Conferencia / 13/06/2019

Martínez de Pisón: “La montaña se entiende del todo cuando se incorpora la perspectiva de la cultura”


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“César Manrique tenía la capacidad de transformar en arte la realidad de la geografía. No fue solo un artista sino que creó montañas, fue el hombre que creó una isla”. El geógrafo y montañero Eduardo Martínez de Pisón impartió en Taro de Tahíche, el día 13 de junio, la conferencia El arte que creó montañas, dentro del ciclo Pensar los límites de nuestro tiempo. Vivió cinco años en Canarias y trató a César Manrique, con quien tuvo largas conversaciones y a quien se refirió al inicio de su conferencia.

Para Martínez de Pisón, “el arte que creó montañas es un mundo paralelo”. “La montaña se entiende del todo cuando se incorpora la perspectiva de la cultura y del arte”. De hecho, las montañas existen como cultura en todas las civilizaciones, aunque el conferenciante se refirió sobre todo a la cultura occidental. Las montañas se descubrieron como paisaje, que es un concepto que aúna territorio más cultura: el territorio es para tomar y el paisaje para regalar. La montaña, como el Olimpo, fue habitáculo de dioses o fue la propia diosa. En Occidente fue lugar de leyendas, de miedo, estaba ocupada por el mito, no por la razón, tanto en la Edad Media como en el Renacimiento. Hay que esperar al Siglo XVIII para que el Mont Blanc se convierta en la montaña de la razón.

El arte está presente en la montaña y la montaña en el arte pero el conferenciante se ocupó del primer supuesto. Comenzó con el Beato de Liébana, una historia “de posesión espiritual”, las montañas en las religiones, como el Sinaí, las montañas como templos o la subida al Monte Carmelo de San Juan de la Cruz. Aseguró que el purgatorio de La Divina Comedia, por la descripción que se hace en el libro, probablemente es el Teide.

En pintura, fue Durero quien pintó, en 1498, el primer glaciar, en los Alpes, y fueron los pintores de Países Bajos, como Ruisdael y Brueghel, los que siguieron pintando las montañas. También pintó Leonardo, como fondo, montañas alrededor de la Gioconda, que después se borraron.

Llega la Ilustración y con ella los naturalistas y los filósofos. Surge una corriente que sostiene que quien no ha ido a los Alpes no es culto. Aparecen Rousseau y De Saussure, que asciende al Mont Blanc y lo cuenta. Scheuchzer comienza a hacer excursiones para enseñar la naturaleza desde la naturaleza. También aparecen los británicos, deseosos de encontrar montañas para pintar y exponer después en Londres. Y llega el Romanticismo, que coloca a la montaña como un escenario dramático, que puede ser pintoresco o sublime. La montaña se frecuenta cada vez más.

En el Siglo XIX, los mejores artistas ya han pasado por la montaña, sobre todo los pintores. Entre ellos sobresale Turner “que hace que la montaña pertenezca a la historia del arte como un instrumento de genialidad creativa”. Se crean diferentes escuelas de paisajistas y los pintores se encuentran “con otra realidad diferente”. “La Ilustración y el Romanticismo no se pueden explicar sin la montaña”, señaló Martínez de Pisón. Como producción literaria, la montaña acoge desde novelas policiacas hasta tratados de filosofía e incluso el humor, con los caricaturistas, se ocupa de ella. Más tarde llegan los primeros fotógrafos, de los que el gran maestro es Ansel Adams y después viene el cine y los documentales, como La montaña sagrada (1926).

Siempre hay disidentes, a los que no les gusta la montaña. El más destacado fue Chateaubriand,  que odiaba a Rousseau y le atacaba criticando a los Alpes. En España, Ortega y Gasset tuvo un mal día en los Pirineos y los criticó en un artículo, y Pío Baroja se quejaba de que fuera del País Vasco las montañas eran excesivas.

En España

El Romanticismo en España no se ocupa de la montaña. Desde el ámbito de la cultura española no se abordaba pero los franceses sí lo hicieron cruzando el Pirineo. La montaña la introduce, en 1876, Carlos de Haes, con su cuadro La canal de Mancorbo. De Haes tuvo gran influencia en Beruete. De la montaña también se ocuparon Viera y Clavijo, el naturalista irlandés William Bowles o el valenciano Antonio José de Cavanilles. “Jovellanos es nuestro Rousseau, nuestra montaña ilustrada”, señaló De Pisón. Otros nombres importantes son Hugo Obermaier o Casiano del Prado que le dan a la montaña un valor científico y cultural. En Cataluña destaca Jacinto Verdaguer con su cántico espiritual Canigó, mientras que en castellano sobresale Unamuno como cantor de la Sierra de Gredos. En pintura, Velázquez y Goya se ocupan de ella desde la distancia y quien se acerca es Jaime Morera, que pinta siempre Guadarrama con mal tiempo, por la influencia alpina, Beruete, que fue el primer español en pintar un glaciar, siglos después de Durero, y Sorolla con  Sierra Nevada. Y por supuesto, cerrando el ciclo, César Manrique y los volcanes de Lanzarote

“La conclusión —destacó el conferenciante— es que es un movimiento de civilización completo”. La montaña es civilización y ese movimiento está impulsado por el sentido de armonía. Decía Ortega y Gasset que la cultura es ilusión o espejismo, que es la vertiente ideal de las cosas, que solo está puesta en su lugar como espejismo. “Hemos hablado de un espejismo”, concluyó Martínez de Pisón.

Información ampliada Martínez de Pisón – El arte que creó montañas

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