Conferencia / 02/05/2019

Juan Vicente Aliaga: «Hay que hacer una revolución feminista en las aulas y en las familias»


La revolución feminista desde la perspectiva del arte. Los años sesenta y setenta. Esas dos décadas del título de la conferencia que impartió Juan Vicente Aliaga en la Fundación Cesar Manrique el 2 de mayo son “las dos décadas que constituyen la segunda oleada feminista”. Se trata de una época de cambio y, como tal, requiere de un nuevo lenguaje en el que se forjan términos como el sistema sexo-género, patriarcado, sororidad o expresiones como “lo personal es político”. Es una etapa de formación de las teorías feministas dentro de un mundo conservador, de control social hacia la mujer.

Aliaga, profesor de Teoría del Arte Moderno y Contemporáneo en la Universitat Politècnica de València, abrió con su conferencia el ciclo César Manrique y sus contextos. Expuso, en primer lugar, las lecturas feministas de esos primeros años, desde Le deuxième sexe (1949) de Simone de Beauvoir, que causa un gran impacto y plantea que la mujer es una creación cultural y política, a la obra de Betty Friedan La mística de la feminidad, que no se tradujo al español, y atacaba el relato aparentemente feliz de las mujeres de clase media en Estados Unidos. También citó Radical feminism, de Koedt, Levine y Rapone, que apunta que el problema está en la raíz, en el sistema patriarcal. En el paso de la formación a la acción se encuentra el manifiesto Rivolta femminile (1970) o una protesta en New Jersey en 1968 contra el certamen de Miss América, así como la figura de Angela Davis, el Movimiento de liberación de la mujer en Francia, los textos de Lidia Falcón en España, como pionera, o las primeras Jornadas catalanas de la dona (1976).

El profesor impartió su conferencia concatenando nombres de artistas y sus obras, a pesar de que confesó que cuando terminó sus estudios universitarios pensó que las mujeres no podían crear porque no estudió un solo nombre de una mujer artista en toda la carrera. Como ejemplo de esa dejación, señaló que el Museo de Prado, hasta la muestra sobre la pintura Clara Peeters en el año 2016, nunca había organizado una exposición de una mujer.

Muchas de estas artistas toman como forma de expresión la performance o la fotografía y centran su expresión en el cuerpo femenino. Es el caso de Ana Mendieta y su performance Rape scene (1973) en Iowa para protestar por unas violaciones impunes, o Suzanne Lacy, Martha Rosler, Judy Chicago, Valie Export, Cosey Fanni Tutti, Carolee Schneemann o Esther Ferrer con su proyecto Íntimo y personal, que denuncia lo “absurdo y arbitrario” de las medidas físicas de las mujeres.

Por otro lado, las lesbianas no aparecían en la discusión pública. Monique Wittig afirmó que las lesbianas no eran mujeres, en tanto que la mujer, para el patriarcado, lo era en función de que atendía al deseo masculino. “Pone de manifiesto la rigidez del binarismo de género”. Sobre este asunto también se ocupa Barbara Hammer con su película Tácticas bolleras (1974).

Otro de los asuntos tratados es la tiranía de la belleza y otros estereotipos culturales de género ya que “la mujer sigue siendo el principal objeto de consumo”, según Aliaga, que cita los trabajos de la argentina María Luisa Bemberg o de Eleanor Antin, que llevó a cabo un experimento fotográfico sobre ella misma de cinco semanas de adelgazamiento para ir encajando en el patrón de belleza. Otras artistas se encargan de cuestionar la división sexual del trabajo. Es el caso de Sandra Orgel y su obra Ironing (1972) que consiste en una mujer planchando o Margaret Harrison con Homeworkers (1977) que saca a la luz el doble trabajo que hacían las mujeres, sin ningún derecho laboral, en Gran Bretaña.

También hay muchas experiencias colectivas aunque “la historia del arte siempre nos hable de individualidades”, según señaló Aliaga. Entre ellas, Woman House (1972) en Los Angeles, una casa que programó performances durante un mes, o un trabajo colectivo sobre una cárcel de mujeres en el que se analiza que las mujeres también pueden practicar la violencia. La relación entre raza y género es otra de las vertientes. Las artistas se preguntaban si era prioritaria su lucha como mujer o como persona negra. “Para ellas, era importante reivindicar las raíces”, dijo Aliaga citando a artistas como la brasileña Ana Bella Geiger en Brasil o Faith Ringgold.

Aliaga terminó su exposición con aquellas mujeres que hacen una relectura de la historia del arte “con ojos feministas”, con obras como la de Monica Sjöö, que representa a Dios como mujer, La última cena de Mary Beth Edelson, que pone rostro de mujeres artistas a los apóstoles, o Ulrike Rosenbach, y finalmente con aquellas mujeres que se deciden a ocupar el espacio público, que tradicionalmente era el espacio de los hombres. De nuevo citó a Valie Export con una actuación en la que paseaba a su novio como un perro en Viena en 1969, a Lea Lublin y su performance en París en 1977 o a la mexicana Mónica Mayer y su obra El Tendedero (1978), sobre el que colgó notas con aquellas cosas que más les molestaba las mujeres de Ciudad de México. “Muchas señalaban el acoso”. Esta obra se repitió en 2016 con unos resultados muy similares. “Hay muchas cosas que no han cambiado -señaló Aliaga- y sigue habiendo hombres que piensan que el cuerpo de las mujeres les pertenece, es algo que debe hacernos reflexionar”. El conferenciante terminó destacando la importancia de que los hombres se impliquen en la igualdad porque es un asunto que concierne a todos: “Hay que hacer una revolución feminista en las aulas y en las familias”, aseguró.

La intervención de Aliaga se incluye en el ciclo de conferencias César Manrique y sus contextos, en el que también se contará con la presencia de Carme Pinós, Simón Marchán, Estrella de Diego, Patricia Molins y José Luis de la Nuez Santana. El foro está destinado a recoger intervenciones que traten asuntos relacionados con la obra de César Manrique y con el contexto histórico en que desarrolló su actividad plástica, paisajística y creativa, en general.

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