“Un libro despojado de ira”. Así definió el director de la FCM, Fernando Gómez Aguilera, la última obra de Juan Cruz, Egos revueltos, que se presentó en la sede de la Fundación César Manrique en Tahíche ante un aforo completo, el 25 de marzo. “Un libro de abrazos de un hombre con suerte, que reconoce su vida como la de un ser afortunado”, completó. “Una fiesta literaria”.
La presentación del libro coincidió con esta última descripción de la obra. Tomó la palabra la periodista Pilar del Río, también amiga del escritor, que pasó a narrar un sueño sobrevenido tras la lectura de Egos revueltos. Un sueño en el que aparecían los escritores que desfilan por la obra, y otros más, intercalado con anécdotas propias o contadas sobre Miguel Ángel Asturias, Juan García Hortelano o Antonio Machado. De Juan Cruz dijo que habla de los escritores con guante blanco y apuntó que en el libro aparecen pocas mujeres: “Tú no tienes la culpa porque es la triste realidad”, le dijo al autor, de quien aseguró que “se limita a ser testigo de lo que ha visto”.
Comenzó Juan Cruz su intervención señalando que la carencia de mujeres en la historia de la literatura corresponde al periodo que a él le ha tocado vivir, pero “que, en la generación que viene, hay una especial calidad literaria en las mujeres”. “Yo trato de la época en la que se produjo nuestro descubrimiento de la literatura”. Citó el libro Los nuestros de Luis Harss, “un profeta”, ya que supo en 1966, que Vargas Llosa o García Márquez iban a ser los escritores que marcarían la época y esto, cuando tenían poco más de treinta años. “Mi libro es una revisita a los personajes de esa generación —dijo Cruz—, que fue un periodo de lectores”. En Egos revueltos, de hecho, no habla bajo la perspectiva del editor que fue, sino como lector. Lo que quiere contar es “el deslumbramiento que produce en un lector conocer a los escritores a los que admira”. “He ido a todos los escritores como si estuviera inaugurando la vida con ellos. He querido saber cómo era yo conociendo gente”.
Y así empezó a contar… De Saramago y su primera conversación telefónica mientras Lisboa ardía, de César Manrique, que le dejaba quedarse en su casa “si no armaba jaleo”. “César era como un conmutador de la luz, te hacía vivir en un sueño”, dijo de él.
De Camilo José Cela contó una de las anécdotas más divertidas de la noche, que destapó la primera de las muchas carcajadas que vinieron después. Ocurrió en 1970 en Tenerife. Cela había ido a dar una conferencia. Estaba enfermo, sin su mujer y tenía cierta aprehensión a dormir solo. El joven Cruz, “Juanito”, con 22 años, fue el encargado de adormecer al futuro Premio Nobel (“algo que le desbarató”) en el Hotel Mencey. Don Camilo se sentó en un butacón a escribir, Cruz se empeñaba en darle conversación y Cela en evitarla. Finalmente fue al baño, volvió con un pijama y una bata de seda y se acostó. “¿Don Camilo, me puedo marchar ya?”, preguntó el joven periodista. “Tú sigue hablando hasta que me duerma”, contestó. “A partir de entonces tuvimos una relación muy íntima”, dijo Juan Cruz entre la risa general del público.
A Cortázar se lo encontró en una calle de Amsterdam y éste le dio su dirección de París pero no su teléfono. Buscó en la guía de teléfonos (“que antes era Google”) todos los números de esa calle, dispuesto a llamar al escritor argentino. Eligió uno al azar, marcó y preguntó por el señor Cortázar. C´est moi, fue la respuesta. “Ahora parecen batallitas de viejo, pero son sueños de adolescente”, dijo Cruz, que volvió a Cela, espoleado por Pilar del Río, para contar sus vicisitudes con la concesión del Nobel, su polémica con otros escritores, el discurso y la segunda esposa del autor de La familia de Pascual Duarte.
“Susan Sontag era muy inteligente pero difícil de llevar”. Tuvo que invitarla a Lanzarote, acompañada de su hijo, porque quería conocer a José Saramago y la alojó en el Hotel Fariones. Ella, quizá acostumbrada a un lujo mayor, preguntó si el hotel era inadecuado. A Sontag, que le gustaba mucho conocer gente famosa y sentirse querida, cuando fue a la Feria del Libro a Madrid tuvo la suerte de que la Reina Sofía visitara ese día las casetas lo que supuso ocupar la portada de El País, disparándose las ventas de su libro y alimentando el ego de la escritora.
Con el ego, precisamente, terminó la presentación, que duró casi lo que dura un partido de fútbol —Juan Cruz es un gran aficionado a este deporte y seguidor del Barcelona—. “Sin ego no se puede hacer nada, es fundamental, pero hay muchas clases y creo que se debe perseguir el ego gobernado. El ego no es peyorativo, depende de los adjetivos: los hay insoportables, redondos, picudos escalfados… El ego sin adjetivo no es nada”, concluyó.
