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Taller «Recuperar la ciudad de los ciudadanos: el derecho a la ciudad»

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 Los días 1 y 2 de junio de 2009, Julio Alguacil impartió en la Sala José Saramago de Arrecife el taller “Recuperar la ciudad de los ciudadanos: el derecho a la ciudad”. El director de la FCM, Fernando Gómez Aguilera, presentó al director del taller, Julio Alguacil, al que definió como “una de las cabezas que mejor piensan alternativas desde la izquierda española”. El profesor de la Universidad Carlos III comenzó la primera de las jornadas del taller poniendo de relieve los factores y fenómenos que motivan una nueva ciudadanía. Entre ellos se pueden destacar la pérdida de vigencia en la sociedad actual de las organizaciones tradicionales y la vuelta a una sociedad de redes, el desajuste entre las viejas normas y los nuevos valores, la pérdida de centralidad del Estado-nación en favor de las fuerzas económicas o el ensanchamiento de la brecha entre ciudadanos y políticos.  También citó Alguacil el concepto de la exclusión social que aparece a partir de los años setenta y que cambia la escala social, ya que hasta entonces los pobres estaban en la parte baja de esa escala pero pertenecían a ella, mientras que ahora, tras la deslegitimación del estado del bienestar por parte de las políticas neoliberales practicadas por los gobiernos de Thatcher y Reagan, están fuera.

Otro de los fenómenos de la nueva ciudadanía es la llamada sociedad del riesgo, según el sociólogo Ulrich Beck; una sociedad en la que todos, incluso los más poderosos, somos vulnerables.  Por último, analizó dos aspectos positivos entre estos factores: el nacimiento de novísimos movimientos sociales, como el llamado movimiento antiglobalización, que supone una vuelta al internacionalismo y que incluye a un grupo muy heterogéneo de colectivos y personas; y la emergencia de un nuevo sujeto ético con el desarrollo de dos nuevas clases de derechos: los ambientales y los culturales.

Tras esta exposición, Alguacil hizo un repaso por cómo se han generado los derechos de ciudadanía, comenzando por los civiles y políticos, los sociales y los económicos, hasta llegar a los republicanos y a los de participación, los más nuevos y los que suponen una mayor complejidad y una doble dirección: pensar globalmente y actuar localmente pero también pensar localmente y actuar globalmente.

El mejor invento
 

“La ciudad es el mejor invento de la humanidad porque es el soporte que mejor ha permitido satisfacer las necesidades humanas”, señaló Alguacil, y lo dijo en pasado porque actualmente la ciudad ya no puede satisfacer esas necesidades, ha dejado de hacerlo.  Éstas, la necesidades, son “pocas, finitas, fácilmente identificables y universales”, es decir, tenemos las mismas necesidades aquí que en otra parte del mundo y ahora que hace cinco mil años. Alguacil nombró tres clases de necesidades: la autonomía, la salud y la autonomía crítica (libertad de acción y de política) pero se centró en el esquena de Max-Neff y Antonio Elizalde, que habla de nueve necesidades: subsistencia, protección, afecto, entendimiento, creación, recreo, identidad, libertad y participación, esta última tomada como necesidad transversal: sin ella no se puede satisfacer el resto. La ciudad, hasta ahora, era un satisfactor sinérgico, nos permitía dar cumplimiento a las nueve, pero ahora ya no es así. Incluso la participación se ha complicado y  parece que se ha sustituido simplemente por el consumo. La mayoría de las necesidades no se satisface, en definitiva.

 La segunda parte de la jornada comenzó con un repaso por la evolución de las  ciudades, surgidas en la primera y segunda revolución industrial a través de un sistema de acumulación de capital. En la segunda, ya se va separando la ciudad por zonas, según su uso. En la tercera, la revolución científico-técnica, surgida a partir de la crisis del petróleo de 1973, se produce la acumulación por desposesión, la privatización de los recursos naturales, la mercantilización creciente de todas las relaciones sociales, en definitiva el crecimiento económico meramente especulativo. Como ejemplo, en España hay siete millones y medio de viviendas que no están habitadas y otros siete millones de personas que tienen problemas de acceso a la vivienda.
 
