Presentada la biografía de Saramago en la Feria del Libro de Sevilla

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El sábado, 8 de mayo, en la Feria del Libro de Sevilla fue presentado el libro José Saramago. La consistencia de los sueños. (Biografía cronológica), editado por la Fundación César Manrique, en un acto organizado por la Universidad de Sevilla, como conmemoración de la investidura Honoris Causa de Saramago hace 20 años. El autor del libro, Fernando Gómez Aguilera estuvo arropado por el vicepresidente tercero del Gobierno, Manuel Chaves, el catedrático Javier Pérez Royo y centenares de espectadores que llegaron a completar el aforo de la carpa en la Plaza Nueva.

El acto lo cerró por sorpresa José Saramago que siguió la presentación a través de la web de la Feria. Saramago quiso comunicarse con los asistentes a través de un sms, en el que daba las gracias a todos, destacando “la exageración de los sevillanos por los afectos” y devolvió “el cariño y respeto demostrado en el acto”. Por último, se despidió animando a los presentes “a seguir, que el camino espera”.

Manuel Chaves introdujo la obra afirmando que Saramago siempre ha sido “uno de los nuestros” desde que “Andalucía se cruzó en su vida” cuando conoció a su mujer, Pilar del Río, en 1986. “Pesimista por la razón, optimista por voluntad, Saramago siempre ha sido un amigo y cómplice de los andaluces”. Chaves apuntó asimismo que Saramago, para definirse como un pesimista, “ha demostrado creer en el presente de forma tajante”. “Hay escritores tan importantes para nosotros, como Saramago, que forman parte de nuestra vida y experiencias más profundas”.

Con respecto al libro de Gómez Aguilera, comisario de la exposición sobre el escritor que organizó la Fundación César Manrique en 2007, Manuel Chaves afirmó que “casi recoge toda la extensa vida del escritor”. Además, apuntó que “el libro recorre año a año y recuerdo a recuerdo su vida”. “Más que ‘La consistencia de los sueños’, debería llamarse ‘la contundencia de la memoria”, dijo. Por último, añadió que, reconociendo su genio, su vida resulta “ejemplo esperanzador para los que pasan de los 50, 60, 70 y 80 años”.

Por su parte, Javier Pérez Royo, antiguo rector de la Universidad de Sevilla comentó durante el acto de presentación que Saramago comenzó formalmente su romance con la literatura cuando ya dejaba atrás el medio siglo, una edad con la que “la mayoría empieza la retirada o la prórroga”.

José Saramago. La consistencia de los sueños (Biografía cronológica) es un retrato del Nobel trazado por Fernando Gómez Aguilera, director de la Fundación César Manrique y amigo personal del literato.

Gómez Aguilera repasó la vida de Saramago tomando como referencia su libro. En primer lugar, resaltó que vino a Sevilla “para abrazar a uno de los novelistas dotados de mayor talento entre los escritores vivos”, según reconociera Harold Bloom. Se refirió a Saramago en sus inicios como un “obrero de las letras” —traductor, periodista, escritor…— durante dos tercios de su vida, para convertirse a partir de los años 80 en un “Príncipe de la literatura”.

“La vida de Saramago —prosiguió Gómez Aguilera— es como un gran árbol de raíces profundas hundidas en un suelo fértil, con un tronco y una copa colmada de frutos. Se refirió al narrador portugués afincado en Lanzarote como un hombre que entiende que la felicidad es mirarse en el espejo y ver que no hemos hecho daño a los demás”.

Patrono de la Fundación José Saramago, Fernando Gómez Aguilera decidió acometer la biografía del Nobel “no como un pintor de retratos”, la manera convencional de abordar este tipo de obras, “sino como un cartógrafo, haciendo un levantamiento de los hitos topográficos de la trayectoria vital de Saramago, de su obra y de su proyección como intelectual crítico”. José Saramago es “una de las grandes conciencias universales contemporáneas”, aseguró Gómez Aguilera, “es un escritor polémico y racionalista, generoso y directo, austero y reservado, complejo e infatigable, así como un ciudadano portugués que incita a no resignarnos, sino a indignarnos”.

Asimismo, destacó que el Nobel “interpreta el papel del intelectual como el de un contrapoder, ejerciendo una función crítica, la de reclamar el cumplimiento de los derechos humanos y denunciar el error y la hipocresía del mundo”. Según el biógrafo, Saramago acompaña su celebrada obra literaria con “una sostenida intervención pública”, hasta el punto de encarnar, según indicó, “una de las conciencias críticas contemporáneas con mayor influencia y prestigio intelectual”. Saramago está “siempre abierto a pensar libremente, a intervenir y a desasosegar con sus palabras”, explicó.

Saramago, asegura el biógrafo, “ha sido un escritor anómalo en todos los sentidos, tanto por lo mucho que ha escrito como por las obligaciones que él se impone como ciudadano”. El ser “un escritor reconocido y haber tenido más brillo todavía a partir del Nobel, no le ha servido nunca de coartada para camuflar sus obligaciones como ciudadano. La musculatura de su literatura no ha sido excusa para que su compromiso ideológico, social y político se atenuara”, señala.

Con respecto a su libro, José Saramago. La consistencia de los sueños, apuntó que se trata de “una metonimia” de la trayectoria vital del Premio Nobel, una parte significativa de un todo muy amplio, inabarcable.

La Cronobiografía es fruto del trabajo de investigación que el autor realizó durante cuatro años para la exposición “José Saramago. La consistencia de los sueños”, producida por la Fundación César Manrique y que se inauguró en Lanzarote en noviembre de 2007. Luego viajó a Lisboa y a Sao Paulo. Su comisario fue el propio Gómez Aguilera (San Felices de Buelna, Cantabria). Durante ese tiempo tuvo acceso a múltiples materiales, entre ellos un contingente que corresponde a lo que podría llamarse “la arqueología literaria de Saramago”. Pertenecen a los años 40 y 50 y entre ellos “hay teatro, poesía y novelas inacabadas”, inéditos y desconocidos, señala Gómez Aguilera, que mostró primero esos documentos en la exposición y los ha utilizado luego para el libro. Con más de 300 páginas y 200 imágenes, se trata de una biografía enriquecida con numerosos comentarios de Saramago sobre su propia vida, sus obras y su compromiso como ciudadano.

