Estrategias para lograr un urbanismo más justo y humano

Un planteamiento urbanístico solidario y útil que sepa integrar todas las peculiaridades y los conflictos que suceden en las ciudades bajo el marco común de los derechos humanos. Ésa fue la base de las propuestas que se expusieron en el taller que organizó la FCM los días 16 y 17 de mayo y que estuvo dirigido por los arquitectos y profesores Manuel Saravia y Pablo Gigosos.

El propio título del curso, “Urbanismo para náufragos”, hace alusión a los que se sienten completamente ajenos a su entorno urbano y a las maneras arquitectónicas que fomentan la exclusión de amplios segmentos de la población —especialmente las clases de menores recursos económicos—, creando verdaderos “náufragos” del proyecto de convivencia colectiva que obligatoriamente se da en las ciudades.

El seminario estaba organizado en torno a cuatro parejas de derechos: movilidad-seguridad, salud-medioambiente, trabajo-seguridad social y vivienda-espacio público. El proyecto de Saravia y Gigosos pasa por la asunción de que “los derechos humanos deben ser el primer criterio” para conseguir una práctica urbanística renovada. Cada binomio de derechos se asoció a un concepto filosófico y político: libertad, igualdad, fraternidad y responsabilidad.

Partiendo de la idea de que es necesaria la crítica moral y social del urbanismo, el debate teórico también se acompañó del comentario de iniciativas y proyectos específicos de multitud de ciudades del mundo. Las referencias intelectuales del discurso no se quedaron exclusivamente en la arquitectura sino que también tuvieron cabida citas literarias, artísticas o cinematográficas.

La crisis del paradigma urbanístico actual fue el punto de partida del taller. “La ciudad se está haciendo de forma mecánica y banal” argumentó Manuel Saravia, al tiempo que criticó la estandarización planetaria del mismo modelo erróneo de pensar el espacio urbano. En la presentación del curso, Fernando G. Aguilera propuso como principal prioridad la tarea de “civilizar la ciudad para lograr que el protagonista no sea el mercado sino el hombre”, con el objetivo de que en la ciudad “nos sintamos personas y no clientes”.

El recorrido por las cuatro parejas de derechos que articularon las dos jornadas comenzó por la movilidad y la seguridad. Las soluciones que en estos campos expusieron Saravia y Gigosos recogían la creación de nuevas vías peatonales y un replanteamiento de los sistemas de comunicación en la ciudad que rebaje el peso del coche en favor del transporte público. Igualmente, la fórmula de desintalar, es decir, de retirar infraestructuras superfluas, fue comentada como un recurso válido que cada vez es más usado.

Pablo Gigosos habló de dos derechos relacionados con la planificación territorial, el de la salud y el del medio ambiente, que han sido históricamente ignorados pero que poco a poco han ido ganando peso en la toma de decisiones. En este ámbito, la pérdida de paisajes, la falta de servicios básicos, las intervenciones agresivas con el medio o las desastrosas condiciones higiénicas de las zonas suburbiales fueron algunas de las problemáticas tratadas. Gigosos recordó que hay que cambiar la concepción inicial para darse cuenta de que “las ciudades no son el problema sino la solución”.

Sobre las áreas del trabajo y la seguridad social se trataron temas relacionados con la preparación de los espacios para la dinámica laboral o los fallos y carencias que se dan en los planes sanitarios, educativos o sociales. Gigosos y Saravia destacaron que se debe priorizar el interés general en la planificación de la ciudad y abogaron por la verdadera “universalización de los equipamientos universales”. Su postura rechaza el urbanismo “que se ha olvidado de los servicios y de la coordinación de centros sociales” y que concibe los edificios públicos sólo desde la táctica del espectáculo vacío de contenido. Manuel Saravia apuntó que este debilitamiento de lo público está relacionado con “el acoso que desde hace años recibe el estado del bienestar”.

El problema de la vivienda se comentó partiendo del contexto europeo y su comparación con el de España. La precaria situación del derecho a un hogar digno que tiene todo ciudadano parte, según Gigosos, de la forma de desarrollar y pensar las políticas urbanísticas: "el problema no es de escasez de viviendas sino de escasez de ciudades". Frente al desarrollismo sin sentido, los arquitectos que impartieron el taller apostaron por rehabilitar antiguos edificios y zonas y favorecer la mezcla equilibrada entre los nuevos espacios y los ya establecidos. Su idea central era la de la "constelación", entendiendo este término como una fórmula pensada para desarrollar “múltiples actuaciones de pequeñas dimensiones que permitan lograr una integración equilibrada”.

Avanzando en el siglo XXI, y cuando ya más del 50% de humanidad vive en núcleos urbanos, Manuel Saravia y Pablo Gigosos proponen un urbanismo para los excluidos de las ciudades de hoy. Esa gran mayoría que necesita un planeamiento territorial dialogante y abierto; mestizo y no agobiante; equilibrado y justo. Un nuevo urbanismo que desde los derechos humanos logre la conquista social y cultural del derecho a la ciudad.