Complejidad
 

La ciudad moderna está vinculada a la complejidad. En contraste con el artesano, que “produce, se reproduce y distribuye” (las funciones en una ciudad) en un mismo lugar,  surge un ciudadano que se mueve en distintos espacios mezclados. La ciudad es compleja pero a la vez es sencilla, está llena de códigos para hacerla práctica.

La ciudad, por lo tanto, comienza a deconstruirse, se zonifica, se separan las funciones urbanas y aparece la necesidad del transporte y de las zonas dedicadas a él: nace la anticiudad. Madrid, por ejemplo, es la segunda área metropolitana del mundo tras Singapur en acumular más kilómetros de autovía por habitante. Este uso ocupa más superficie que el resto de espacios dedicados a las otras funciones de la ciudad por separado. La zonificación, seña del urbanismo progresista, está ahora en entredicho.  Además, se produce la dispersión territorial: la ciudad sin límites. “Todo el globo terráqueo está al servicio de las necesidades de consumo de las ciudades”, señaló el director del taller. La ciudad moderna también es una ciudad dual: tiene dos velocidades; un centro frente a una periferia, que no necesariamente coincide con la periferia geográfica; y se produce el fenómeno de la gentrificación, que supone que la población tradicional de una zona no puede garantizar su subsistencia en ese espacio por la revalorización del espacio.

Surgen en esta ciudad actual tres tipos de barrios, que dan como resultado un abandono del espacio público: las comunidades cerradas o barrios búnker —en los que vive gente con un gran poder adquisitivo—, los barrios de adosados y las manzanas cerradas con patio interior. “Hemos roto la sociabilidad de la ciudad”, dijo Alguacil, que destacó que se rompe también la continuidad en los espacios porque se multiplican los traslados en coche. “El lugar público es un espacio de sospecha”, señaló, “que acaban ocupando los más desfavorecidos, en la actualidad los inmigrantes”. Y como el espacio público se ocupa por estas personas, pues no se invierte en él, y se acaba por destruir la ciudad.

Si la primera jornada del taller terminó con el anuncio de la destrucción de la ciudad y la evidencia de que la ciudad ya no satisface las necesidades humanas, Julio Alguacil abrió la segunda analizando las condiciones imprescindibles “para volver a la ciudad”, para poder desarrollar procesos participativos. Esas condiciones se resumen en tres dimensiones: la temporal, la espacial y la estructural.

Respecto a la primera, y sobre el esquema de André Gorz, impulsor de la jornada de 35 horas en Francia, que diferencia el trabajo heterónimo (para otros) y el autónomo (llamado ‘el arte de vivir’), destacó que es posible disminuir el tiempo de trabajo a unos niveles importantes y facilitar la participación, ya que uno de los grandes problemas para que los ciudadanos participen es la falta de tiempo. “Si no hay tiempo no se pueden aplicar los derechos de ciudadanía de forma efectiva”.

En cuanto a la dimensión espacial, Alguacil habló de recuperar los espacios de socialización. Expuso las escalas en la ciudad, desde el vecindario hasta la metrópoli, y puso como la escala ideal el barrio-ciudad, que podría tener entre 20.000 y 50.000 habitantes, que albergaría equipamientos cotidianos y aproximadamente la mitad de los empleos de sus vecinos. Precisaría de cierta autonomía política, de cargos electos de manera directa, y de algún elemento singular que pudiera servir de foco de atracción para habitantes de otras zonas y de orgullo para los vecinos. Sería el espacio adecuado para desarrollar de forma óptima las relaciones sociales, ya que fuera de ese ámbito las relaciones se deterioran. Por encima de él estaría la ciudad, la gran ciudad y el área metropolitana, donde es más difícil satisfacer de manera efectiva las necesidades humanas. Por último, estaría la dimensión estructural, sobre la que apuntó lo que ya comentó en la primera jornada: el desajuste entre los partidos políticos, su estructura jerárquica y la población.