FUENTES: Ana Mendoza (Efe), José Gallego Espina (El Correo) y EUROPA PRESS

Ángeles Mastretta

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Ángeles Mastretta: “Escribo para contar la certeza de que estos tiempos tienen remedio”

El pasado 25 de marzo Juan Cruz presentaba en la FCM junto a Pilar del Río su último libro Egos revueltos, en el que recoge anécdotas sobre los escritores que ha frecuentado a lo largo de su vida. La presidenta de la Fundación José Saramago recriminó al escritor tinerfeño que apenas hubiera nombres de mujer entre la relación de egos descritos y citó a algunas escritoras que merecían habitar en las páginas del libro. Una de ellas fue Ángeles Mastretta. “Decir su nombre en alto fue un conjuro”, dijo ayer Pilar del Río, que volvía a la FCM, en esta ocasión a la sala de la Plazuela, para acompañar precisamente a la escritora mexicana en su conferencia, dentro del ciclo El autor y su obra.

Mastretta es una conferenciante notable, cercana y aguda. Busca y encuentra la complicidad del público y es capaz de desatar carcajadas sin que se note cómo tira del nudo. Contó su vida, su obra, su enfermedad y acabó leyendo sus textos. Comenzó con una breve reflexión sobre el motivo de la escritura (“que estén ustedes aquí me ayuda a creer que vale la pena escribir”) y pasó a hablar de su infancia “febril y feliz”, su adolescencia “consternada”, su padre, que escribía los domingos para un periódico que nunca le pagó, su madre, “tímida y drástica”, su hermana, presente en la sala, sus hijos, su pareja… Estudió periodismo en México DF “para buscar la verdad como una mezcla de verdades” y se quedó a vivir en esa ciudad: “Bendigo mi desgracia de vivir en México DF”. Se definió como “indecisa, impuntual, friolenta, incapacitada para dar órdenes y para decir no”, seducida por las causas perdidas y regida por el deseo de contar el mundo y las cosas en las que cree.


Tras la vida, la obra. “¿Para qué escribe una un libro?, se preguntó. Primera razón: “Para sentirse acompañada”. “Los escritores somos menos certeros que los físicos y más empeñados en la magia que los médicos”, dijo después de explicar las dificultades a las que se enfrenta un escritor para hacer interesante y creíble aquello que escribe. Segunda razón: “Para poder vivir todas las vidas que no podemos vivir nosotros” y porque “nuestra realidad puede mejorar si convocamos otras realidades”. Reconoció que es experta en finales felices y que sólo una vez comenzó un libro sabiendo cómo iba a acabarlo, aunque no lo cumplió. Transmitió su “obsesión por las palabras”, “por cómo suenan y se combinan”. “Ésa es la parte más secreta de mi vida privada”, dijo. El desvelo por trazar la novela, por dibujar un destino para los personajes, es algo solitario. “A nadie le interesa”. Sólo apuntó una trampa sobre el oficio de escribir: “Para que las cosas parezcan naturales tiene que haber un artificio”. Y tercera razón: “Para contar la certeza de que estos tiempos tienen remedio, no son peores que otros”.
A partir de aquí comenzó un coloquio entre Pilar del Río y Ángeles Mastretta. La periodista invitó a la escritora a que hablara sobre su enfermedad, la epilepsia. “Una enfermedad de genios”, según le dijo el poeta Renato Leduc. La autora de Mujeres de ojos grandes explicó, entre carcajadas del público, su relación con la epilepsia desde que tuvo conocimiento de ella y su evolución hasta la actualidad, que ha ido desapareciendo. También explicó el motivo de su inmediato viaje a Milán con su hermana Verónica. Va a ir a conocer a Ludovica, una mujer que se enamoró de su padre porque le hacía reír mientras caían las bombas en Italia en la Segunda Guerra Mundial. Mastretta había comenzado la conferencia contando que José Saramago le había retado a que se centrara en escribir un nuevo libro y no tanto en el blog que escribe en El País (http://lacomunidad.elpais.com/puerto-libre) y terminó comprometiéndose con el público, con sus lectores, a escribir esa historia, “la de quiénes eran estas dos personas y el mundo en que vivieron antes de que naciéramos”. La autora mexicana cerró la conferencia leyendo textos propios, sobre la felicidad, sobre el juego…  y aunque había advertido que tiene la certidumbre de que no entiende nada, concluyó con una certeza: “La felicidad no se busca, se encuentra”.

El urbanismo B frente al urbanismo de espectáculo

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El origen más remoto del libro Urbanismo para náufragos. Recomendaciones sobre planeamiento y diseño urbano hay que buscarlo en el año 1998, cuando se cumplían cincuenta años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Los arquitectos Manuel Saravia y Pablo Gigosos quisieron combinar “los dos grandes logros del Siglo XX”. Por una parte, esa Declaración y, por otra, la ciudad, como la gran conquista de la civilización. Esa línea de trabajo les ha acompañado ya durante más de una década, primero con el libro editado en 2003, La ciudad y los derechos humanos, en el que no hablaban del derecho a la ciudad, sino de la materialización de los derechos humanos vinculados a la ciudad, y después con un taller en la propia Fundación César Manrique en 2007, con el mismo título que el libro, que se repitió en Zaragoza y en Bogotá y finalmente con varios cortometrajes de autores españoles.

El jueves 22 de abril, sus dos autores presentaron el libro, que hace el número seis de la Colección Ensayo de la FCM. En su línea de trabajo, los arquitectos parten de la base de que la referencia para hacer ciudad debe ser el último de los ciudadanos, no el ciudadano medio. Si se atiende a ese “último ciudadano”, habrá un efecto multiplicador. El urbanismo que proponen Saravia y Gigosos se preocupa de lo básico. “Primero facilitemos que se pueda ir andando por la ciudad y luego ya haremos el resto”, señaló Saravia, que apuesta por el llamado “urbanismo B” frente al urbanismo de espectáculo, aunque no se propone que uno sustituya al otro, ya que “es una batalla perdida”. “No pretendemos que sea global ni que esté integrado con el resto, pero sí que esté presente”. Por último, se plantean la necesidad de hacer frente a los gigantes, a las grandes empresas que tienen intereses que chocan “con la ciudad más medida”. Por eso planean la conveniencia de plantear estándares para no dejar abierto el criterio de lo que se puede y no se puede hacer en la ciudad.