Un planteamiento urbanístico solidario y útil que sepa integrar todas las peculiaridades y los conflictos que suceden en las ciudades bajo el marco común de los derechos humanos. Ésa fue la base de las propuestas que se expusieron en el taller que organizó la FCM los días 16 y 17 de mayo y que estuvo dirigido por los arquitectos y profesores Manuel Saravia y Pablo Gigosos.

El propio título del curso, “Urbanismo para náufragos”, hace alusión a los que se sienten completamente ajenos a su entorno urbano y a las maneras arquitectónicas que fomentan la exclusión de amplios segmentos de la población —especialmente las clases de menores recursos económicos—, creando verdaderos “náufragos” del proyecto de convivencia colectiva que obligatoriamente se da en las ciudades.

El seminario estaba organizado en torno a cuatro parejas de derechos: movilidad-seguridad, salud-medioambiente, trabajo-seguridad social y vivienda-espacio público. El proyecto de Saravia y Gigosos pasa por la asunción de que “los derechos humanos deben ser el primer criterio” para conseguir una práctica urbanística renovada. Cada binomio de derechos se asoció a un concepto filosófico y político: libertad, igualdad, fraternidad y responsabilidad.

Partiendo de la idea de que es necesaria la crítica moral y social del urbanismo, el debate teórico también se acompañó del comentario de iniciativas y proyectos específicos de multitud de ciudades del mundo. Las referencias intelectuales del discurso no se quedaron exclusivamente en la arquitectura sino que también tuvieron cabida citas literarias, artísticas o cinematográficas.

La crisis del paradigma urbanístico actual fue el punto de partida del taller. “La ciudad se está haciendo de forma mecánica y banal” argumentó Manuel Saravia, al tiempo que criticó la estandarización planetaria del mismo modelo erróneo de pensar el espacio urbano. En la presentación del curso, Fernando G. Aguilera propuso como principal prioridad la tarea de “civilizar la ciudad para lograr que el protagonista no sea el mercado sino el hombre”, con el objetivo de que en la ciudad “nos sintamos personas y no clientes”.

El recorrido por las cuatro parejas de derechos que articularon las dos jornadas comenzó por la movilidad y la seguridad. Las soluciones que en estos campos expusieron Saravia y Gigosos recogían la creación de nuevas vías peatonales y un replanteamiento de los sistemas de comunicación en la ciudad que rebaje el peso del coche en favor del transporte público. Igualmente, la fórmula de desintalar, es decir, de retirar infraestructuras superfluas, fue comentada como un recurso válido que cada vez es más usado.

Pablo Gigosos habló de dos derechos relacionados con la planificación territorial, el de la salud y el del medio ambiente, que han sido históricamente ignorados pero que poco a poco han ido ganando peso en la toma de decisiones. En este ámbito, la pérdida de paisajes, la falta de servicios básicos, las intervenciones agresivas con el medio o las desastrosas condiciones higiénicas de las zonas suburbiales fueron algunas de las problemáticas tratadas. Gigosos recordó que hay que cambiar la concepción inicial para darse cuenta de que “las ciudades no son el problema sino la solución”.

Sobre las áreas del trabajo y la seguridad social se trataron temas relacionados con la preparación de los espacios para la dinámica laboral o los fallos y carencias que se dan en los planes sanitarios, educativos o sociales. Gigosos y Saravia destacaron que se debe priorizar el interés general en la planificación de la ciudad y abogaron por la verdadera “universalización de los equipamientos universales”. Su postura rechaza el urbanismo “que se ha olvidado de los servicios y de la coordinación de centros sociales” y que concibe los edificios públicos sólo desde la táctica del espectáculo vacío de contenido. Manuel Saravia apuntó que este debilitamiento de lo público está relacionado con “el acoso que desde hace años recibe el estado del bienestar”.

El problema de la vivienda se comentó partiendo del contexto europeo y su comparación con el de España. La precaria situación del derecho a un hogar digno que tiene todo ciudadano parte, según Gigosos, de la forma de desarrollar y pensar las políticas urbanísticas: "el problema no es de escasez de viviendas sino de escasez de ciudades". Frente al desarrollismo sin sentido, los arquitectos que impartieron el taller apostaron por rehabilitar antiguos edificios y zonas y favorecer la mezcla equilibrada entre los nuevos espacios y los ya establecidos. Su idea central era la de la "constelación", entendiendo este término como una fórmula pensada para desarrollar “múltiples actuaciones de pequeñas dimensiones que permitan lograr una integración equilibrada”.

Avanzando en el siglo XXI, y cuando ya más del 50% de humanidad vive en núcleos urbanos, Manuel Saravia y Pablo Gigosos proponen un urbanismo para los excluidos de las ciudades de hoy. Esa gran mayoría que necesita un planeamiento territorial dialogante y abierto; mestizo y no agobiante; equilibrado y justo. Un nuevo urbanismo que desde los derechos humanos logre la conquista social y cultural del derecho a la ciudad.