“Un libro despojado de ira”. Así definió el director de la FCM, Fernando Gómez Aguilera, la última obra de Juan Cruz, Egos revueltos, que se presentó en la sede de la Fundación César Manrique en Tahíche ante un aforo completo, el 25 de marzo. “Un libro de abrazos de un hombre con suerte, que reconoce su vida como la de un ser afortunado”, completó. “Una fiesta literaria”.
La presentación del libro coincidió con esta última descripción de la obra. Tomó la palabra la periodista Pilar del Río, también amiga del escritor, que pasó a narrar un sueño sobrevenido tras la lectura de Egos revueltos. Un sueño en el que aparecían los escritores que desfilan por la obra, y otros más, intercalado con anécdotas propias o contadas sobre Miguel Ángel Asturias, Juan García Hortelano o Antonio Machado. De Juan Cruz dijo que habla de los escritores con guante blanco y apuntó que en el libro aparecen pocas mujeres: “Tú no tienes la culpa porque es la triste realidad”, le dijo al autor, de quien aseguró que “se limita a ser testigo de lo que ha visto”.
Comenzó Juan Cruz su intervención señalando que la carencia de mujeres en la historia de la literatura corresponde al periodo que a él le ha tocado vivir, pero “que, en la generación que viene, hay una especial calidad literaria en las mujeres”. “Yo trato de la época en la que se produjo nuestro descubrimiento de la literatura”. Citó el libro Los nuestros de Luis Harss, “un profeta”, ya que supo en 1966, que Vargas Llosa o García Márquez iban a ser los escritores que marcarían la época y esto, cuando tenían poco más de treinta años. “Mi libro es una revisita a los personajes de esa generación —dijo Cruz—, que fue un periodo de lectores”. En Egos revueltos, de hecho, no habla bajo la perspectiva del editor que fue, sino como lector. Lo que quiere contar es “el deslumbramiento que produce en un lector conocer a los escritores a los que admira”. “He ido a todos los escritores como si estuviera inaugurando la vida con ellos. He querido saber cómo era yo conociendo gente”.
Y así empezó a contar… De Saramago y su primera conversación telefónica mientras Lisboa ardía, de César Manrique, que le dejaba quedarse en su casa “si no armaba jaleo”. “César era como un conmutador de la luz, te hacía vivir en un sueño”, dijo de él.
De Camilo José Cela contó una de las anécdotas más divertidas de la noche, que destapó la primera de las muchas carcajadas que vinieron después. Ocurrió en 1970 en Tenerife. Cela había ido a dar una conferencia. Estaba enfermo, sin su mujer y tenía cierta aprehensión a dormir solo. El joven Cruz, “Juanito”, con 22 años, fue el encargado de adormecer al futuro Premio Nobel (“algo que le desbarató”) en el Hotel Mencey. Don Camilo se sentó en un butacón a escribir, Cruz se empeñaba en darle conversación y Cela en evitarla. Finalmente fue al baño, volvió con un pijama y una bata de seda y se acostó. “¿Don Camilo, me puedo marchar ya?”, preguntó el joven periodista. “Tú sigue hablando hasta que me duerma”, contestó. “A partir de entonces tuvimos una relación muy íntima”, dijo Juan Cruz entre la risa general del público.
A Cortázar se lo encontró en una calle de Amsterdam y éste le dio su dirección de París pero no su teléfono. Buscó en la guía de teléfonos (“que antes era Google”) todos los números de esa calle, dispuesto a llamar al escritor argentino. Eligió uno al azar, marcó y preguntó por el señor Cortázar. C´est moi, fue la respuesta. “Ahora parecen batallitas de viejo, pero son sueños de adolescente”, dijo Cruz, que volvió a Cela, espoleado por Pilar del Río, para contar sus vicisitudes con la concesión del Nobel, su polémica con otros escritores, el discurso y la segunda esposa del autor de La familia de Pascual Duarte.
“Susan Sontag era muy inteligente pero difícil de llevar”. Tuvo que invitarla a Lanzarote, acompañada de su hijo, porque quería conocer a José Saramago y la alojó en el Hotel Fariones. Ella, quizá acostumbrada a un lujo mayor, preguntó si el hotel era inadecuado. A Sontag, que le gustaba mucho conocer gente famosa y sentirse querida, cuando fue a la Feria del Libro a Madrid tuvo la suerte de que la Reina Sofía visitara ese día las casetas lo que supuso ocupar la portada de El País, disparándose las ventas de su libro y alimentando el ego de la escritora.
Con el ego, precisamente, terminó la presentación, que duró casi lo que dura un partido de fútbol —Juan Cruz es un gran aficionado a este deporte y seguidor del Barcelona—. “Sin ego no se puede hacer nada, es fundamental, pero hay muchas clases y creo que se debe perseguir el ego gobernado. El ego no es peyorativo, depende de los adjetivos: los hay insoportables, redondos, picudos escalfados… El ego sin adjetivo no es nada”, concluyó.