Saravia y Gigosos dividieron la presentación en dos partes. Tras la explicación del origen del libro, pasaron a exponer tres aspectos que son imprescindibles en su planteamiento: la empatía, la resistencia y los Derechos Humanos. Según Gigosos, lo principal es modificar las actitudes. En el siglo XVIII, las novelas formaban conciencia, apelaban a la razón y al sentimiento. Richardson o Rousseau consiguieron crear empatía, sensibilizar a la gente para hacer cambiar las actitudes. La empatía, por tanto, es necesaria para implicarse en el desarrollo de los derechos. Gigosos se centró en un derecho básico: la movilidad, el derecho de los peatones a poder desplazarse caminando, para lo que se necesita que el espacio sea apto para ello. “Todas las ciudades están huérfanas en contemplar los movimientos de los peatones”, aseguró. En España, por ejemplo, muchos trabajadores del campo, en su mayoría inmigrantes, se mueven por las carreteras para ir a la ciudad. En África, donde todo el mudo se mueve por las carreteras, éstas, sin embargo, están pensadas sólo para los coches.

Saravia se refirió a la resistencia. “Siempre hay reacción frente a la expansión de los nuevos derechos y, ante ello, hay que resistir”, manifestó Saravia, que reflejó tres tesis sobre la resistencia: la perversidad, que afirma que la resistencia exacerba aquello frente a lo que actúa; la futilidad, que dice que resistir no sirve para nada, y el riesgo, que asegura que resistir pone en peligro otros logros. Pasando a la práctica, se detuvo en el caso de las viviendas sociales en Gran Bretaña, que su construcción ha sufrido un fuerte retroceso. Después de la Segunda Guerra Mundial, los laboristas sólo dejaban construir una vivienda pública por cada cuatro privadas, hasta que llegó Margaret Thatcher y desmanteló el sistema. Hoy surgen muchas leyes de derecho a la vivienda, pero no van acompañadas de una gran inversión pública.

El tercer aspecto es la Declaración de Derechos Humanos, con la que empezó la presentación. Gigosos explicó cómo se fueron plasmando los derechos y cómo algunos, por ejemplo la seguridad, se fueron desarrollando después. La seguridad está muy relacionada con las ciudades; de hecho, las palabras muralla y ciudad tienen el mismo origen tanto en inglés como en chino. Hoy se ha llegado en algunas ciudades a construir comunidades cerradas en las que viven privilegiados que pagan por disfrutar de una protección privada diferenciada: “Por eso hay que intentar conseguir normas para que esto no aparezca y que haya espacios públicos que atraviesen todo”, señaló el arquitecto.

José Molina Orosa y Gabriel Fernández Martín se incorporan a la Colección Islas de memoria

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Lleno absoluto en la Sala José Saramago de La Plazuela para asistir a la presentación de los libros ‘Gabriel Fernández Martín’ y ‘José Molina Orosa. Luz en tiniebla’, de Félix Delgado y Gregorio Cabrera, respectivamente. Unas doscientas personas, el pasado 8 de abril, escucharon las explicaciones de los autores del tercer y cuarto volumen de la colección ‘Islas de memoria’. El director de la FCM, Fernando Gómez Aguilera, recordó la doble finalidad de la colección: rescatar del olvido a personajes relevantes de Lanzarote y formar una biblioteca básica insular que dé pie a “una historia de las mentalidades de la Isla”, y, por otro lado, dar la oportunidad editorial a jóvenes investigadores locales.

José Molina Orosa
 

El “contador de historias”, según su propia definición, y periodista de La Provincia, Gregorio Cabrera, explicó su proceso de acercamiento al médico José Molina Orosa (1883-1966), “una buena persona que rehuía las medallas”. A Molina, con cincuenta años, le dedicaron una calle en Arrecife y montó en cólera. Ese rastro de la personalidad del médico marcó el enfoque de la investigación. “No quería que se pudiera enfadar conmigo por escribir un libro sobre él”, señaló Cabrera, que decidió poner en el mismo plano de protagonismo al médico y a sus enfermos, principalmente a los más desfavorecidos de la Isla.

Molina Orosa fue la luz en la tiniebla del Lanzarote de la primera mitad del siglo XX. “Un lugar terrorífico con una mortalidad africana —según señaló Cabrera— que sonaba a tos, a llanto y a entierritos”. “Lo peor —además— era que a las autoridades les daba igual”. En ese contexto irrumpe José Molina. “Nadie que tocó a su puerta se quedó sin ser atendido”, dijo Cabrera. El doctor no sólo logra cambiar, según su biógrafo, la oscuridad, sino también los sonidos de Arrecife ya que lleva “una melodía de esperanza” a los pobres, convertida en metáfora por el ruido de su bastón (con tres años sufrió la polio), sus pasos en la escalera para abrir la puerta a los enfermos o el run run del motor de su fotingo cuando acudía a una consulta.

José Molina dedicó más de la mitad de su vida a poner en marcha el Hospital Insular. Empezó con ese afán en 1910 y finalmente se abrió en 1950. Por supuesto, no acudió a la inauguración. Molina estuvo a punto de ser el primer presidente del Cabildo en 1913. Perdió por un voto y dimitió en 1915, convirtiéndose, según Cabrera, en uno de los pocos políticos que ha presentado su dimisión en España en el último siglo. Como médico, “no sólo destacó por su humanidad, por tratar a todos los pacientes como seres humanos”, sino también por su ojo clínico, en una época y lugar donde era muy difícil acceder a pruebas diagnósticas. El doctor también tuvo una faceta artística. Como poeta, aunque modesto, publicó ocasionalmente en la revista madrileña La Latina, junto a escritores de la talla de Rubén Darío o Unamuno.

“Los protagonistas de Islas de memoria —señaló Cabrera— nos deben servir de lección para el futuro”. El periodista lanzaroteño apostó por que su obra pueda hacer que la llama de José Molina siga viva.

Gabriel Fernández Martín
 

El historiador Félix Delgado, autor del libro ‘Gabriel Fernández Martín’ comenzó su intervención con el deseo de que la colección sirva como plataforma para que los historiadores se retroalimenten. El fotógrafo Gabriel Fernández (1920-1985) fue el promotor de la profesionalización de la fotografía en la Isla. Nació en Arrecife en una época donde las inquietudes culturales apenas podían desarrollarse. No tuvo una formación reglada pero “fue muy activo culturalmente y se lanzó a conocer Lanzarote con su kodak al hombro”, señaló Delgado. Su biógrafo sitúa a Fernández en la gran época de la fotografía en Canarias, con exposiciones y concursos en las dos capitales e incluso en Lanzarote.

