Joan Nogué: El espacio público se revitaliza democratizando los sentimientos




“Los seres humanos creamos lugares en el espacio, les damos significado y nos sentimos parte de ellos, nos vinculan a la lógica histórica”. El geógrafo Joan Nogué comenzó así su conferencia Paisaje y conflictividad territorial, en la sala José Saramago de Arrecife. Si no se cumple esta afirmación, lo que ocurre es que “no nos sentimos identificados cuando el paisaje pierde su discurso, su imaginario”. Se crea, pues, un conflicto que nace de la pérdida traumática del sentido del lugar. Nogué aseguró ser optimista respecto al rumbo de la sociedad. Considera que estamos en el inicio de un cambio de paradigma, ya que se está resquebrajando la sociedad que conocemos. Sin embargo, “cada vez hay más gente que quiere una vida más llena de sentido, de salud, de plenitud”. “Hay una actitud más respetuosa por el planeta y la sociedad civil ha aprendido a organizarse”, señaló el conferenciante.

Un lugar no es una simple localización. El espacio geográfico es, sobre todo, un espacio existencial, una porción de territorio llena de emociones, una tupida red de espacios vividos. Los lugares, según expuso Nogué, “son lo que son, más lo que les inculcamos”. Están impregnados de intangibles y se vuelven esenciales para la estabilidad emocional de la persona porque actúan como un vínculo. Esta visión emocional de los lugares ya la describía en los años setenta el geógrafo Yi Fu Tuan en su libro Topofilia. Treinta años después, hay un renovado interés por las emociones, entendidas como construcción social. Nogué pidió la revisión del mito de la expulsión mutua entre política y sentimiento. “Los sentimientos deben estar al servicio de la democracia”. También lo dijo de otra forma: “El espacio público se revitaliza democratizando los sentimientos”.

La pérdida del sentido del lugar, por lo tanto, provoca consecuencias negativas en las personas pero también en las sociedades, empobrece la sociabilidad y provoca daños en el equilibrio psicológico. En China, por ejemplo, algunas sociedades se ven obligadas a emigrar forzosamente porque se diseña para el lugar donde viven un cambio profundo. En este sentido, señaló Nogué “los paisajes siempre se han transformado, pero lo que marca la diferencia es el tipo de transformación y el ritmo”. Otro ejemplo de lugar que se transforma en algo irreconocible: la región italiana del Véneto, que da nombre al concepto de “ciudad difusa”, que prolifera en la zona. El cambio que ha sufrido la región provoca un malestar en la población por la pérdida de puntos de referencia cotidianos y la anulación del espacio vivido. Esa desorientación colectiva se manifiesta de tres maneras:

Las plataformas en defensa del territorio. Son un fenómeno complejo. Aunque algunas responden a intereses oscuros, la mayoría surgen espontáneamente y responden a tres cuestiones: una creciente importancia del lugar en las entidades territoriales, una crisis de confianza en las instituciones y unas políticas territoriales mal diseñadas y muy mal explicadas. Para estas plataformas, el paisaje actúa como el rostro, el elemento que vehicula el descontento con la situación social. “Lo que piden realmente estos movimientos es más participación ciudadana y mantener sus raíces culturales”, aseguró el conferenciante. “El poder de la identidad no desaparece en la sociedad de la información”. De hecho, “cuanto más abstracto es el poder más se reafirma la creencia en las raíces”.

El conflicto de límites: se confunden los límites entre lo urbano y lo rural. Son imprecisos y se impone un paisaje complejo, ilegible. Los cascos urbanos se han sabido planificar, “son mejores que hace cincuenta años”, pero se han concebido a costa de la periferia, la cual se ha urbanizado y fragmentado. Se crea una estructura que no se entiende y “se hace necesario regresar a las fronteras perceptibles”, según la solución aportada por Nogué.

El conflicto de representación. Es el que se da por la diferencia entre el paisaje que se ve todos los días y los arquetipos que se han ido aprendiendo. “Es grave que una parte significativa de la sociedad no se identifique con sus paisajes”. Esto ocurre principalmente en zonas urbanas y de la periferia porque esos paisajes no se han proyectado de forma que la gente se sienta parte de ellos. Este conflicto, además de tener una derivación política, crea un problema de referencia porque es muy complicado identificarse con la homogeneización. “El reto es crear nuevos imaginarios paisajísticos que coincidan con la realidad”, señaló Nogué. Y para esto hace falta intervenir en el territorio con participación y sentido común.

Finalmente, según expuso el director del Observatorio del Paisaje de Cataluña, todos los desencuentros remiten a un conflicto ético. El reto es cómo alterar el paisaje sin destrozarlo, porque si se destruye el paisaje se deteriora la identidad. Para Nogué, es éticamente reprobable cambiar esa identidad por otra si no está socialmente consensuada. “Tan reprobable —concluyó— como disminuir la biodiversidad del planeta”.




