El archipiélago de la narrativa española actual: escritores separados por el lenguaje que los une

“Somos novelistas muy diferentes pero nos complementamos y no somos excluyentes”. Luis García Jambrina abrió la mesa redonda ‘Bajo el signo de la pluralidad, tres autores representativos de la narrativa española actual’ y ejerció como moderador, “para dar cuenta de la supuesta pluralidad” que habita en la narrativa española.

Comenzó hablando de su obra Blanca Riestra, que teorizó sobre el acto de escribir como una evolución, “una búsqueda que no debe terminar nunca” y destacó la libertad que tienen que tener los creadores. “Cuando leo mi primera novela, Anatol y dos más, —dijo— reconozco algunas cosas pero ha cambiado mi perspectiva”. Entonces le interesaba la narrativa breve, que ha dejado de interesarle, y ya se dejaba entrever su interés por la estructura y el rechazo a la literalidad. Lo más importante, a su juicio, para convertirse en escritor, “es ser capaz de hablar desde fuera, huir del yo, aunque luego vuelvas”. Aseguró que en sus novelas intenta alejarse de la locución autobiográfica aunque reconoció que es algo contradictorio porque aunque se narre desde fuera se utiliza material autobiográfico. “En la actualidad mi gran deslumbramiento es estructural —dijo—, me interesa la novela como una escultura, un objeto material, un macrosigno”. En ese interés tiene mucho que ver su fascinación por la lectura de la novela póstuma de Roberto Bolaño, 2666, que “abre puertas insospechadas”. “Me dejó helada por su construcción, no sólo por lo que pasa sino también por lo que no pasa” y la calificó como una “novela bosque” que dibuja una estructura que sólo se puede ver desde arriba. “La novela —concluyó— es lo más importante frente a otros géneros porque permite que el tiempo actúe sobre el lenguaje, permite humildad y ambición al mismo tiempo”.

Ricardo Menéndez Salmón contó, para ilustrar el panorama de la narrativa española actual, que hace cuatro años la Fundación Lara organizó en Sevilla un encuentro con cuarenta autores para intentar dibujar el futuro. “Fuimos incapaces de poner un rótulo bajo el que recogernos, somos una generación sin generación”, subrayó, y lo valoró de forma positiva porque eso conforma “un panorama interesante huyendo de marcas que históricamente han generado líneas excluyentes dejando a autores interesantes al margen”. En ese encuentro se habló de una conclusión: la literatura española es como un archipiélago, un conjunto de islas vinculadas por aquello que las separa. Por un lado, según Menéndez Salmón, está la literatura postmoderna, la “Generación Nocilla”, representada por autores como Agustín Fernández Mallo y cuya herencia parte de la imagen y de la cultura pop; y por otro, algunos escritores con una mirada indagadora e historicista, como Belén Gopegui o Isaac Rosa. El autor asturiano calificó su propia obra como excéntrica porque es poco afín a la tradición española. Confesó que sólo le interesan dos autores en lengua española: Borges y Onetti, y que se ha alimentado de la literatura centroeuropea y sobre todo de la novela rusa “que hace del hombre la preocupación fundamental de la escritura”. El tema fundamental de sus libros, revelado sobre todo en su última trilogía formada por La ofensa, Derrumbe y El corrector, una “trilogía del horror”, es la pregunta de la existencia objetiva del mal, y a partir de esa pregunta, la capacidad que posee el arte, la belleza, y por supuesto, la literatura, “para consolarnos y educarnos sobre esos horrores que nuestra perversa condición nos obliga a afrontar”. “El arte sigue siendo un instrumento poderoso —señaló— y yo no quiero ser un cínico, quiero pensar que la literatura tiene algo que decir al ser humano”, siguiendo la vocación de los grandes escritores.