“Fernández dignificó la actividad como fotógrafo”. La profesionalizó, se arriesgó y abrió varios establecimientos que le permitieron, además, dedicarse a otras facetas de la fotografía que Delgado fue desgranando, exponiendo a su vez a la sala alguna de sus obras. En el aspecto artístico participó en varias exposiciones, destacando la de la Sala Neblí, en Madrid, en 1959, comisariada por César Manrique. También fue un “retratista meritorio” que pretendía dar a conocer la psicología de la persona a la que retrataba. Como fotoperiodista colaboró, ente otros con los periodistas Guillermo Topham y Agustín de la Hoz y, a pesar de la censura, intentaba reflejar los atrasos y problemas de la Isla como denuncia. Publicó en El Eco de Canarias, Antema, Falange, La Provincia o Diario de Las Palmas, además de en agencias nacionales.

La última faceta en la que se detuvo Félix Delgado fue en la de Gabriel como creador de la imagen turística de Lanzarote, con la elaboración de guías, postales, revistas e incluso con los programas de fiestas de San Ginés. “Intentó captar las grandes excelencias de Lanzarote”, señaló Delgado, tanto del campo, del paisaje, la arquitectura, etc. “Es uno de los mejores fotógrafos que ha tenido Lanzarote y un buen fotógrafo en el ámbito de Canarias”. “Formó parte —concluyó Delgado— de la penúltima hornada de personas que amó Lanzarote”. El historiador terminó su intervención con una frase del fotógrafo: “Palmo a palmo recorro muchas veces la Isla, pero siempre descubro nuevas maravillas”.

Más información: José Molina Orosa y Gabriel Fernández Martín

Juan Cruz: «He ido a los escritores como si estuviera inaugurando la vida con ellos»

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“Un libro despojado de ira”. Así definió el director de la FCM, Fernando Gómez Aguilera, la última obra de Juan Cruz, Egos revueltos, que se presentó en la sede de la Fundación César Manrique, en Tahíche ante un aforo completo, el 25 de marzo. “Un libro de abrazos de un hombre con suerte, que reconoce su vida como la de un ser afortunado”, completó. “Una fiesta literaria”.

La presentación del libro coincidió con esta última descripción de la obra. Tomó la palabra la periodista Pilar del Río, también amiga del escritor, que pasó a narrar un sueño sobrevenido tras la lectura de Egos revueltos. Un sueño en el que aparecían los escritores que desfilan por la obra, y otros más, intercalado con anécdotas propias o contadas sobre Miguel Ángel Asturias, Juan García Hortelano o Antonio Machado. De Juan Cruz dijo que habla de los escritores con guante blanco y apuntó que en el libro aparecen pocas mujeres: “Tú no tienes la culpa porque es la triste realidad”, le dijo al autor, de quien aseguró que “se limita a ser testigo de lo que ha visto”.

Comenzó Juan Cruz su intervención señalando que la carencia de mujeres en la historia de la literatura corresponde al periodo que a él le ha tocado vivir, pero “que, en la generación que viene, hay una especial calidad literaria en las mujeres”. “Yo trato de la época en la que se produjo nuestro descubrimiento de la literatura”. Citó el libro Los nuestros de Luis Harss, “un profeta”, ya que supo en 1966, que Vargas Llosa o García Márquez iban a ser los escritores que marcarían la época y esto, cuando tenían poco más de treinta años. “Mi libro es una revisita a los personajes de esa generación —dijo Cruz—, que fue un periodo de lectores”. En Egos revueltos, de hecho, no habla bajo la perspectiva del editor que fue, sino como lector. Lo que quiere contar es “el deslumbramiento que produce en un lector conocer a los escritores a los que admira”. “He ido a todos los escritores como si estuviera inaugurando la vida con ellos. He querido saber cómo era yo conociendo gente”.

Y así empezó a contar… De Saramago y su primera conversación telefónica mientras Lisboa ardía, de César Manrique, que le dejaba quedarse en su casa “si no armaba jaleo”. “César era como un conmutador de la luz, te hacía vivir en un sueño”, dijo de él.

De Camilo José Cela contó una de las anécdotas más divertidas de la noche, que destapó la primera de las muchas carcajadas que vinieron después. Ocurrió en 1970 en Tenerife. Cela había ido a dar una conferencia. Estaba enfermo, sin su mujer y tenía cierta aprehensión a dormir solo. El joven Cruz, “Juanito”, con 22 años, fue el encargado de adormecer al futuro Premio Nobel (“algo que le desbarató”) en el Hotel Mencey. Don Camilo se sentó en un butacón a escribir, Cruz se empeñaba en darle conversación y Cela en evitarla. Finalmente fue al baño, volvió con un pijama y una bata de seda y se acostó. “¿Don Camilo, me puedo marchar ya?”, preguntó el joven periodista. “Tú sigue hablando hasta que me duerma”, contestó. “A partir de entonces tuvimos una relación muy íntima”, dijo Juan Cruz entre la risa general del público.

Contó dos anécdotas de Borges: cómo acabó dándole de comer una vichisoise en un restaurante de Madrid, junto a su hija, a su mujer y a Fernando Delgado, en un fin de semana que le encargaron acompañarle por la capital, y cómo, un día, mientras le cerraba la maleta en el hotel le dijo el escritor argentino: “Deje una ranurita, para que respiren las camisas”.
 

A Cortázar se lo encontró en una calle de Amsterdam y este le dio su dirección de París pero no su teléfono. Buscó en la guía de teléfonos (“que antes era Google”) todos los números de esa calle, dispuesto a llamar al escritor argentino. Eligió uno al azar, marcó y preguntó por el señor Cortázar. C´est moi, fue la respuesta. “Ahora parecen batallitas de viejo, pero son sueños de adolescente”, dijo Cruz, que volvió a Cela, espoleado por Pilar del Río, para contar sus vicisitudes con la concesión del Nobel, su polémica con otros escritores, el discurso y la segunda esposa del autor de La familia de Pascual Duarte.  

“Susan Sontag era muy inteligente pero difícil de llevar”. Tuvo que invitarla a Lanzarote, acompañada de su hijo, porque quería conocer a José Saramago y la alojó en el Hotel Fariones. Ella, quizá acostumbrada a un lujo mayor, preguntó si el hotel era inadecuado. A Sontag, que le gustaba mucho conocer gente famosa y sentirse querida, cuando fue a la Feria del Libro a Madrid tuvo la suerte de que la Reina Sofía visitara ese día las casetas lo que supuso ocupar la portada de El País, disparándose las ventas de su libro y alimentando el ego de la escritora.

Con el ego, precisamente, terminó la presentación, que duró casi lo que dura un partido de fútbol —Juan Cruz es un gran aficionado a este deporte y seguidor del Barcelona—. “Sin ego no se puede hacer nada, es fundamental, pero hay muchas clases y creo que se debe perseguir el ego gobernado. El ego no es peyorativo, depende de los adjetivos: los hay insoportables, redondos, picudos escalfados… El ego sin adjetivo no es nada”, concluyó.

