El director de cine José Luis Guerin comenzó el taller Cine y paisaje diferenciando el concepto ‘paisaje’ del de ‘territorio’. Este último, existe independientemente de la mirada humana, mientras que el paisaje requiere del emplazamiento del observador. El ponente explicó que cuando los hermanos Lumière inventaron el cinematógrafo había al menos una docena de inventos similares, pero se impuso el de los hermanos que siguieron el consejo de su padre, Antoine, que había trasladado a sus hijos su deseo de que el invento fuera ligero y móvil, para que se asemejara al caballete de los pintores impresionistas, que habían roto con la tradición de los academicistas, pintando sobre el terreno, no en el estudio.
La primera película analizada por Guerin fue precisamente una de los Lumière. Todas duraban 55 segundos (lo que duraba la bobina), tenían un solo plano y su principio paisajístico era el de la celebración del movimiento. A partir de ese momento, surge en las películas el paisaje como espectáculo, con una mentalidad colonial y un gusto por el exotismo, hasta que llega Nanuk el esquimal (Robert Flaherty, 1922), que es considerada como el primer documental de la historia del cine. La novedad que aporta no son las imágenes polares, que ya se habían mostrado, sino que en ella el paisaje solo cuenta en la medida en que significa algo para su personaje, y es consecuencia de la actividad humana.
El francés Jean Epstein aporta al cine el paisaje como resultado de la mirada de unos personajes, desde su subjetividad. Lo aborda como consecuencia de la mitología y el folclore, como significación e incluso como drama. En el western clásico, el que se inspira en los relatos míticos de la Edad Media, el motivo principal del paisaje es el horizonte, que casi siempre habla de una promesa, una aspiración, “el lugar donde nacen y mueren los héroes”. John Ford, el director más destacado del género, que filmó en Monument Valley desde 1914 hasta los años sesenta, crea “una dimensión espiritual en ese espacio”, algo diferente a lo que hace en El hombre tranquilo (1952), donde vuelve a la Irlanda idealizada de sus padres, y la dureza oculta del paisaje se va trasladando a la relación entre sus personajes.
Las imágenes de Ordet (1955), la película Carl Theodor Dreyer, dieron pie a Guerin para hablar de la diferencia de apreciación del paisaje entre los habitantes locales y los foráneos. Estos últimos necesitan educar la mirada para distinguir un paisaje que parece siempre igual. Para Guerin, Ordet es “la película más bella de la historia del cine” y en ella filma “lo invisible, lo espiritual”.
En El Intendente Sansho (1954), Kenji Mizoguchi rueda el suicidio de una mujer en un paisaje que parece “de tinta”. La mujer se introduce en el agua, que aparece como vacío, como un duplicado del cielo. “El papel del paisaje es el de integración absoluta y, aunque se trata de una muerte, hay armonía”, señaló Guerin. En otras ocasiones, el paisaje surge como si fuera “un resumen del mundo”, tal como se muestra en la última escena de Francisco juglar de Dios (1950), de Roberto Rosellini. Para Guerin, “el cine se construye tanto con el encuadre, con lo que se ve, como con lo que no se ve” y el paisaje también “se ha de escuchar”. El director del taller explicó que decidió centrarse en la Naturaleza y no en el paisaje urbano, pero puso un ejemplo de ficción rodada en paisajes reales, en este caso urbanos, como las películas de Rossellini Roma ciudad abierta (1945) y Alemania año cero (1948), “ficción en un paisaje documental”.
También habló del expresionismo alemán de Murnau, un cine atormentado, pesimista, que expone un conflicto entre el bien y el mal, en el que se rescata la idea del paisaje como “una ventana abierta sobre el mundo”. Y habló de Vértigo (1958) de Alfred Hitchcock, donde el paisaje, un bosque de secuoyas, es un elemento desestabilizador para la protagonista, que sufre un ataque de pánico. En La noche del cazador (Charles Laughton, 1955) se muestra el paisaje desde los ojos de la infancia, desde el terror infantil, y se convierte en un elemento activo que interviene en el destino de los niños, perseguidos por su padrastro. No obstante, el gran paisajista de la infancia es, para Guerin, el iraní Abbas Kiarostami.
Las últimas películas, y su relación con el paisaje, que se analizaron en el taller, fueron El río (Jean Renoir, 1950) que supone el opuesto de Vértigo, el paisaje como naturaleza plácida a pesar de que filma la muerte de un niño, y Noche y Niebla (Alain Resnais, 1955), “el mejor testimonio sobre los campos de concentración”, que muestra un paisaje vacío “como una forma de concernirnos sobre nuestra responsabilidad en lo que pasó”.