García Jambrina insistió en el concepto del panorama literario como archipiélago: unos escritores unidos por el lenguaje pero separados por la tradición en la que se instalan y la formación de cada uno. Es el escritor más clásico de los tres, el de más edad, y sin embargo el más tardío en publicar su primera novela, El manuscrito de piedra, en 2008. Llegó a la novela a través del cuento y “de casualidad”. Sus influencias parten de la literatura clásica española y de la novela de género, principalmente de la novela negra. Le gusta crear historias, personajes, ambientes, recrear ciudades y atrapar al lector desde la primera línea. Se plantea sus novelas, dijo, como un homenaje a la literatura española, con la que se encuentra en deuda por todo lo que le ha aportado. Aseguró que en sus novelas busca el entretenimiento como un factor importante, pero también la emoción y la indagación sobre otros temas como el poder, la tolerancia y el paralelismo entre distintas épocas históricas.

Inició un diálogo con Menéndez Salmón sobre la novela. “La novela se parece más a la vida que cualquier género literario; el gran hallazgo de la novela del siglo XX es la suspensión, porque la vida se construye sobre esa suspensión” (Menéndez Salmón). “La vida no tiene argumento, ni principio, ni fin pero la literatura permite agarrarse a algo que tiene orden y sentido” (García Jambrina). Los dos autores hablaron también sobre el mundo editorial. “Lo intolerable —dijo Salmón— es que la industria publique malos libros” y afirmó que cierta literatura de evasión recorta las posibilidades de otras literaturas. “El lector no es tonto pero tiene un punto de gregarismo, es dramático ver en el Metro a noventa y nueve personas que leen el mismo libro. “Parece que estamos en la China de Mao, se ha democratizado el acceso a la cultura y reproducimos pautas dictatoriales”, dijo. Jambrina, sin embargo, dijo que el fenómeno del escritor sueco Stieg Larsson no es malo porque contribuye a crear lectores y recordó que Juan Goytisolo siempre da las gracias a los escritores superventas de su editorial porque las ventas de ellos le permiten a él seguir publicando sus obras.

“¿Hay rivalidad entre los escritores?”, preguntó alguien del público. “Los poetas se odian —respondió García Jambrina— porque el pastel es más pequeño o porque tienen más ego”. “Sin embargo, los novelistas somos más conscientes de que la literatura tiene una parte de mercado”. Menéndez Salmón aseguró que “sí hay percepción de que existen islas mayores e islas menores dentro su visión de archipiélago del panorama literario”.

“Somos novelistas muy diferentes pero nos complementamos y no somos excluyentes”. Luis García Jambrina abrió la mesa redonda ‘Bajo el signo de la pluralidad, tres autores representativos de la narrativa española actual’ y ejerció como moderador, “para dar cuenta de la supuesta pluralidad” que habita en la narrativa española.

Comenzó hablando de su obra Blanca Riestra, que teorizó sobre el acto de escribir como una evolución, “una búsqueda que no debe terminar nunca” y destacó la libertad que tienen que tener los creadores. “Cuando leo mi primera novela, Anatol y dos más, —dijo— reconozco algunas cosas pero ha cambiado mi perspectiva”. Entonces le interesaba la narrativa breve, que ha dejado de interesarle, y ya se dejaba entrever su interés por la estructura y el rechazo a la literalidad. Lo más importante, a su juicio, para convertirse en escritor, “es ser capaz de hablar desde fuera, huir del yo, aunque luego vuelvas”. Aseguró que en sus novelas intenta alejarse de la locución autobiográfica aunque reconoció que es algo contradictorio porque aunque se narre desde fuera se utiliza material autobiográfico. “En la actualidad mi gran deslumbramiento es estructural —dijo—, me interesa la novela como una escultura, un objeto material, un macrosigno”. En ese interés tiene mucho que ver su fascinación por la lectura de la novela póstuma de Roberto Bolaño, 2666, que “abre puertas insospechadas”. “Me dejó helada por su construcción, no sólo por lo que pasa sino también por lo que no pasa” y la calificó como una “novela bosque” que dibuja una estructura que sólo se puede ver desde arriba. “La novela —concluyó— es lo más importante frente a otros géneros porque permite que el tiempo actúe sobre el lenguaje, permite humildad y ambición al mismo tiempo”.