Maillard: «O seguimos consumiendo y la tierra se muere o lo dejamos y la civilización se colapsa»

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Nunca tal vez aún apenas sea posible. Así se conforma el “no libro” La tierra prometida de la poeta Chantal Maillard, según lo calificó ella misma. Así se conforma la letanía, el grito de alerta que clama por la desaparición de las especies, que se presentó en la sala Taro, en la Fundación César Manrique, el pasado 18 de marzo.

…nunca tal vez aún apenas sea posible. Se trata de una publicación insólita, que repite estas palabras a lo largo de sus páginas y que intercala los nombres de especies que ya han desparecido o están a punto de desaparecer. El texto, editado por milrazones con la colaboración de la FCM, se acompaña de las ilustraciones de Joan Cruspinera: esqueletos, huellas y restos de animales. “Lo que queda de un animal cuando desaparece”, señaló Maillard.

…nunca tal vez aún apenas sea posible. Maillard agradeció el apoyo de la FCM y explicó la finalidad de la publicación como canto por la desaparición de las especies. “No sé si a estas alturas podemos hacer algo ya por evitar lo que parece que está por llegar, pero no podía dejar de intentarlo”, señaló, en una intervención sentida, poética… “Sólo sé escribir, no tengo cuerpo para salvar tortugas ni ballenas, si no, lo haría”.

…nunca tal vez aún apenas sea posible. En Bruselas, cada once de noviembre se celebraba el armisticio de la Primera Guerra Mundial. En la escuela comunal en la que estudiaba la autora del libro se cantaba un himno al sol, se alababa a una placa de mármol gris “que era importante porque era importante” y una comitiva se acercaba a presentar sus respetos al soldado desconocido. “El libro cumple esta función, es un memorial”. En él figuran los nombres de los animales que desaparecieron o desaparecerán. “Es fuego y obelisco, columna y ofrenda”.

…nunca tal vez aún apenas sea posible. Los animales no han participado en ninguna guerra y sin embargo desaparecen por el ansia de otros animales que proliferan por encima de los demás. Nosotros. “¿Por qué —se preguntó— hacemos leyes de los grandes simios? Porque se nos parecen, ¿si no por qué?”. “Respetamos a las ballenas y los delfines porque sabemos que tienen un lenguaje. ¿No será que nuestra mente es tan limitada que no entendemos el lenguaje del resto de las especies?”

…nunca tal vez aún apenas sea posible. “Sólo empezamos a pensar en la desaparición de los animales cuando nos atañe, así que no hablamos desde la compasión sino desde el miedo”. La autora de Matar a Platón se preguntó, de nuevo, si es desde el raciocinio desde donde la Tierra inicia su destrucción; si el ser humano no sería el gran verdugo de la Naturaleza.

…nunca tal vez aún apenas sea posible. “Utilizamos nuestra racionalidad para prolongar la vida más allá de lo que sería natural” y alteramos el equilibrio. “El consumo —dijo Maillard— empezó siendo un osito de peluche y acabó convirtiéndose en el monstruo que nos tiene cautivos en la cueva de los juguetes”. “Estamos ante una disyuntiva: o seguimos consumiendo y la Tierra se muere o lo dejamos y la civilización se colapsa. ¿Acumular pasa salvar? No soy economista, no tengo la respuesta”.

…nunca tal vez aún apenas sea posible. “Los saberes de la mente han suplantado a los del cuerpo”, aunque queda un reducto en el ser humano, una capacidad cordial: el aire que respiramos ha pasado por los pulmones de otras personas. “Respiramos lo que otros exhalan, por el aire estamos todos conectados”. Esa capacidad cordial es compasión, “la capacidad de dolerse en el otro”.

…nunca tal vez aún apenas sea posible. Dolor más ternura. “El animal es inocente, también el ser humano, aunque encubierto en su falso paternalismo”. ¿Habéis mirado a los ojos de un animal?, preguntó Maillard a la sala. “Es un pozo en cuyo fondo está escrita la Historia del Universo”. “Mirad los ojos del lobo, de la serpiente, del lince… Es lo que erais antes de las palabras, ese pozo, esa inocencia… Pedidles que nos perdonen porque nuestro derecho a la vida es su sentencia de muerte”.

…nunca tal vez aún apenas sea posible. “Esa inocencia me mueve a producir esta letanía. Si repetimos sus nombres con insistencia podemos evitar la desaparición de estos animales. Si yo creyese en algo sería en el deseo proyectado sobre un objeto. Antes, la poesía tenía un fin concreto, mágico, ritual, no se hacía para el ensalzamiento de su autoría. Son malos tiempos para la poesía antigua”.

…nunca tal vez aún apenas sea posible. “El poema es otra cosa. Cuando la poesía se hace comercial se desvirtúa. Lo desvirtuado no nos satisface y al mercado le interesa que estemos insatisfechos para consumir más”. Por eso satisface que instituciones como la Fundación César Manrique, dijo la autora, ayude a algo que no está apoyado por el mercado, “algo que vale la pena”.

…nunca tal vez aún apenas sea posible. “Esto no es un libro de poesía, no lo pretende. A la manera de las tradiciones ancestrales, es algo así como un mantra, que no tiene sentido pero tiene virtud. La virtud es fuerza. Lo desvirtuado es a lo que se le quita la fuerza. Si una palabra recupera la fuerza se convierte en poema, en letanía”.

…nunca tal vez aún apenas sea posible. “Convertir las palabras del libro en palabras mágicas porque puede llegar un día en que no sepamos qué designaron. Por compasión y como animal que soy, pronunció el ensalmo. También por ellos, y aunque nunca deba servir como argumento para protegerlos, porque sin ellos no sobreviviremos”.

…nunca tal vez aún apenas sea posible. La autora comenzó a leer la letanía, en pie, en el centro de la sala. A su lado, cinco lectores, trabajadores y defensores del medio ambiente: Ezequiel Navío, Ana Carrasco, Victoria Rosado, Mario Alberto Perdomo e Idoya Cabrera, que fueron nombrando a cada una de las especies intercaladas en el texto e incorporándose a la lectura del salmo.

