José Molina y Gabriel Fernández se incorporan a la Colección Islas de memoria




Lleno absoluto en la Sala José Saramago de La Plazuela para asistir a la presentación de los libros ‘Gabriel Fernández Martín’ y ‘José Molina Orosa. Luz en tiniebla’, de Félix Delgado y Gregorio Cabrera, respectivamente. Unas doscientas personas, el pasado 8 de abril, escucharon las explicaciones de los autores del tercer y cuarto volumen de la colección ‘Islas de memoria’. El director de la FCM, Fernando Gómez Aguilera, recordó la doble finalidad de la colección: rescatar del olvido a personajes relevantes de Lanzarote y formar una biblioteca básica insular que dé pie a “una historia de las mentalidades de la Isla”, y, por otro lado, dar la oportunidad editorial a jóvenes investigadores locales.

 
JOSÉ MOLINA OROSA

El “contador de historias”, según su propia definición, y periodista de
La Provincia, Gregorio Cabrera, explicó su proceso de acercamiento al médico José Molina Orosa (1883-1966), “una buena persona que rehuía las medallas”. A Molina, con cincuenta años, le dedicaron una calle en Arrecife y montó en cólera. Ese rastro de la personalidad del médico marcó el enfoque de la investigación. “No quería que se pudiera enfadar conmigo por escribir un libro sobre él”, señaló Cabrera, que decidió poner en el mismo plano de protagonismo al médico y a sus enfermos, principalmente a los más desfavorecidos de la Isla.
Molina Orosa fue la luz en la tiniebla del Lanzarote de la primera mitad del siglo XX. “Un lugar terrorífico con una mortalidad africana —según señaló Cabrera— que sonaba a tos, a llanto y a entierritos”. “Lo peor —además— era que a las autoridades les daba igual”. En ese contexto irrumpe José Molina. “Nadie que tocó a su puerta se quedó sin ser atendido”, dijo Cabrera. El doctor no sólo logra cambiar, según su biógrafo, la oscuridad, sino también los sonidos de Arrecife ya que lleva “una melodía de esperanza” a los pobres, convertida en metáfora por el ruido de su bastón (con tres años sufrió la polio), sus pasos en la escalera para abrir la puerta a los enfermos o el run run del motor de su fotingo cuando acudía a una consulta.
José Molina dedicó más de la mitad de su vida a poner en marcha el Hospital Insular. Empezó con ese afán en 1910 y finalmente se abrió en 1950. Por supuesto, no acudió a la inauguración. Molina estuvo a punto de ser el primer presidente del Cabildo en 1913. Perdió por un voto y dimitió en 1915, convirtiéndose, según Cabrera, en uno de los pocos políticos que ha presentado su dimisión en España en el último siglo. Como médico, “no sólo destacó por su humanidad, por tratar a todos los pacientes como seres humanos”, sino también por su ojo clínico, en una época y lugar donde era muy difícil acceder a pruebas diagnósticas. El doctor también tuvo una faceta artística. Como poeta, aunque modesto, publicó ocasionalmente en la revista madrileña La Latina, junto a escritores de la talla de Rubén Darío o Unamuno.

“Los protagonistas de Islas de memoria —señaló Cabrera— nos deben servir de lección para el futuro”. El periodista lanzaroteño apostó por que su obra pueda hacer que la llama de José Molina siga viva.

 
GABRIEL FERNÁNDEZ

El historiador Félix Delgado, autor del libro ‘Gabriel Fernández Martín’ comenzó su intervención con el deseo de que la colección sirva como plataforma para que los historiadores se retroalimenten. El fotógrafo Gabriel Fernández (1920-1985) fue el promotor de la profesionalización de la fotografía en la Isla. Nació en Arrecife en una época donde las inquietudes culturales apenas podían desarrollarse. No tuvo una formación reglada pero “fue muy activo culturalmente y se lanzó a conocer Lanzarote con su kodak al hombro”, señaló Delgado. Su biógrafo sitúa a Fernández en la gran época de la fotografía en Canarias, con exposiciones y concursos en las dos capitales e incluso en Lanzarote.

“Fernández dignificó la actividad como fotógrafo”. La profesionalizó, se arriesgó y abrió varios establecimientos que le permitieron, además, dedicarse a otras facetas de la fotografía que Delgado fue desgranando, exponiendo a su vez a la sala alguna de sus obras. En el aspecto artístico participó en varias exposiciones destacando la de la Sala Neblí, en Madrid en 1959, comisariada por César Manrique. También fue un “retratista meritorio” que pretendía dar a conocer la psicología de la persona a la que retrataba. Como fotoperiodista colaboró ente otros con los periodistas Guillermo Topham y Agustín de la Hoz y, a pesar de la censura intentaba reflejar los atrasos y problemas de la Isla como denuncia. Publicó en El Eco de Canarias, Antema, Falange, La Provincia o Diario de Las Palmas, además de en agencias nacionales.

La última faceta en la que se detuvo Félix Delgado fue en la de Gabriel como creador de la imagen turística de Lanzarote, con la elaboración de guías, postales, revistas e incluso con los programas de fiestas de San Ginés. “Intentó captar las grandes excelencias de Lanzarote”, señaló Delgado, tanto del campo, del paisaje, la arquitectura, etc. “Es uno de los mejores fotógrafos que ha tenido Lanzarote y un buen fotógrafo en el ámbito de Canarias”. “Formó parte —concluyó Delgado— de la penúltima hornada de personas que amó Lanzarote”. El historiador terminó su intervención con una frase del fotógrafo: “Palmo a palmo recorro muchas veces la Isla pero siempre descubro nuevas maravillas”.