Barrios-ciudad
 

Para articular estos barrios-ciudad haría falta una descentralización administrativa, ejecutada como desconcentración, descentralización y desburocratización. La primera de ellas se aborda desde un punto de vista político-económico. El gasto público en España actualmente se divide en un 45% por parte del Estado, un 40% por las comunidades autónomas y un 15% por los ayuntamientos, mientras que la Unión Europea habla de una tendencia hacia un reparto que sea del 50%, 25%  y 25%. Los ayuntamientos están mal financiados, según señaló Julio Alguacil, que denunció además la excesiva privatización de los servicios y apostó por la promoción de la economía social y la formación de cooperativas que no sólo crean empleo sino que generan confianza entre la población de distintos estratos. Asimismo, destacó la puesta en marcha de presupuestos participativos.

La descentralización, por su parte, se aborda desde el ámbito político, propiciando la elección más directa, mientras que la desburocratización requiere de la distribución social del poder y de dejar de depender de especialistas (los políticos) que acaban por inhabilitar a los demás en la toma de decisiones.

Alguacil expuso las distintas relaciones entre los actores de la ciudad. Señaló que se está dando gran importancia a los agentes económicos, que se incorporan a la gestión de la ciudad vendiéndose ésta como una marca (expos, capitalidades culturales…) para atraer inversiones que, en ocasiones, acaban por suponer un gran gasto público. Con este modo de trabajar desaparece la planificación urbana en favor de los intereses económicos. También habló de la situación del tejido asociativo, débil, atomizado y competitivo entre sí, e instrumentalizado en muchas ocasiones por la Administración.

Hay tres modelos de Administración: el burocrático, que es el clásico, el gerencial que es el que se está llevando a cabo en muchas ciudades, como Madrid, con más de quinientos gerentes, y el relacional, que es por el que apuesta Alguacil y el que analizó en profundidad. Este modelo implica un reparto del poder. En él, la calidad de vida se entiende como un proceso y hay participación no sólo por parte de los especialistas, ya que “conocer la realidad es el elemento pedagógico más importante”. La función de los políticos sería en este modelo la de incorporar a los ciudadanos a la toma de decisiones. “Un buen líder político es aquel capaz de incorporar  a los ciudadanos a la toma de decisiones y liderar esas relaciones”, dijo Alguacil.

Se necesitan, por tanto, políticos que medien entre las distintas redes sociales, técnicos implicados, trabajadores municipales corresponsables y ciudadanos activos y participativos.

Movimientos sociales
 

El reto, según Alguacil, está en las ciudades organizadas. Para él, la historia de la  modernidad es la historia de la lucha de los movimientos sociales, gracias a los cuales han llegado los derechos ciudadanos. Y ahí, en esos movimientos sociales, está la base de la alternativa. El director del taller expuso un triángulo en el que en un lado está el movimiento obrero, en otro el ecologista y en otro los movimientos antiautoritarios. En el centro, en la confluencia, está el movimiento de movimientos, el llamado movimiento antiglobalización. Alguacil preguntó y se preguntó si no sería este movimiento el nuevo sujeto histórico del cambio en una sociedad en que los partidos políticos no representan ya a las clases sociales.

Por último diferenció el movimiento antisistema, que propone una alternativa, del movimiento antisocial que sólo funciona como destructor de otro colectivo,  y destacó el crecimiento en España de los movimientos de los desesperados, como se vio en Francia hace unos años y en Los Ángeles a principios de los noventa. La base para el futuro partiría de movimientos locales, anclados a un territorio, pero unidos en una alianza global.

Más información: Nota de prensa

lundi 1 juin 2009

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