César Manrique tenía sensibilidad no sólo para crear sino también para convencer a los que estaban con él

La segunda de las cinco mesas redondas previstas este año sobre la figura de César Manrique se celebró el 7 de junio, bajo el título César Manrique. Construcción del espacio público, y reunió a cuatro colaboradores del artista lanzaroteño: Luis Morales, Esteban Armas, José Luis Olcina y Antonio Ramos, moderados por los periodistas Saúl García y Domingo Rivero.

Luis Morales fue jefe del departamento de vías y obras del Cabildo de Lanzarote, comenzó a colaborar con Manrique en 1952 y lo hizo durante cuatro décadas. A mediados de los años sesenta se formó un “equipo” que se dedicaba a supervisar todas las obras los sábados por la tarde. Lo formaban Manrique, Pepín Ramírez, Antonio Álvarez, Jesús Soto y el propio jefe de obras. “Lo que más me gustaba de César era cómo cuidaba el medio ambiente”, dijo Morales. A lo largo de sus intervenciones, Morales fue contando cómo se gestaron los Centros de Arte, Cultura y Turismo y otras obras, partiendo de una isla en la que apenas había tres trozos de carretera asfaltados y en la que el dinero de los obras previstas por el Estado se devolvía porque no había empresas constructoras. El Cabildo creó su propia empresa y comenzó a asumir esas obras: carreteras, las galerías de agua de Famara, la Granja agrícola o la pista del aeropuerto, y con los remanentes se inició la construcción de Los Jameos del Agua, “a mano, porque no había máquinas”, retirando toneladas de piedras “para hacer la sala de fiestas mejor del mundo” como contó Morales que prometió César. Otra obra complicada fue el restaurante El Diablo, en las Montañas del Fuego. Para hacer el foso de la gran parrilla se hizo un pequeño cráter y se canalizó el fuego, con el apoyo, eso sí, de una bandeja llena de agua para apagar las llamas que se encendían en las botas de los trabajadores. En esas obras, según Morales, “todo el personal estaba entusiasmado, no hacía falta jefe” porque Manrique logró sensibilizar a cada uno de esos trabajadores (llegaron a trabajar simultáneamente más de 300). “Él se llevaba bien con todos, era muy cercano, tenía sensibilidad no sólo para crear sino también para convencer a los que estaban con él y nos enseñó a ver el paisaje de la manera que él lo veía”. Terminó dando gracias a César “y a todos los que trabajaron con él, porque  lo que se ha hecho es como una cosa milagrosa, ¡cómo fue posible reunir ese equipo, esa casualidad tan grande!”

Esteban Armas entró a trabajar en el Cabildo como arquitecto técnico en 1978. Dijo que en los años sesenta, los lanzaroteños creían que Lanzarote era fea porque no había verde “y César reivindicó la belleza de la piedra, de lo seco”. Armas habló de la conjunción de Manrique con el entonces presidente del Cabildo, Pepín Ramírez, porque eran amigos de la infancia, lo que facilitó que se llevara a cabo la obra pública del artista lanzaroteño. También habló de la construcción del Jardín de Cactus, una obra planificada desde los años setenta pero que concluyó en los años noventa y en la que el diseño de César “fue total, detalle por detalle”. Y habló de dos obras frustradas: el Mirador de El Golfo, que César, “que tenía una capacidad desbordante”, decidió no hacer porque ya veía la masificación de la Isla “y pensaba que se lo iban a cargar” y la adecuación de El Charco de San Ginés, porque César falleció durante su ejecución. Quiso terminar desmontando el mito de que César hacía tirar muchas de las cosas que se construían. “No tiraba nada, es un mito, porque cuando había un problema técnico o un exceso de coste, él hacía otra propuesta distinta en el momento”, y subrayó la labor de Luis Morales “porque fue el traductor perfecto de César.”

Antonio Ramos, ‘Toñín’, era un adolescente cuando se incorporó en 1969 como electricista  a la construcción de Los Jameos. “Ya me di cuenta de que César era un artista y luego de que era un genio, nos inculcaba que las piedras eran bonitas, que todo había que cuidarlo porque era importante para el ser humano, nos hizo comprender que Lanzarote no era la niña fea.” En una ocasión, César le comparó a Lanzarote con una mesa, en la que una pata era la agricultura, otra la pesca, otra el comercio y la cuarta, que estaban montando, era el turismo. “Como esto funcione —decía— aquí vamos a vivir de maravilla”. “Y así ha sido —dijo Ramos con ironía—, nos hemos cargado la agricultura y la pesca, pero tenemos el turismo.” ‘Toñín’, que recordó a otros trabajadores como Marcial Martín, Ildefonso Aguilar, Jesús Soto, Ramón Martínez o profesionales de la piedra y albañiles, era ‘el chico para todo’: “Sabíamos cuándo empezábamos, a las siete, pero no cuándo volvíamos”, porque a veces César les pedía que se quedaran en Los Jameos para enseñar el lugar a alguien importante. “Para él todos eran importantes”, según Toñín. Por allí pasaron Lindsay Kemp, Nuria Espert, Alberti, Marsillach, Kraus… “y  gente muy moderna, bien vestida.” En los Jameos, Ramos pinchaba unos discos que Manrique había traído de Nueva York y así conoció y se enamoró del blues, el soul o el country. Para Toñín, César, que trataba muy bien a todos, era “un genio, un hombre sencillo, amable y muy trabajador.”

El ingeniero José Luis Olcina conoció a César en 1969 en el Puerto de la Cruz, junto con Alfredo Amigó y el contratista Luis Díaz de Losada. Decidieron que interviniera para hacer las piscinas del Lago Martiánez y en una pizzería dibujó en cinco minutos, en una servilleta, la forma actual del lago con la isla en medio. “La cogimos y presentamos el proyecto”, dijo Olcina, que formó parte de lo que Manrique llamaba “la familia de Tenerife”, con quienes colaboró durante 25 años. La ilusión de los trabajadores de Lanzarote también se contagió a los tinerfeños: “estaban ilusionados, se sentían partícipes y orgullosos de las obras”, según Olcina, que contó varias anécdotas de César con las autoridades. “Manrique nos enseñó a ver la belleza, la naturaleza, tenía una capacidad creativa impresionante, transmitía ilusión a todos y tenía un gran factor humano”, concluyó.

El periodista Domingo Rivero cerró con unas palabras del artista y añadió que “en tiempos del todo vale, tenemos la obligación moral de preservar el legado que nos dejaron César Manrique y otras personas irrepetibles.”