Lleno absoluto en la Sala José Saramago de La Plazuela para asistir a la presentación de los libros ‘Gabriel Fernández Martín’ y ‘José Molina Orosa. Luz en tiniebla’, de Félix Delgado y Gregorio Cabrera, respectivamente. Unas doscientas personas, el pasado 8 de abril, escucharon las explicaciones de los autores del tercer y cuarto volumen de la colección ‘Islas de memoria’. El director de la FCM, Fernando Gómez Aguilera, recordó la doble finalidad de la colección: rescatar del olvido a personajes relevantes de Lanzarote y formar una biblioteca básica insular que dé pie a “una historia de las mentalidades de la Isla”, y, por otro lado, dar la oportunidad editorial a jóvenes investigadores locales.

 
JOSÉ MOLINA OROSA

El “contador de historias”, según su propia definición, y periodista de
La Provincia, Gregorio Cabrera, explicó su proceso de acercamiento al médico José Molina Orosa (1883-1966), “una buena persona que rehuía las medallas”. A Molina, con cincuenta años, le dedicaron una calle en Arrecife y montó en cólera. Ese rastro de la personalidad del médico marcó el enfoque de la investigación. “No quería que se pudiera enfadar conmigo por escribir un libro sobre él”, señaló Cabrera, que decidió poner en el mismo plano de protagonismo al médico y a sus enfermos, principalmente a los más desfavorecidos de la Isla.
Molina Orosa fue la luz en la tiniebla del Lanzarote de la primera mitad del siglo XX. “Un lugar terrorífico con una mortalidad africana —según señaló Cabrera— que sonaba a tos, a llanto y a entierritos”. “Lo peor —además— era que a las autoridades les daba igual”. En ese contexto irrumpe José Molina. “Nadie que tocó a su puerta se quedó sin ser atendido”, dijo Cabrera. El doctor no sólo logra cambiar, según su biógrafo, la oscuridad, sino también los sonidos de Arrecife ya que lleva “una melodía de esperanza” a los pobres, convertida en metáfora por el ruido de su bastón (con tres años sufrió la polio), sus pasos en la escalera para abrir la puerta a los enfermos o el run run del motor de su fotingo cuando acudía a una consulta.
José Molina dedicó más de la mitad de su vida a poner en marcha el Hospital Insular. Empezó con ese afán en 1910 y finalmente se abrió en 1950. Por supuesto, no acudió a la inauguración. Molina estuvo a punto de ser el primer presidente del Cabildo en 1913. Perdió por un voto y dimitió en 1915, convirtiéndose, según Cabrera, en uno de los pocos políticos que ha presentado su dimisión en España en el último siglo. Como médico, “no sólo destacó por su humanidad, por tratar a todos los pacientes como seres humanos”, sino también por su ojo clínico, en una época y lugar donde era muy difícil acceder a pruebas diagnósticas. El doctor también tuvo una faceta artística. Como poeta, aunque modesto, publicó ocasionalmente en la revista madrileña La Latina, junto a escritores de la talla de Rubén Darío o Unamuno.

“Los protagonistas de Islas de memoria —señaló Cabrera— nos deben servir de lección para el futuro”. El periodista lanzaroteño apostó por que su obra pueda hacer que la llama de José Molina siga viva.

 
GABRIEL FERNÁNDEZ

El historiador Félix Delgado, autor del libro ‘Gabriel Fernández Martín’ comenzó su intervención con el deseo de que la colección sirva como plataforma para que los historiadores se retroalimenten. El fotógrafo Gabriel Fernández (1920-1985) fue el promotor de la profesionalización de la fotografía en la Isla. Nació en Arrecife en una época donde las inquietudes culturales apenas podían desarrollarse. No tuvo una formación reglada pero “fue muy activo culturalmente y se lanzó a conocer Lanzarote con su kodak al hombro”, señaló Delgado. Su biógrafo sitúa a Fernández en la gran época de la fotografía en Canarias, con exposiciones y concursos en las dos capitales e incluso en Lanzarote.

“Fernández dignificó la actividad como fotógrafo”. La profesionalizó, se arriesgó y abrió varios establecimientos que le permitieron, además, dedicarse a otras facetas de la fotografía que Delgado fue desgranando, exponiendo a su vez a la sala alguna de sus obras. En el aspecto artístico participó en varias exposiciones destacando la de la Sala Neblí, en Madrid en 1959, comisariada por César Manrique. También fue un “retratista meritorio” que pretendía dar a conocer la psicología de la persona a la que retrataba. Como fotoperiodista colaboró ente otros con los periodistas Guillermo Topham y Agustín de la Hoz y, a pesar de la censura intentaba reflejar los atrasos y problemas de la Isla como denuncia. Publicó en El Eco de Canarias, Antema, Falange, La Provincia o Diario de Las Palmas, además de en agencias nacionales.

La última faceta en la que se detuvo Félix Delgado fue en la de Gabriel como creador de la imagen turística de Lanzarote, con la elaboración de guías, postales, revistas e incluso con los programas de fiestas de San Ginés. “Intentó captar las grandes excelencias de Lanzarote”, señaló Delgado, tanto del campo, del paisaje, la arquitectura, etc. “Es uno de los mejores fotógrafos que ha tenido Lanzarote y un buen fotógrafo en el ámbito de Canarias”. “Formó parte —concluyó Delgado— de la penúltima hornada de personas que amó Lanzarote”. El historiador terminó su intervención con una frase del fotógrafo: “Palmo a palmo recorro muchas veces la Isla pero siempre descubro nuevas maravillas”.