Presentación / 12/07/2019

Gómez Aguilera reúne en Mi Teguise las crónicas de la Villa de Leandro Perdomo, “un juglar que escribía”


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El presidente de la Fundación César Manrique, José Juan Ramírez, abrió el acto de presentación del libro Mi Teguise, una recopilación de crónicas de Leandro Perdomo escritas entre 1971 y 1993. Expresó la consideración de la FCM hacia la figura de este escritor “imprescindible” por su contribución a la historia del periodismo insular, así como para conocer las transformaciones de Lanzarote y el carácter de la isla.

El escritor Emilio González Déniz lo calificó como un hombre de una sola pieza que siempre quiso ser periodista “y no lo consiguió porque era un cronista”, el gran cronista de Lanzarote, el alma “que va a permanecer” de una tierra. Narró una anécdota casi inverosímil. González Déniz se dio a conocer como escritor en 1985 gracias a que ganó el premio literario Ángel Guerra, que entregaba la Villa de Teguise, donde vivió sus últimos veinte años Leandro Perdomo. Pero antes de ganar ese premio tuvo que simultanear sus estudios y un trabajo como vendedor de enciclopedias. Fue a preguntar sobre un examen a uno de sus profesores, Antonio Cabrera Perera, que estaba estudiando la obra de Ángel Guerra. Cuando le dijo a su profesor que iba a vender enciclopedias a Lanzarote le encargó un trabajo sobre Guerra para subirle la nota un punto. Gonzaléz Déniz sabía que Ángel Guerra era un seudónimo (de José Betancort) pero no recordaba bien el nombre.

José Juan Ramírez

Tampoco sabía que Guerra había fallecido en 1950, y era el año 1968. Fue a la Villa y preguntó por el escritor y le dijeron que acaba de volver un escritor, Leandro Perdomo y se fue convencido de que Perdomo era Guerra. Dos días antes del examen, un compañero le sacó de su error y no presentó el trabajo, aunque aprobó el examen. En 1985 ganó el premio literario y en el jurado estaban Antonio Cabrera y Leandro Perdomo, a quien por fin conoció y con quien entabló amistad. Su relación consistió en escucharlo “porque tenía la sensación de que Leandro ya sabía lo que yo iba a decirle”, dijo González Déniz: “Aprendí mucho con él”. Dijo que su obra estaba muy dispersa y Gómez Aguilera “ha puesto orden en el desorden natural”. El resultado es una crónica del Lanzarote “que pasó del gofio al vídeo”, un Lanzarote muy cambiado pero que “gracias a personas como Perdomo se puede conservar el pálpito”.

Emilio González Déniz

Fernando Gómez Aguilera, director de la FCM y responsable de la edición, selección y prólogo de Mi Teguise, dijo que no es habitual que se aprecie la obra de Perdomo porque está privado de circulación literaria a pesar de su valor literario y comunitario. Recordó a la mujer de Perdomo, Josefina Ramírez, que tuvo un papel sustantivo en su vida y advirtió que el escritor nunca escribió Mi Teguise como tal. El libro es una continuación de la antología de crónicas sobre Arrecife y en él no se incluyen todas las crónicas que escribió, pero sí las mejores, que tocan un asunto nodular en su obra, ya que “si su obra es Lanzarote, la almendra es la Villa”, un tema principal para analizar su pensamiento.

Empezó por fijar quién fue Leandro Perdomo, con quien Gómez Aguilera se reunía todos los lunes por la tarde y cuya amistad es uno de los grandes privilegios de su vida: “Pocas huellas como la de Leandro”. “Era un extraordinario conversador”, “un juglar que escribía” porque transmitía la riqueza de la tradición oral de la isla. Era, además, “un hombre íntegro que nunca se quejó de que no le atendieran o que no divulgaran sus textos”. Su característica más peculiar es que era una persona muy original, “que venía de fabrica”. También fue un gran narrador, una persona quijotesca, leal, ajeno a la envidia, con gran desapego por el poder, antiegoísta, solidario, vitalista, con un humor socarrón, gran apego al mundo de la cultura, desarreglado en su estética, al que le gustaban los ambientes desgastados y que escribió en la calle “hasta que pudo”. Tuvo una vida difícil, siempre estuvo del lado de la gente que estaba en los márgenes y detestaba lo burgués. “Siempre se dice que fue bohemio y lo fue” porque si el lema de la bohemia es “arte justicia y acción”, las tres encajan con Leandro.

Fernando Gómez Aguilera

Como escritor, lo primero que se puede decir es que no se puede separar su vida y la literatura. “La materia de su literatura es la sustancia de su vida”. Hizo gran literatura en forma de crónica, “que no es apreciable en la mayoría de las crónicas de hoy” y aunque no haya mayor ficción que la vida, estaba obsesionado por subrayar que todo lo que contaba era verídico. De él dijo Néstor Álamo que le sacaba el jugo al picón y de sus artículos afirmó Ventura Doreste que olían a potaje. En su léxico resuena la tradición viva, una tradición propia de la isla “que está desapareciendo”. La suya es una palabra áspera, deshilachada, con impurezas, pero a la vez vigorosa, directa y llana. Se trata de un lenguaje al que están volviendo su mirada escritores más jóvenes como Alexis Ravelo o Yeray Rodríguez.

Perdomo era un maestro de la anécdota y le interesaba la historia inconsciente. En las páginas de Mi Teguise hay cinco hilos. Uno es la inmigración. Leandro salió de Lanzarote en 1946, primero hacia Las Palmas y después a Bélgica, donde trabajó en la mina y fundó el periódico Volcán. En realidad, nunca quiso ir a Europa porque la emigración que tenía solera era la de América. Volvió desde Bruselas a Lanzarote de forma transitoria en 1968 pero se tuvo que quedar por motivos de salud. En esa época la Villa era el pueblo más maltratado de la Isla, “estaba en un estado de decrepitud”, así que Perdomo se acaba encontrando en un “profundo desarraigo” y se convierte en un exiliado interior durante muchos años, tal y como relata en varias cartas a sus amigos.

Otro hilo es la casa de los Spínola como fuente de historias orales, donde había pasado los veranos de su infancia y a donde volvió. Convierte esa casa en una región literaria, un espacio simbólico, como metáfora de abrigo y de amparo. “En ella construye una épica de lo cotidiano y lo anónimo”, según Gómez Aguilera. Los otros tres hilos son su sensibilidad cultural, la tradición filantrópica de su familia y la singularidad del carácter de una parte de esa familia centrada en el arte, la creación y la bohemia.

En su literatura tenía un ojo en el pasado, en el mito de la isla vinculada a sus antepasados, su memoria y sus valores, y otro en el presente, una realidad tratada de forma hiperbólica que significaba una historia sentimental del momento. Pivotaba entre una isla de memoria y la realidad y los personajes que pasan por las crónicas de Perdomo están descritos desde una perspectiva antiheróica. Es, finalmente, según Gómez Aguilera, el gran cronista de la transición del desarrollismo turístico de Lanzarote. En esa situación tuvo un gran desapego por la codicia y criticó la sustitución de los valores humanos por los del lucro, demonizando a los nuevos ricos y a la burguesía.

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