“Necesitamos reconectar naturaleza y sociedad”
Primera jornada del curso Ante el Antropoceno. Cuando la humanidad desborda los límites biofísicos del Planeta.
El director de la Fundación César Manrique, Fernando Gómez Aguilera, abrió el curso Ante el Antropoceno. Cuando la humanidad desborda los límites biofísicos del Planeta y lo calificó como uno de los contenidos centrales de los actos del centenario, porque es un asunto estratégico y por la calidad de los ponentes.
Reconoció la labor del director del curso, el urbanista Fernando Prats, al frente del Plan Insular de Ordenación de Lanzarote de 1991, por su excepcional contribución al modelo esbozado por César Manrique. “Lanzarote no sería la misma ni el legado de César Manrique se hubiera proyectado internacionalmente como se ha hecho”, señaló. También agradeció la contribución del expresidente del Cabildo, Enrique Pérez Parrilla.
Gómez Aguilera destacó que el cambio climático es “un asunto que debería exceder las ideologías”. “Nos concierne que no se agote la vida y hay que sacudir el sopor de los gobiernos del mundo”, aseguró, y advirtió de que harán falta movimientos sociales vigorosos para que haya cambios profundos. Apostó por que Canarias está en disposición de dialogar para convertir el clima en una política real.
Fernando Prats destacó su emoción por poder cruzar dos aspectos: la importancia de la lucha contra el cambio y el rescate de la figura de César Manrique como precursor. “Los tiempos en los que estamos exigen saber qué hacer -dijo- y centrarse en establecer propuestas para evitar los peores escenarios del colapso”. En ese sentido, considera que el movimiento ecologista es el único que puede dar respuesta a todos los retos.
El primer ponente fue Carlos Montes, catedrático de Ecología, que habló de los grandes desafíos, como los de los cambios de uso de suelo, los fertilizantes, el agua, las especies invasoras y otros muchos, pero “la estrella es el cambio climático”, el eje de la crisis actual. Aseguró que hay más conciencia social pero que los resultados no se corresponden con esa conciencia quizá porque no tratamos los problemas en toda su complejidad, sino de forma aislada. Por ejemplo, se habla de una crisis de biodiversidad porque uno de los ocho millones de especies está amenazado de extinción, pero lo importante no son las especies por separado, ya que somos “radicalmente ecodependientes”, sino las consecuencias. No se trata solo de una crisis ecológica, sino social y, como el planeta cambia, tenemos que hacer cosas diferentes para cambiar, abordar estos desafíos con otra mentalidad. “Si no cambiamos la forma de ver la naturaleza, la naturaleza no cambiará de forma”.
Montes habló de un “desacoplamiento” entre la naturaleza y la sociedad porque vivimos ya en un planeta urbano. “Somos una aldea global y el colapso será global”. Aseguró que “somos la primera generación que tenemos diagnósticos tan buenos; lo sabemos todo” pero no sabemos si se debe hacer una transición suave o un colapso traumático y, en todo caso, “necesitamos reconectar naturaleza y sociedad”. Hay que minimizar el impacto pero principalmente hay que gestionar las causas. Para eso hay que ver las cosas de otra manera: el motor del cambio no es el cambio climático, que es un efecto, sino el saqueo del territorio, la sobreexplotación de recursos. Por eso hay que pensar en un cambio global porque si se piensa solo en cambio climático “parece que viene de fuera”. Si el cambio es la causa se hacen políticas de minimización pero si es el efecto habría que centrarse en la insostenibilidad del modelo consumista. Otro paradigma a cambiar es que hay que respetar los límites biofísicos del planeta, no sirve crecer sin límite, y otro más, abordar todos los objetivos de desarrollo sostenible de forma integral, no por separado. Acabó con “buenas noticias”: el Antropoceno como revulsivo, es decir, poder cambiar la vida cambiando de vida porque “en tiempos de crisis la población está dispuesta a cambiar”.
