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Bernardo Atxaga: «La fantasía es el realismo de los pobres»

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La Fundación César Manrique (FCM) acogió este jueves, 9 de noviembre, la conferencia del escritor Bernardo Atxaga, titulada «Contra los lugares comunes». Un acto celebrado en la sala José Saramago y enmarcado dentro del espacio de encuentro entre autores y público «El autor y su obra». Un foro en el que los invitados hablan sobre la relación que mantienen con su trabajo creativo y revisan las constantes que orientan su dedicación.

«Hablar de lo que uno ha sido y ha hecho parece lo más fácil del mundo aunque es una facilidad aparente» porque «cuando uno se pone a pensar casi no puede abarcar su vida», comenzó explicando el escritor vasco. El autor de «Historias de Obaba» dividió en dos partes su intervención, correspondientes a dos periodos de su vida y de su literatura: el mundo rural y el mundo de la violencia en el País Vasco.

Atxaga empezó su conferencia haciendo unas consideraciones generales. Los mapamundis antiguos, como el de Beato de Liébana, colocaban Jerusalén en el centro. A través del mapa sabemos «los valores que los lugares tenían para el beato», indicó. Jerusalén está en el centro del mundo gracias al relato de la Biblia y al apoyo de una organización como la Iglesia, mientras que otros lugares son marginales porque no cuentan con ninguno de esos dos elementos. A juicio del escritor, «los mapas de valor se hacen constantemente y en ellos hay unos lugares centrales y otros marginales». Atxaga explicó que el mapa de valor de las mujeres de hace cien años en España era marginal y puso el ejemplo de que cuando moría un hombre se hacían doce toques de campana, mientras que cuando fallecía una mujer eran ocho.

Por tanto, cuando se hace un mapa de valor se generaliza. «Es lo normal porque no podemos hablar con una precisión total, y los lugares comunes ayudan a ahorrar tiempo. En ocasiones no tienen mala intención pero, otras veces, van cargados de veneno, de agresividad o de clasismo», matizó. Y eso es lo que, en opinión del conferenciante, ocurre con el mundo rural, que en la dicotomía entre lo urbano y lo rural, se coloca lo segundo como «extremadamente negativo».

En este sentido, explicó cómo se utiliza al campesino como contrafigura del señorito de ciudad. «En el mapa de valor, el campesino está en el lugar más bajo posible». Además, ese estereotipo aún está muy vigente, de forma burda, incluso entre los escritores, comentó. Atxaga nació en Asteasu, un pequeño pueblo de Guipúzcoa: «Yo he sido situado en estos mapas de valor por el lugar en que he nacido». No solo eso. Se crea un estereotipo de estos campesinos «como si fueran homogéneos», cuando si algo caracteriza a los seres humanos «es lo diferentes que somos». 

Para Bernardo Atxaga, si el modelo para entender el mundo no fuera un mapa físico sino uno cultural, «sería muy distinto» porque «culturalmente, no hay nada en el mundo que exista de forma separada». Europa y lo que se conoce como el mundo occidental están alimentados por el cristianismo, «hay una unidad en ese sentido», del mismo modo que se nutre de la sustancia homérica que impregna los relatos de todas las lenguas.  

Hasta hace cien años, cuando las personas se desplazaban a pie o a caballo, todos los lugares eran centrales porque el radio de movimiento era de unos 15 kilómetros, y por tanto ese círculo adquiría una centralidad. «Esto hace que ese círculo, a su vez, tenga el mayor grado de diversidad que pueda existir» aunque se trate de un pueblo de apenas cien habitantes.

El estereotipo sobre lo rural también actuó negativamente sobre Atxaga, del mismo modo que el mapa de valor literario, que no aprecia la oralidad porque se asocia al primitivismo. El escritor narró un viaje a Nápoles con su madre y un grupo de jubilados en el que en las ruinas de Pompeya ve una representación de dos niñas jugando a la taba y se da cuenta de que para los juegos infantiles no ha habido cambio, se ha mantenido el hilo de miles de años entre Pompeya y Asteasu. En ese mundo antiguo se puede hablar de animales fantásticos o de fantasmas pero no de psiquiatría ni de política. Ese es el punto de partida de las «Historias de Obaba», su libro más conocido. Comentó el lenguaje que utilizó para esas narraciones y leyó algún fragmento del libro. Para ser fiel a un lugar hay que construir un relato con los elementos de ese lugar. También afirmó que «la fantasía es el realismo de los pobres».

Para la segunda parte que quería abordar, la de la literatura relacionada con la violencia, comenzó diciendo que el gran cambio en su vida ocurrió en 1965 cuando se fue a vivir a Andoáin, a unos pocos kilómetros de su pueblo natal, de ese lugar sin psicología ni política. La realidad era bien distinta. Nombró una serie de personas que pertenecieron a ETA, o al Batallón vasco español o que fueron víctimas, que convivían en ese pequeño espacio y que él conoció. «Estábamos todos en el mismo baile». Respecto a la violencia, dijo que «hasta que empieza, todo es posible, pero cuando empieza es imparable».

El escritor manifestó lo difícil que es llegar a la verdad de esa situación. Por una parte, aunque sea complicado, se puede hacer ficción sin pertenecer a un mundo, pero respecto a la realidad, «cuando es tan compleja, incluso perteneciendo a esa realidad, es muy difícil construir una representación que se parezca a la verdad o a la belleza». Esa es la intención que le llevó a escribir contra el estereotipo y lo «único serio» que pretendía decir en este sentido. Se mostró «alegre» de haber dejado atrás ese mundo de violencia y ese «mundo abismal» al que dedicó tres libros. 

Bernardo Atxaga actualmente escribe «cosas más libres, más frikis», de hecho algunos han calificado sus últimos libros como «inusuales». No obstante, el autor señaló que con este tipo de registros literarios, se «ríe más» y se siente «más feliz». Para concluir, reivindicó el papel de la literatura infantil, por encontrarse marginada, y acabó afirmando que «en cualquier lugar se puede llegar a lo poético».

Más información: Nota de prensa

Grabación de la conferencia: Grabación

13 novembre 2023