprobar el plan parcial de la operación.

Torres del Real Madrid. Se justifica todo porque “el Real Madrid es el mejor embajador de Madrid en el mundo”. En unos terrenos con uso deportivo, se inicia la idea de construir un pabellón olímpico. Se hace un convenio muy favorable para el Real Madrid (los cuatro edificios más grandes de España) y además se ceden para la nueva ciudad deportiva unos terrenos en Valdebebas que son propiedad de terceros. Para esa ciudad se le da una licencia en precario, sin plan aprobado, por la que sólo pueden construir algo desmontable. Construyen con hormigón pero presentan un aval por si hay que derribarlo.
Frente a esto, según José Manuel Naredo, sólo cabe “una refundación democrática del poder con el ejercicio pleno de la ciudadanía bien informada”.