…nunca tal vez aún apenas sea posible. La oración envolvió la sala. El público, al que se le había repartido páginas del texto, fue protegiendo las especies a su cargo al transformar en voz los nombres de aquellas que le habían correspondido. Los pelos de punta. Un largo y sonoro aplauso. Nunca tal vez aún apenas sea posible…

La FCM presenta los dos primeros títulos de su nueva colección Islas de memoria dedicados a Guillermo Topham y Miguel Pereyra

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Guillermo Topham. Cronista oficial de Lanzarote, de Mario Ferrer y Miguel Pereyra de Armas, de José Betancort, son los dos primeros títulos de la nueva colección “Islas de memoria” que estrenó la FCM, presentándolos el 4 de marzo. Según destacó su presidente durante la presentación, José Juan Ramírez, “a pesar de estar en unos momentos complicados, la FCM va a seguir desarrollando sus actividades culturales”. Por su parte, el director de actividades, Fernando Gómez Aguilera, señaló que la décima línea editorial de la FCM pretende “difundir el conocimiento de la cultura local abordando sus personajes relevantes”. “A través de esos perfiles se pretende construir una pequeña historia de las mentalidades de la Isla”. Remarcó, además, que el título de la colección implica una reivindicación, que es que la Isla tiene memoria “a pesar de que la realidad se obstine en no tenerla” y una crítica, ya que los personajes de los que se ocupa se encuentran “en un océano de olvido” y se constituyen, por tanto, en islas de memoria. La colección quiere alcanzar dos objetivos: completar una biblioteca básica de Lanzarote, así como promover la investigación de jóvenes de la Isla dándoles la oportunidad de publicar un libro. Gómez Aguilera señaló que la colección alcanzará unos cincuenta títulos en doce años.

Ferrer y Topham

Mario Ferrer (Arrecife, 1979) es periodista e historiador y se embarcó en el estudio sobre el periodista Guillermo Topham. Advirtió al principio de su intervención que no ha escrito una biografía, sino que se ha centrado en el estudio de la carrera periodística de Guito (sobrenombre con el que Topham firmaba sus artículos) y de su faceta “como promotor de opinión pública en la Isla”. Topham trabajó en medios locales, como Pronósticos, Antena o La Voz de Lanzarote, y también en medios regionales y nacionales, como Falange, La Provincia o la Agencia Efe, y en ellos volcó, según Ferrer, sus dos pasiones: el periodismo y Lanzarote. Utilizó las crónicas para ponerlas al servicio de las reivindicaciones de los habitantes de su isla. La parte más valiosa de su trabajo, según el autor del libro, es su faceta como editorialista entre los años cuarenta y sesenta, cuando se centra en la grave situación de Lanzarote (problemas de abastecimiento, carencia de agua, nefastas comunicaciones…). “Esa reivindicación es poco usual en España en ese momento”, señaló Ferrer, ya que el periodismo era básicamente propaganda política y Topham, apoyado por la “marginalidad” que daba vivir en una isla alejada, “da brochazos de realidad y en sus crónicas se aprecia que la gente pasa hambre”.

La principal publicación de Guillermo Topham fue Antena, que sobrevivió sin apenas recursos económicos. En ella también buscó las noticias llamativas y aportó una vertiente cultural, educativa y de carácter social. Desde ella apoyó todas las iniciativas que consideraba que pudieran desarrollar económicamente la isla. Tuvo una guerra abierta contra la compañía Trasmediterranea, que aportaba dos barcos-correo muy antiguos para unir la isla con el resto del mundo, y defendió, cuando nadie creía en ello, la entrada del turismo en la Isla. Además, trató habitualmente en sus editoriales de la escasez de agua, la agonía del campo, la pobreza, la especulación o la transición política. “El que quiera saber lo que pasó en la etapa previa a la revolución del turismo tiene las claves en la obra de Topham”, señaló Ferrer, que terminó su intervención leyendo el artículo de Leandro Perdomo ‘Inmortal en tu isla’, dedicado a Guillermo Topham.

Betancort y Pereyra

José Betancort (Arrecife, 1966) es jefe de la unidad de educación del Cabildo de Lanzarote. Comenzó su intervención alabando la necesidad y la urgencia de la colección emprendida por la FCM, ya que la sociedad insular “ha silenciado un caudal de información sobre un enorme patrimonio humano”. Betancort expuso brevemente a la sala, llena para la ocasión, la vida de Miguel Pereyra de Armas, escritor que nació en Arrecife en 1841 y que “no aparece en los manuales y estudios de la historia de Canarias”. Pereyra nació en un entorno burgués. Su padre era un comerciante de Tenerife y su madre pertenecía a una de las familias que ejercían el poder oligárquico. Pereyra, pues, estaba destinado a ser una figura destacada en la sociedad lanzaroteña. Con diez años se traslada a la Península para formarse como militar aunque después de su formación y a causa de sus inquietudes deja el ejército y se marcha a Francia, principalmente a París, a disfrutar de su vida social y cultural. Esta elección disgusta a su familia y a su vuelta a la Isla no se hace cargo de los negocios de los Pereyra. Se casa con una uruguaya y se va a vivir a Santa Cruz de Tenerife.

En la capital tinerfeña desarrolla su vida y su obra hasta que muere en 1908. Ejerce como docente, escritor y mentor de eventos culturales, además de ser un gran conferenciante. Fue director de la Escuela Náutica y tesorero del ayuntamiento santacrucero, pero nunca se desvinculó de Lanzarote y de su grupo de destacados intelectuales como Blas Cabrera, Ángel Guerra, Benito Pérez Armas o Leandro Fajardo. Su gran obra es Tipos de mi tierra, publicada en 1897 y reeditada por el Cabido de Lanzarote en 2002, que supone un gran homenaje al Arrecife de mediados del siglo XIX y sus peculiares personajes. “Es una obra naturalista que se aleja del regionalismo costumbrista de la época y cuyo estilo no logra seguidores en las islas y es olvidado en los manuales de las letras canarias” señaló Betancort.

Fernando Gómez Aguilera cerró el acto señalando la consolidación de dos descubrimientos: el de los personajes investigados y el de los autores, que los han rescatado del olvido con dos relevantes obras de investigación.

Más información: Guillermo Topham. Cronista oficial de Lanzarote y Miguel Pereyra de Armas

Claudio Magris. Entre el Danubio y el mar. Itinerario de un escritor

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Claudio Magris: “Sólo se disfruta de la identidad propia cuando uno se olvida de ella”

El escritor italiano Claudio Magris inauguró las actividades culturales del presente año en la Fundación César Manrique, con la conferencia Entre el Danubio y el mar. Itinerario de un escritor. Ejerció de presentador el poeta y traductor Rafael-José Díaz, quien recordó que el pensamiento sobre la frontera constituye uno de los ejes principales de la obra de Magris. Otro de esos ejes, estaría conformado por el debate sobre la identidad, en realidad, sobre los diferentes tipos de identidad. Y un tercer eje vendría a situarse en torno a la alternativa entre utopía y desencanto. El introductor del escritor se refirió a Claudio Magris como “viajero incansable por confines que van desde Islandia hasta Australia sin olvidarse nunca de su Trieste natal”, que dialoga no sólo con su propia literatura sino con las tradiciones y obras centrales de Oriente y de Occidente. A su juicio, “Magris escribe siempre contra el olvido y a favor de una vida más plena, en la que los horrores de la historia no sean escamoteados, pero tampoco lastren las esperanzas de un mundo mejor”.