“Los seres humanos creamos lugares en el espacio, les damos significado y nos sentimos parte de ellos, nos vinculan a la lógica histórica”. El geógrafo Joan Nogué comenzó así su conferencia Paisaje y conflictividad territorial, en la sala José Saramago de Arrecife. Si no se cumple esta afirmación, lo que ocurre es que “no nos sentimos identificados cuando el paisaje pierde su discurso, su imaginario”. Se crea, pues, un conflicto que nace de la pérdida traumática del sentido del lugar. Nogué aseguró ser optimista respecto al rumbo de la sociedad. Considera que estamos en el inicio de un cambio de paradigma, ya que se está resquebrajando la sociedad que conocemos. Sin embargo, “cada vez hay más gente que quiere una vida más llena de sentido, de salud, de plenitud”. “Hay una actitud más respetuosa por el planeta y la sociedad civil ha aprendido a organizarse”, señaló el conferenciante.

Un lugar no es una simple localización. El espacio geográfico es, sobre todo, un espacio existencial, una porción de territorio llena de emociones, una tupida red de espacios vividos. Los lugares, según expuso Nogué, “son lo que son, más lo que les inculcamos”. Están impregnados de intangibles y se vuelven esenciales para la estabilidad emocional de la persona porque actúan como un vínculo. Esta visión emocional de los lugares ya la describía en los años setenta el geógrafo Yi Fu Tuan en su libro Topofilia. Treinta años después, hay un renovado interés por las emociones, entendidas como construcción social. Nogué pidió la revisión del mito de la expulsión mutua entre política y sentimiento. “Los sentimientos deben estar al servicio de la democracia”. También lo dijo de otra forma: “El espacio público se revitaliza democratizando los sentimientos”.

La pérdida del sentido del lugar, por lo tanto, provoca consecuencias negativas en las personas pero también en las sociedades, empobrece la sociabilidad y provoca daños en el equilibrio psicológico. En China, por ejemplo, algunas sociedades se ven obligadas a emigrar forzosamente porque se diseña para el lugar donde viven un cambio profundo. En este sentido, señaló Nogué “los paisajes siempre se han transformado, pero lo que marca la diferencia es el tipo de transformación y el ritmo”. Otro ejemplo de lugar que se transforma en algo irreconocible: la región italiana del Véneto, que da nombre al concepto de “ciudad difusa”, que prolifera en la zona. El cambio que ha sufrido la región provoca un malestar en la población por la pérdida de puntos de referencia cotidianos y la anulación del espacio vivido. Esa desorientación colectiva se manifiesta de tres maneras:

Las plataformas en defensa del territorio. Son un fenómeno complejo. Aunque algunas responden a intereses oscuros, la mayoría surgen espontáneamente y responden a tres cuestiones: una creciente importancia del lugar en las entidades territoriales, una crisis de confianza en las instituciones y unas políticas territoriales mal diseñadas y muy mal explicadas. Para estas plataformas, el paisaje actúa como el rostro, el elemento que vehicula el descontento con la situación social. “Lo que piden realmente estos movimientos es más participación ciudadana y mantener sus raíces culturales”, aseguró el conferenciante. “El poder de la identidad no desaparece en la sociedad de la información”. De hecho, “cuanto más abstracto es el poder más se reafirma la creencia en las raíces”.

El conflicto de límites: se confunden los límites entre lo urbano y lo rural. Son imprecisos y se impone un paisaje complejo, ilegible. Los cascos urbanos se han sabido planificar, “son mejores que hace cincuenta años”, pero se han concebido a costa de la periferia, la cual se ha urbanizado y fragmentado. Se crea una estructura que no se entiende y “se hace necesario regresar a las fronteras perceptibles”, según la solución aportada por Nogué.

El conflicto de representación. Es el que se da por la diferencia entre el paisaje que se ve todos los días y los arquetipos que se han ido aprendiendo. “Es grave que una parte significativa de la sociedad no se identifique con sus paisajes”. Esto ocurre principalmente en zonas urbanas y de la periferia porque esos paisajes no se han proyectado de forma que la gente se sienta parte de ellos. Este conflicto, además de tener una derivación política, crea un problema de referencia porque es muy complicado identificarse con la homogeneización. “El reto es crear nuevos imaginarios paisajísticos que coincidan con la realidad”, señaló Nogué. Y para esto hace falta intervenir en el territorio con participación y sentido común.

Finalmente, según expuso el director del Observatorio del Paisaje de Cataluña, todos los desencuentros remiten a un conflicto ético. El reto es cómo alterar el paisaje sin destrozarlo, porque si se destruye el paisaje se deteriora la identidad. Para Nogué, es éticamente reprobable cambiar esa identidad por otra si no está socialmente consensuada. “Tan reprobable —concluyó— como disminuir la biodiversidad del planeta”.