En busca del Archipiélago perdido

La conferencia que el ensayista y escritor Alfredo Herrera Piqué desarrolló el pasado 24 de mayo en la FCM buceó en la prehistoria científica del Archipiélago canario con el fin de iluminar el presente, en el que “la figura del intelectual ha sido barrida por los medios de comunicación de masas”, que apenas dedican atención a la información de carácter científico.

El escritor y ensayista relató cómo hace doscientos años un joven geógrafo desembarcó en Tenerife equipado con un instrumental de más de 300 kilos de peso, dispuesto a realizar numerosos experimentos sobre un terreno prácticamente virgen. Este hombre era Alejandro de Humboldt y su breve estancia en el Archipiélago colocó a Canarias en un lugar destacado de la Historia de la Ciencia europea para siempre. Realizó el primer estudio científico del vulcanismo de Tenerife, dibujó el mapa geobotánico insular y calculó la altitud exacta del Teide. En la actualidad, recuerda Alfredo Herrera Piqué, “el mundo que recorrieron, catalogaron, disfrutaron y nombraron aquellos exploradores científicos, ya no existe”. Pero Humboldt no fue el único. Un siglo antes, el astrónomo francés Louis Feuillée se desplazó hasta El Hierro con la misión de calcular la posición del Primer Meridiano, ubicado desde Ptolomeo en los confines del mundo conocido, las Islas Afortunadas. Fue el primero en aplicar el método científico en las Islas Canarias, explicó Herrera, y además de fijar el meridiano de referencia, calculó la latitud de La Laguna y la altitud del Teide (hoy sabemos que con ciertos errores).  

“Pasión y aventura en la ciencia de Las Luces” era el título de la conferencia, y Herrera Piqué describió durante su intervención los principales aspectos que hicieron del siglo XVIII una etapa histórica marcada por la confianza en la razón y en las posibilidades de desarrollo del ser humano. “El lenguaje científico pasó a ser un lenguaje común” y la idea del progreso como una línea ascendente que siempre tiende a etapas mejores dio lugar a una “nueva interpretación del mundo”, bien ilustrada en La Enciclopedia.

Fue la época en la que se profesionalizó la actividad científica y se desarrollaron las primeras aplicaciones tecnológicas en la vida cotidiana. Fue también el siglo en el que aparecieron las primeras cosmogonías que trataban de explicar el origen del universo. La Ilustración se caracterizó además por la creación de los primeros herbarios y jardines botánicos, así como de las primeras grandes colecciones privadas, que más tarde se convertirían en los museos que conocemos en la actualidad. Por supuesto, fue el siglo de las grandes expediciones marítimas, marcadas por una doble dimensión: la expansión colonial y la investigación científica. Los barcos que conquistaban nuevas tierras tenían entre sus pasajeros a físicos, astrónomos o dibujantes de Historia Natural.    

Dos siglos más tarde, nuestro mundo se caracteriza por “las grandes desigualdades, el aumento demográfico, el cambio climático y el agotamiento de las reservas energéticas”, y en opinión de Herrera Piqué “las perspectivas son muy inquietantes”.

Recuperar la “autoridad intelectual” y el “valor del conocimiento científico” es una tarea necesaria que corresponde al ser humano del siglo XXI, con el fin de contrarrestar la influencia de “los cuatro jinetes del Apocalipsis moderno: el dinero, el consumo, la exaltación de la imagen y el poder”.

 “Somos una ínfima y frágil estela de vida situada en el universo”, comenzó diciendo Herrera Piqué. No obstante, hemos demostrado estar dotados de una “capacidad de destrucción y autodestrucción capaz de modificar las condiciones de vida” existentes. “Somos polvo estelar sometido a las leyes del azar y la necesidad. Pero también tenemos una increíble capacidad de conciencia, que es nuestra pequeña riqueza y también el germen de nuestra angustia existencial”, añadió. La cuestión es: ¿seremos capaces de transformar esa angustia existencial en una acción al servicio de la Naturaleza en la que se originó nuestra especie?