Ricardo Menéndez Salmón contó, para ilustrar el panorama de la narrativa española actual, que hace cuatro años la Fundación Lara organizó en Sevilla un encuentro con cuarenta autores para intentar dibujar el futuro. “Fuimos incapaces de poner un rótulo bajo el que recogernos, somos una generación sin generación”, subrayó, y lo valoró de forma positiva porque eso conforma “un panorama interesante huyendo de marcas que históricamente han generado líneas excluyentes dejando a autores interesantes al margen”. En ese encuentro se habló de una conclusión: la literatura española es como un archipiélago, un conjunto de islas vinculadas por aquello que las separa. Por un lado, según Menéndez Salmón, está la literatura postmoderna, la “Generación Nocilla”, representada por autores como Agustín Fernández Mallo y cuya herencia parte de la imagen y de la cultura pop; y por otro, algunos escritores con una mirada indagadora e historicista, como Belén Gopegui o Isaac Rosa. El autor asturiano calificó su propia obra como excéntrica porque es poco afín a la tradición española. Confesó que sólo le interesan dos autores en lengua española: Borges y Onetti, y que se ha alimentado de la literatura centroeuropea y sobre todo de la novela rusa “que hace del hombre la preocupación fundamental de la escritura”. El tema fundamental de sus libros, revelado sobre todo en su última trilogía formada por La ofensa, Derrumbe y El corrector, una “trilogía del horror”, es la pregunta de la existencia objetiva del mal, y a partir de esa pregunta, la capacidad que posee el arte, la belleza, y por supuesto, la literatura, “para consolarnos y educarnos sobre esos horrores que nuestra perversa condición nos obliga a afrontar”. “El arte sigue siendo un instrumento poderoso —señaló— y yo no quiero ser un cínico, quiero pensar que la literatura tiene algo que decir al ser humano”, siguiendo la vocación de los grandes escritores.

García Jambrina insistió en el concepto del panorama literario como archipiélago: unos escritores unidos por el lenguaje pero separados por la tradición en la que se instalan y la formación de cada uno. Es el escritor más clásico de los tres, el de más edad, y sin embargo el más tardío en publicar su primera novela, El manuscrito de piedra, en 2008. Llegó a la novela a través del cuento y “de casualidad”. Sus influencias parten de la literatura clásica española y de la novela de género, principalmente de la novela negra. Le gusta crear historias, personajes, ambientes, recrear ciudades y atrapar al lector desde la primera línea. Se plantea sus novelas, dijo, como un homenaje a la literatura española, con la que se encuentra en deuda por todo lo que le ha aportado. Aseguró que en sus novelas busca el entretenimiento como un factor importante, pero también la emoción y la indagación sobre otros temas como el poder, la tolerancia y el paralelismo entre distintas épocas históricas.

Inició un diálogo con Menéndez Salmón sobre la novela. “La novela se parece más a la vida que cualquier género literario; el gran hallazgo de la novela del siglo XX es la suspensión, porque la vida se construye sobre esa suspensión” (Menéndez Salmón). “La vida no tiene argumento, ni principio, ni fin pero la literatura permite agarrarse a algo que tiene orden y sentido” (García Jambrina). Los dos autores hablaron también sobre el mundo editorial. “Lo intolerable —dijo Salmón— es que la industria publique malos libros” y afirmó que cierta literatura de evasión recorta las posibilidades de otras literaturas. “El lector no es tonto pero tiene un punto de gregarismo, es dramático ver en el Metro a noventa y nueve personas que leen el mismo libro. “Parece que estamos en la China de Mao, se ha democratizado el acceso a la cultura y reproducimos pautas dictatoriales”, dijo. Jambrina, sin embargo, dijo que el fenómeno del escritor sueco Stieg Larsson no es malo porque contribuye a crear lectores y recordó que Juan Goytisolo siempre da las gracias a los escritores superventas de su editorial porque las ventas de ellos le permiten a él seguir publicando sus obras.

“¿Hay rivalidad entre los escritores?”, preguntó alguien del público. “Los poetas se odian —respondió García Jambrina— porque el pastel es más pequeño o porque tienen más ego”. “Sin embargo, los novelistas somos más conscientes de que la literatura tiene una parte de mercado”. Menéndez Salmón aseguró que “sí hay percepción de que existen islas mayores e islas menores dentro su visión de archipiélago del panorama literario”.