Por su parte, el autor de Microcosmos adelantó que no iba a hablar de sus libros, sino de los temas que trata en ellos considerando que de esa manera, “uno acaba por hablar de sí mismo”. El Danubio, Trieste, el mar, los territorios fronterizos y las identidades, son cuestiones a las que hace referencia en su trabajo. Recordó un viaje y una conferencia que pronunció en Tenerife en 1990, para hablar de la obsesión identitaria, de la que dijo que no se puede hablar en singular, pues tenemos muchas identidades: la nacional, la cultural, religiosa, sexual, etc. Esas identidades, expresa Magris, no se pueden retratar porque no son rígidas, sino que deben narrarse. Citando a Italo Svevo, que decía que uno sólo disfruta de la vida cuando se olvida de ella, señaló que con la identidad ocurre lo mismo.

Esta reflexión le indujo a hablar sobre sus orígenes y sobre las situaciones ridículas o absurdas de la historia. Nació, como Svevo, en Trieste, junto a la frontera con la antigua Yugoslavia. Trieste, hasta 1954, fue un protectorado de Estados Unidos, Rusia, Francia y Gran Bretaña. Por desacuerdo entre estas potencias nunca se nombró gobernador, hasta que se debatió en 1975, veinte años después de que ya fuera territorio italiano. “La historia está llena de situaciones grotescas”, afirmó Magris, para quien la realidad las sirve en bandeja: “el escritor sólo copia”.

Siguiendo el itinerario de su vida, contó que fue a estudiar a Turín, una ciudad muy diferente de Trieste, repoblada con gente del sur del país. Por nostalgia, confesó, comenzó a leer libros sobre la historia de su ciudad y a autores austriacos, a cuyo imperio había pertenecido la ciudad: “El Imperio había dejado una gran nostalgia pero también una gran literatura”. Explicó igualmente el proceso de escritura de El mito habsbúrgico en la literatura austriaca moderna, recopilación de su tesis doctoral. Comenzó a abordarlo sin saber qué es lo que iba a escribir, una situación que se ha repetido cada vez que afronta una obra: “Se descubre mientras se escribe”. A pesar de tratarse de un ensayo, lo calificó como una “autobiografía indirecta”.

Otros libros

Pasó a continuación a comentar brevemente algunos de sus otros títulos: Lejos de dónde, El Danubio, Microcosmos, en el que se cuenta la vida y la muerte de una persona sin que se sepa nada más sobre él, tan sólo lo que él ve y vive, y Otro mar, que es la búsqueda de una vida auténtica. Sobre el tema del viaje o de los viajes, al que recurre permanentemente, dijo que “el modelo siempre será la Odisea”, y distinguió entre la obra de Homero y el Ulises de Joyce, asegurando que el primero es más contemporáneo e inquietante, ya que el viaje no tiene fin; mientras que el relato de Joyce, “es más confortante”.

Conjeturas sobre un sable fue su primer libro de ficción, aunque esté basado en hechos reales: en la situación de Udine a finales de la Segunda Guerra Mundial. Magris vivía en Udine, al norte de Italia, que era una ciudad ocupada y en la que se quería levantar un estado cosaco. Lo que le interesaba de esta situación, tan absurda, era el deseo de tener una patria, incluso a través de una alianza con el mal: “Hacer una tierra cosaca en Friuli era algo artificial y grotesco. Yo creo en la búsqueda de lo auténtico”, añadió. La novela cuenta la historia de Piotr Krasnov, un coronel cosaco que era una marioneta de los alemanes, pero que soñaba con ese gran estado cosaco.

El desencanto

Para terminar se refirió a su obra A ciegas, para la que necesitó dieciocho años de trabajo. Los elementos tratados en el libro son la utopía y el desencanto. La historia de la lucha por una causa, de la lucha por el comunismo, de la resistencia y del rechazo social.

La conferencia, ya en su ronda de preguntas, finalizó con el mismo asunto con el que empezó: los nacionalismos. Magris se refirió a ellos señalando que tratan de oponerse a una identidad mayor convirtiéndose en un “fetichismo de idolatría local, que acaba por cerrar el mundo”. “Ser italianos o españoles es una forma de ser pero no un valor, es una base para formar un valor, para comenzar a dialogar.”

Presentación del libro César Manrique de Fernando Castro Borrego

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El catedrático de Historia del arte, Fernando Castro Borrego, presentó el 24 de septiembre de 2009, en la Sala José Saramago, su libro César Manrique, junto al crítico Fernando Castro Flórez, el viceconsejero de cultura del Gobierno de Canarias, Alberto Delgado y el presidente de la FCM, José Juan Ramírez.

El libro está editado por la Consejería de Educación, Universidades, Cultura y Deportes del Gobierno canario y hace el número 46 de la ‘Biblioteca de artistas canarios’, colección que dirige el propio Castro Borrego. Se han editado dos mil ejemplares de este volumen, que significa “una valiosa contribución para entender más cabalmente la obra del artista”, en palabras del presidente de la FCM, que abrió el acto.

José Juan Ramírez recordó que uno de los objetivos de la FCM es favorecer nuevas interpretaciones y visiones críticas sobre César Manrique y señaló que su figura no ha dejado de crecer en los últimos quince años.  Por su parte, Alberto Delgado, que subrayó el carácter divulgativo de la colección, destacó al artista lanzaroteño como referente de la idea del arte total.

El crítico de arte y profesor, Fernando Castro Flórez, en una larga disertación, desveló los valores del libro de Castro Borrego. Dijo que “marca un antes y un después” y que será un libro de referencia. Para Castro Flórez, este libro aporta claves poco señaladas sobre el artista y bucea en apartados de su vida que apenas se han estudiado, como su sexualidad, sus divergencias con otros artistas o algunas vivencias personales, además de trazar una reflexión estilística o destacar su faceta como gestor cultural. Subrayó la visión integral del autor sobre Manrique, que es lo que aporta la verdadera dimensión del artista.

