Manuel Vicent: “El artículo ideal es aquel que, tras su lectura, el lector cree que ha pensado”
Las primeras palabras de Manuel Vicent, en su “Travesía literaria” de Taro de Tahíche, el día 10 de octubre, fueron para Lanzarote, a la que reconoció como una “ínsula extraña”, que decía San Juan de la Cruz. “Ser hoy extraño, no parecerse a nadie, es ir por el buen camino, así que dejemos que Lanzarote sea Lanzarote”.
El escritor nació en una casa junto al mar, en Villa Alegría, en 1936, “cuando las cigarras enmudecieron”. La guerra le llevó a otro pueblo pero se le quedó grabado la “inconsciencia del mar” junto a las primeras caricias de su madre. “Una felicidad inconsciente aplastada por una guerra fratricida”. De la siguiente casa recuerda los olores de la despensa, los rezos y los sonidos densos de los bombardeos. En su infancia jugaba entre las ruinas de un balneario destruido. “A los niños nos contaban que debajo había una mujer desnuda”. Y la había. Era un mosaico con la Venus de Botticelli rodeada de delfines. “Desarrollé el cerebro previo al uso de razón sobre esos escombros”, dijo. Esa belleza bajo la destrucción se incorporó a su forma de ver el mundo y dio forma, junto a la belleza del mar, a la semilla del escritor que es.
Manuel Vicent en la Fundación César Manrique
Vicent señaló que tenemos tres cerebros. Uno es el de reptil (“porque aún somos reptiles”) que nos gobierna el hambre la sed, el sexo o el territorio, “y por eso somos territoriales”. Otro es el límbico, donde están las emociones, los sentimientos, la oscuridad, el miedo, Dios, los dogmas, los símbolos o los mitos. “Lo que imprimimos ahí antes de tener uso de razón (sobre los 7-8 años de edad) no se olvida jamás” y por eso “la Iglesia quiere ese cerebro para ella”. El tercero es el neocórtex.
Como escritor, no ha podido salir de esa semilla. “Dicen que el escritor siempre escribe el mismo libro, y yo doy vueltas y vueltas y vuelvo al mar y a los sonidos de mi infancia”, aseguró. Todos esos recuerdos están en su novela Contra Paraíso, escrita con cincuenta años, “cuando uno empieza a hablar de su memoria”, pero no son experiencias personales sino compartidas. Con Tranvía a la Malvarrosa, que para él retrata el viaje del héroe y Jardín de Villa Valeria completó una trilogía sobre su memoria.
“Nada está en el cerebro que no esté primero en los sentidos”. Y los cinco sentidos corporales conforman su método de trabajo. Rafael Azcona le decía que cuando leía una de sus novelas le daban ganas de coger tenedor y cuchillo. “El estómago -dijo Vicent- es más exigente que el cerebro”. La comida pasa por los sentidos y si al estómago no le gusta lo que le llega lo acaba expulsando, “pero al cerebro le puedes meter basura, que la admite toda”. “Lo más degradante es comer un pollo hormonado viendo un telediario, la comida basura interactúa con la casquería del informativo”.
El escritor nunca pensó en escribir en periódicos, pero después del éxito de una de sus novelas, acudió con un amigo al diario Madrid y le pidieron que enviara algo. Ya había publicado una novela pero vio la repercusión de su artículo y pensó que la novela “cogía polvo” en un escaparate mientras que el artículo “estaba vivo” y fue muy leído, así que pensó que estaría bien seguir escribiendo si le dejaban hacer literatura. Desde entonces, excepto información pura y dura, ha escrito todos los géneros. Cree que si en el futuro “la gente quiere saber cómo éramos tendrá que leer los periódicos” porque “el gran periodismo es la sustancia de nuestras vidas”.
Tuvo la suerte de hacer las crónicas parlamentarias de los primeros años de la democracia, con políticos que venían de la guerra, o de la cárcel y que fueron modulando su odio mutuo para afrontar el periodo histórico de la Transición. Se remontó a una época anterior: “Se dice que Gil Robles y Prieto nunca hablaron entre ellos, y también se dice, y yo me lo creo, que si hubieran tomado juntos un café se habría evitado la guerra civil”. También avanzó hasta la época actual: “Con estos líderes políticos no hubiera sido posible la Transición”.
“¿Qué es un buen artículo?”, se preguntó. Aquel que, tras su lectura, el lector crea que ha pensado. Como publica los domingos, piensa que no tiene derecho a amargarle el día a los lectores y por eso escribe sobre algo anodino, pero dándole la vuelta al espejo para que el lector vea la realidad desde otro punto de vista inesperado. “Se trata de captar algo que pasa y ofrecérselo de otra forma. Ese es el artículo ideal”.
En el otro lado están las redes sociales. “Las redes son el anticristo; pueden destruir el alma de la humanidad”, aseguró tajante, aunque matizó que tampoco pasaría nada porque pudiera desaparecer el ser humano “y los pájaros seguirían cantando”. Explicó que la alta tecnología permite hacer una operación, un trasplante, por vía satélite, pero también es un drama porque, al mismo tiempo, la idiotez encuentra una forma de expandirse, ya que la misma tecnología que tiene alguien que es Premio Nobel está al alcance de un idiota, “que para desgracia, hay muchos” y como el pensamiento profundo vuela menos “la batalla está perdida”. “No es que vengamos del mono, es que vamos al mono”, dijo, en referencia a que los niños ahora “piensan con los dedos”, por su manejo de la tecnología. “A lo mejor esto rompe hacia un estado de felicidad, pero de momento son el anticristo”.
En el turno de preguntas del público habló sobre el pecado original, que sí se transmite, y que éste es la inteligencia; y de las olas del mar como metáfora para afrontar la vida. Si un náufrago piensa en todo el mar, se ahoga pero si piensa en una ola y después en otra, se puede salvar. Con la vida es igual, si se piensa de hora en hora o de día en día. “La vida -dijo- es un película en la que Gary Cooper muere siempre y además de mala manera”. Acabó hablando sobre la exhumación de Franco, “un cadáver que tutela la democracia”. “Sacarlo de allí será fácil, lo difícil será sacarlo del inconsciente colectivo de este país”, aseguró.
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