Manola Brunet preside la Comisión de Climatología de la Organización Meteorológica Mundial. Señaló que hay muchas evidencias científicas de que el cambio climático es inducido aunque siempre haya habido gran variabilidad en el clima. El 97 por ciento del la comunidad científica sabe, no cree, que el calentamiento está causado por la acción del hombre. La atmósfera se calienta y eso tiene consecuencias; los océanos se caldean “y se están convirtiendo en una bomba de relojería”. Hay científicos que sostienen que “ya hay calor para saltarse dos glaciaciones”. También disminuyen la masa de hielo y los glaciares y, por tanto, es mayor la radiación incidente. El nivel del mar se incrementa unos tres milímetros al año y puede subir entre medio metro y dos metros “en función de lo que hagamos para evitarlo”. Las lluvias también aumentan pero no uniformemente: llueve más donde más llovía y menos en los lugares secos. La mayor disponibilidad de calor lleva a intensificar los extremos y hay menos días y noches fríos. Este clima “perturbado” es por la acción del ser humano porque hay parámetros que no se explican solo por la acción del sol, sino que adquieren coherencia si se incluyen los datos del efecto invernadero. Y después está la velocidad del cambio: en el Holoceno hicieron falta mil años para que hubiera una variación de un grado centígrado, y ahora sólo sesenta años. “Esta velocidad no tiene parangón” y es un reto que desafía la capacidad de adaptación de todos los sistemas, los naturales y los humanos. El mayor reto, según Brunet, está en la disminución de los carburantes fósiles.
La especialista en Derecho Ambiental, Susana Borràs, habló de la eclosión de las migraciones climáticas. Según ACNUR, hay 70 millones de refugiados, de los que 25 son internacionales, pero ninguno de ellos es refugiado climático porque es un estatus que no se contempla por lo que “están invisibilizados y desprotegidos”, como es el caso de Ioane Teitiota y su familia, de Kiribati, que pidió asilo en Nueva Zelanda alegando que su persecución es el deterioro ambiental. En su país apenas hay agua potable. Nueva Zelanda le negó el asilo y Ioane perdió en los tribunales. En el caso de Siria, donde hay once millones de refugiados, es difícil separar las causas ambientales de las políticas, ya que unas profundizan en las otras. “No es fácil aislar las causas por las cuales una persona decide abandonar su hogar”, señaló Borràs. De hecho muchas no saben la causa fundamental. La Declaración de Derechos Humanos contempla el derecho a circular libremente pero no contempla el derecho de recepción. Y más que un derecho es una necesidad.
El pueblo inuit, que es nómada y vive en el Ártico, sufre los impactos del calentamiento y llegó a poner una demanda contra Estados Unidos como responsable de una cuarta parte de las emisiones del planeta. En el Sahel ya hay 19 millones de desplazados internos que se suman a los tres grandes focos: Etiopía, Bangladesh y México. Según ACNUR, en el año 2050 en el mundo habrá entre 250 y mil millones de personas “que se van a mover, y eso va a generar conflictos importantes”. Como dice Vandana Shiva, “no luchamos contra el cambio climático sino contra la estupidez humana” porque el planeta seguirá sin nosotros mientras nosotros establecemos límites a nuestra propia existencia. En este abuso climático también hay que visibilizar la injusticia porque los 23 países más industrializados han contribuido al 70 por ciento de las emisiones y porque las condiciones sociales y económicas hacen que algunos países estén más expuestos a las consecuencias del cambio.
Para que la situación cambie, según Borràs, primero hay que cambiar los marcos jurídicos, políticos y sociales actuales, como el Estatuto del refugiado, además de reformular el concepto de refugio y las políticas migratorias: “El cambio debe ser multinivel y multisectorial”.
La jornada terminó con un coloquio entre los tres ponentes coordinado por Cristina Monge, que habló de una “crisis de valores debajo de todo esto” y reclamó que faltan conceptos “que nos expliquen la nueva realidad”. “Es un desafío que nos obliga a repensarnos”.
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