El crítico resaltó la labor de Manrique como educador a través de su relación entre arte y naturaleza y señaló que “Manrique tenía en potencia todas las bazas del triunfador”. Dibujó un pequeño recorrido por sus inicios como pintor y dijo de él que fue uno de los primeros artistas abstractos españoles a pesar de que no se le considera como tal. Describió a Manrique como un alquimista porque convertía la pobreza en lujo y señaló que estaba empeñado en crear felicidad, aunque no era ingenuo, ya que “conocía el baile de los corruptos”.

El autor del libro, Fernando Castro Borrego, explicó que le costó convencerse para abordar la escritura del libro a pesar de que había escrito mucho sobre Manrique en el pasado. Dijo que era necesario seguir investigando y de hecho, se dedicó a rastrear noticias sobre Manrique en hemerotecas de Madrid para completar esa investigación. Sobre el planteamiento del libro, indicó que “el gran fallo para comprender la obra de César Manrique es fraccionarlo” y señaló que la importancia del artista viene del conjunto de su obra y su vida, incluyendo su dimensión política. “Es el único artista español que ha propuesto un cambio de modelo económico para un territorio” y esto lo logró “a través de su compromiso con la belleza”. “Él no quería ser un pintor de caballete, sino influir en la sociedad”, aseguró Castro, que añadió que “no ha habido nadie en Canarias con su capacidad de comunicación” y calificó al artista como un “referente espiritual en una sociedad en la que imperan los intereses materiales”. Terminó señalando que lo que él quiere transmitir con el libro, que “no es una hagiografía, a pesar de que admiraba a César, sobre todo por su valor”, es la sensación de que Manrique no ha muerto: “El valor con que defiende la isla de Lanzarote es indestructible”, “César es un mito necesario”.

Vicente Verdú

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Hubo un tiempo en que un aura mística recubría a los artistas. El escritor y periodista Vicente Verdú   recordó que en el siglo XIX se produjo una sorprendente deriva que llevó desde “la veneración religiosa al monarca” hacia la “sacralización del artista” a ojos de todos. Se transformaron en seres de los que se esperaba que navegaran por las entrañas del alma humana para descubrir sus misterios y sacarlos a la superficie. “El artista se convirtió en un creador de mundos nuevos. Se le vio, junto a la ciencia, como una aportación al conocimiento de la condición humana. Era el conocedor del sentido de la vida, el que transmitía una revelación”, apuntó el autor de El planeta americano durante su intervención en la Sala José Saramago de la Fundación César Manrique (FCM) el 18 de junio de 2009, dentro del ciclo El autor y su obra. Curiosamente, se daba por bueno que estaban hechos casi a partes iguales de luz y de oscuridad, pues se les acomodaba en el perfil de “gente por lo general tuberculosa, que vivía penosamente, alcohólicos y que, indispensablemente, creaban con dolor”. El autor señaló que “se ha venido arrastrando la ecuación del arte basado en el dolor”.

 Pero esta figura entre mágica y tenebrosa comenzó a desdibujarse en la siguiente centuria. “En el siglo XX había sobre todo que comunicar y el artista ha ido a la par de esa evolución. No bastaba con crear, sino que tenían que ser grandes comunicadores. A día de hoy, el triunfador no es tanto el que descubre mundos, sino el que crea acontecimientos del que participan miles o millones de personas”, expuso Verdú. “El escritor contemporáneo juega con las emociones. Hay que combatir para captar. Actualmente, incluso un profesor que no sepa comunicar es un fracasado”, manifestó. “Yo tengo amigos que escribían novelas experimentales y ahora hacen novelas policiacas. Nunca han estado en una comisaría ni han traficado con estupefacientes, pero sacan libros de esos de los que se dice: ‘No lo podrás dejar’. ¿Qué tiene que ver eso con la creación? Tiene que ver con la distracción y el entretenimiento”, sentenció. “Los artistas ya inventan poco. La provocación ya no provoca, no escandaliza y hay más interés en comunicar que en el pilar de apoyo de conocer más allá. Más o menos todos estamos metidos en ello. Cada uno hace lo que puede…”.

Podría decirse que Verdú, doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de la Sorbona, miembro de la Fundación Nieman de la Universidad de Harvard, colaborador habitual del diario El País, donde ocupó los cargos de Jefe de Opinión y de Cultura, y escritor de éxito, ha hecho bastante en el proceloso mar de las letras. Tenía un escritor dentro. “Es una voz poderosa que te conduce en esa dirección y si no lo cumples tienes un sentimiento de culpa tremendo. Otros piensan que si escriben serán más queridos, pero no piensan que a lo mejor te odian el doble. Y hay también quien dice que no sabe hacer otra cosa”, comentó. Parafraseando a Marañón, matizó que “hay mucha gente que siente esa voz, pero es necesario que se cruce con el talento”. La certeza de su aptitud le vino a Verdú por un camino un tanto retorcido: “Ya estoy harto. O me dices de quién copias o se lo digo al prefecto”, le amenazó un tutor en su etapa de estudiante. “Me estaba alabando dudando de mi capacidad”, subrayó Verdú.

 Este hombre con un escritor encerrado en su interior cursó antes una ingeniería, carrera que no llegó a culminar: “Le dije a mi padre: Mira, no quiero ser ingeniero. Y mi padre, que era abogado, se llevó una alegría. Me pasé a Económicas y obtuve magníficas calificaciones. Y todos decidieron que tenía que ser economista. Pero tenía dudas, lo cual me llevó a suspender cinco asignaturas y a desconcertar a los demás”. En esta deriva se encontraba cuando le surgió la oportunidad de hacer un curso en la Sorbona. Allí se fraguó una decisión vital. “Cuando tuve que volver a España me grabé lo siguiente en la cabeza: no vivirás sino de la escritura. Y me hice periodista. Primero escribía sobre la bolsa, pero como yo lo que quería era escribir poesía pues tarbada en hacer el artículo unas dos horas y media. Hasta que un día el director me dijo: ‘Escribir bien es escribir bien deprisa’. Siempre me despedían por rojo y porque cerraban a menudo”, rememoró.

Con la beca Nieman, y tras su etapa como Jefe de Opinión de El País, se escapó a Estados Unidos. De su experiencia en este país nació El planeta americano. “Todos los libros tienen que ver con la biografía”, afirmó. De sus propias experiencias han surgido también Noviazgo y matrimonio en la burguesía española, El fútbol, mitos, ritos y símbolos, El éxito y el fracaso o Nuevos amores, nuevas familias. En cuanto a su estilo, Verdú reconoció que “el periodismo te enseña a ser claro”.