La lógica del paisaje frente al capital desbocado

La economía y el paisaje están condenados a entenderse. Sin embargo, hasta ahora se ha impuesto el criterio de la primera, lo cual ha tenido en demasiadas ocasiones consecuencias nefastas para ambos, pues un modelo que no respeta la diversidad será además menos eficiente y duradero que uno que sí lo haga. Los paisajistas europeos que participan en la muestra  Grandes paisajes de Europa de la Fundación César Manrique (FCM) hicieron aflorar estas y otras ideas en el transcurso del debate celebrado en el marco de la exposición. Sus conclusiones, plasmadas en un documento ahora en fase de redacción, se elevarán a la Comisión Europea  para avivar la llama del diálogo alrededor de la Convención Europea del Paisaje, que en el caso de España entró en vigor el pasado uno de marzo, justo un día después de un cónclave de expertos que reunió a algunas de las más prestigiosas figuras europeas en este campo.

El gran capital galopa por Europa y el mundo como un caballo desbocado e indómito que no duda en pisotearlo todo a su paso. ¿Pero quién puede embridar a la bestia? “El problema es la desconexión entre la economía y las necesidades humanas, algo que los paisajistas deben resolver, pero tienen que hacerlo a contracorriente de la economía actual”, señala Lorette Coen, comisaria de la exposición y moderadora de la sesión de trabajo junto a Lisa Diedrich, especialista en arquitectura del paisaje. Coen recalca el “carácter cultural del paisaje” y la importancia de intervenir en él con “una visión a largo plazo”, dos conceptos que no siempre tienen silla en los consejos de administración. “Los proyectos que están aquí son excepcionales, pero en realidad son los que deberían ser siempre”, comenta en alusión a los trabajos que se pueden ver en la Sala José Saramago de Arrecife y la Sala Manrique del Taro de Tahíche.

La fórmula

Los paisajistas ponen sobre la mesa una pócima cuyos ingredientes son la racionalidad y el respeto al medio y que, además, no es en absoluto incompatible con el desarrollo económico y social. Ellos lo llaman “la lógica del paisaje”. Lisa Diedrich aporta más datos sobre los componentes de la fórmula. “Cuando uno respeta la lógica del paisaje desarrolla ciudades y entornos rurales más durables, eficaces económicamente y con mayor calidad de vida”, explica. En realidad, se está hablando de la más llana y pura sensatez: tener en cuenta los vientos dominantes, impulsar una jardinería en base a plantas autóctonas que no necesiten riegos ni tratamientos suplementarios, no construir en los cauces del agua… Sentido común. Es el camino para alcanzar la verdadera meta del paisajista y de una sociedad inteligente, es decir, “transformar un sitio para convertirlo en algo mejor”.

“Hay economías que destruyen paisajes”, recuerda Diedrich. Y asume que todavía queda mucho trabajo por hacer para evitar que esto siga ocurriendo. “Hay que buscar una manera de transportar estos valores al nivel político europeo, pero la conclusión es que es muy complicado estar frente a la economía. Pero no se puede aceptar todo. Hay que enfrentarse a ella y proponer modelos alternativos”, sentencia. Aquí se tropieza con otro obstáculo: la presión y la influencia del capital sobre la administración pública.

Georges Descombes, arquitecto del paisaje, profesor del Instituto de Arquitectura de la Universidad de Ginebra y redactor del proyecto para dar nueva vida al río Aire y a su ribera junto al Grupo ADR Arquitectos, saca a relucir su vehemencia y reivindica el poder de “decir no” a las iniciativas claramente insostenibles. El autodenominado “jardinero planetario”, Gilles Clément, que colaboró con Jean Nouvel en el Museo Quai de Branly de París, se muestra escéptico sobre la existencia de una voluntad generalizada de cambiar los parámetros de intervención en el paisaje. “No queremos cambiar nuestra economía, pero lo cierto es que hay que apostar por una economía basada en la protección de la diversidad”.

El galope del caballo desbocado ha dejado huellas dramáticas. Ha ocurrido en la Lusacia alemana, donde décadas de febril actividad minera han convertido 500.000 hectáreas en un fantasmal retazo de la luna. Pero incluso en el horror puede germinar la belleza si se deja actuar a los paisajistas. Rolf Kuhn, profesor de la Internationale Bauausstellung, dirige el mayor proyecto de regeneración paisajística de Europa, un trabajo hercúleo que quiere sanear, reforestar, convertir los cráteres en lagos y devolver la vitalidad a un espacio muerto. Kuhn abre una nueva puerta en el debate y deja bien claro que el equilibrio de fuerzas, al margen de deseable, es perfectamente posible. “Si planificamos bien, podemos desarrollar economía y paisaje creando nuevos valores al respecto, porque sólo podemos hacer feliz a la gente si se sienten cómodos donde viven”, dice.

 Paisaje y democracia

Aquello que se extiende ante nosotros, más allá de una vista más o menos agradable, es también un reflejo de la forma que tienen los vecinos, empresarios e instituciones de relacionarse con su medio ambiente. Por lo tanto, arroja pistas fiables sobre su salud democrática. El director de la FCM, Fernando Gómez Aguilera, dejó en el aire esta cuestión en la bienvenida a los paisajistas. “En la Fundación estamos convencidos de que los paisajes de mala calidad producen ciudadanos de mala calidad y éstos malas democracias”, planteó. “No sólo hay que considerar los aspectos técnicos, sino los culturales. Una buena democracia se puede basar en un buen paisaje”, sostuvo también Lisa Diedrich.  

El paisaje necesita sentir el latido de los ciudadanos. Paolo L. Bürgi, catedrático de Arquitectura del Paisaje por la Universidad de Filadelfia y autor del proyecto en la montaña Carcada (Locarno, Suiza), piensa que “a veces las cosas cambian porque una persona decide luchar por su ciudad”. “Cuando uno empieza a cuidar el paisaje urbano o rural en el que vive puede influir en la sociedad”, conviene Lisa Diedrich. La sensibilización ciudadana debe ser el principal motor del pretendido golpe de timón. “El sistema educativo en los países nórdicos anima a los niños a decir qué harían ellos para mejorar su pueblo. Así se logra involucrar a la población”, pone como ejemplo Peter Latz, Catedrático de Arquitectura del Paisaje y Planeamiento en Munich.

El loco deambular del capital prosigue. Los paisajistas han dado en Lanzarote un paso al frente para empezar a frenarlo.