Casa Museo del Campesino

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En plena proyección de lo que años más tarde se conocería como la red de Centros de Arte, Cultura y Turismo del Cabildo de Lanzarote, César Manrique propuso en 1968 la creación de una gran escultura monumental y de un grupo de edificios que siguieran los postulados de las viviendas tradicionales de la isla. El resultado es la Casa Museo Campesino, un conjunto que reúne artes plásticas y arquitectura para rendir un homenaje a la figura emblemática del agricultor local y al propio patrimonio cultural de Lanzarote.

La elección del lugar, al igual que la obra escultórica que corona el complejo, está cargada de simbolismo. Situada prácticamente en el centro geográfico de la isla, entre los pueblos de Mozaga y San Bartolomé, la Casa Museo Campesino está rodeada de diferentes modalidades de tierras de cultivos. Además, estamos a las puertas de la zona agrícola más singular de Lanzarote, donde el tesón del campesino lanzaroteño logró darle la vuelta al legado abrasador de las erupciones del siglo XVIII y aprovechar la porosidad de las pequeñas piedras volcánicas denominadas científicamente “lapilli” para exprimir al máximo la humedad de la isla. La Geria es un paisaje natural y etnográfico único, en el que el hombre se las ha ingeniado habilidosamente para sacar el máximo provecho a una tierra caracterizada por la escasez de lluvias.

El complejo se comenzó en 1968 con la gran escultura de César Manrique denominada “Fecundidad”, aunque esta obra se encuentra aislada intencionadamente del resto del conjunto para darle más autonomía y protagonismo visual en el paisaje. El monumento arranca de las piedras naturales de la Peña de Tajaste y va ganando altura a través de la modulación de cuerpos geométricos cambiantes. Cilindros, troncos de pirámides o rectángulos hechos de viejos tanques procedentes de barcos que fueron reciclados por Manrique y que están pintados de un blanco inmaculado. El resultado es una obra abstracta que a pesar de su gran tamaño y su concepción geométrica posee una gran potencia dinámica y alegórica.

En las construcciones arquitectónicas aledañas se sigue el modelo de la vivienda popular lanzaroteña que tanto había interesado a Manrique, pero no se reproduce un ejemplo concreto, sino que se combinan diversos elementos característicos: balcón, chimenea, cubiertas a cuatro aguas, puertas, ventanas, mobiliario…, siempre con el color blanco para los muros y el verde para la madera. El centro también fue concebido como museo dedicado a la vida agraria de Lanzarote, albergando salas expositivas y talleres de alfarería, bordados, carpintería, aperos de labranza o utensilios domésticos, así como un restaurante en el que se puede degustar la gastronomía típica de Lanzarote. Después del fallecimiento de Manrique se ampliaron las instalaciones con un nuevo centro de artesanía, un coso para actuaciones y dos burbujas artificiales que surgieron de la remodelación de una antigua cantería.

Aunque la cultura rural de Lanzarote es el principal referente, Manrique armoniza el reconocimiento a las costumbres agrícolas y arquitectónicas de la isla con la sensibilidad estética propia de la segunda mitad del XX. La coherente conjugación de tradición y modernidad es una de las pautas que se repiten en un autor capaz de coordinar con soltura ámbitos diferentes: arte y naturaleza, intervenciones espaciales y conservación medioambiental, artes plásticas y arquitectura, turismo y ecología… Las múltiples lecturas estéticas, culturales y paisajísticas de Manrique son la consecuencia de un autor polifacético y ambicioso que llevó al límite la unión entre el arte y la vida.

Castillo de San José

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Aunque la mediación arquitectónica y artística de César Manrique fue bastante más limitada que en otras intervenciones, el proyecto de rehabilitación del castillo de San José fue una de sus iniciativas más fructíferas. Con la recuperación de este antiguo baluarte militar, Manrique y el Cabildo de Lanzarote lograron rescatar un edificio histórico y crear un centro artístico pionero en Canarias y en España: el Museo Internacional de Arte Contemporáneo de Lanzarote (MIAC).

La labor como animador y gestor cultural y la conservación de los bienes patrimoniales son dos facetas relevantes en la trayectoria del autor lanzaroteño. Además del ejemplo del MIAC, Manrique, junto a un equipo de colaboradores, ya había puesto en marcha en 1974 un espacio cultural polivalente denominado “El Almacén”. El centro, que se ubicaba en una antigua vivienda de Arrecife que a pesar de su valor arquitectónico estaba muy degradada, desarrolló una destacada labor artística e intelectual durante los años setenta y ochenta.

El castillo de San José nació con el objetivo de mejorar la defensa de los puertos de Arrecife, la capital de Lanzarote. Construido durante el reinado de Carlos III a finales del siglo XVIII, esta fortificación sigue las características clásicas de las obras militares de este tipo pero, con el paso de las décadas, su misión defensiva había ido desapareciendo y el castillo entró en un preocupante estado de abandono durante el siglo XX. Afortunadamente, su destino dio un inesperado giro en 1976 cuando César Manrique propuso un plan de restauración y reconversión al Cabildo de Lanzarote.

El edificio está dotado de planta cuadrada con frente marítimo curvo y posee dos niveles. La entrada tiene un puente levadizo que da a lo que en su momento era el cuartel alto y en la parte inferior se ubicaba el cuartel bajo, que se destinaba a la tropa. En la parte trasera existían otras dependencias, mientras la artillería tenía su espacio en la plataforma de la batería. La primera fase del nuevo proyecto realizado en 1976 fue reacondicionar el área que precede a la entrada. Manrique despejó un espacio que estaba descuidado y creó una zona con aparcamientos y jardín en donde el protagonismo lo lleva la gran explanada de piedra que consigue realzar y sintonizar con la pétrea fachada del castillo. El diseño que realiza Manrique de los pavimentos, en los que emplea diversos materiales pétreos del lugar, adquiere notable relevancia. Los retoques en el interior del edifico son puntuales, lo que permite combinar el carácter propio de este baluarte militar con las necesidades expositivas del museo. Se han habilitado varias salas en donde se exhiben las obras de la colección y destaca especialmente la estrategia realizada en la remodelación de la escalera interna.

La principal novedad del conjunto fue la creación de un restaurante en la parte trasera al que se puede acceder por la elegante escalera interior orgánica, muy propia del estilo Manrique, o por otro pasaje que se habilitó en un lateral. En el nuevo recinto, que se acopla perfectamente a la estructura previa, aparecen recursos decorativos propios del artista: botellas usadas como lámparas, el empleo de la madera, la inclusión de estantes siguiendo la pauta de los palomares de la arquitectura vernácula, el dibujo del mostrador, apoyado en suaves líneas curvas, y una gran cristalera que permite observar una completa panorámica de Puerto Naos. Situado a pie de mar y junto a la gran extensión que ocupan las antiguas salinas, el castillo de San José es un hito muy destacado en el paisaje marítimo de una ciudad de larga tradición marinera como Arrecife.

La creación del MIAC fue un evento espectacular y excepcional, ya que en ese momento apenas existían centros de arte contemporáneo en España. En el certamen con el que se inauguró el museo se trajeron piezas de nombres tan reconocidos como Picasso, Albers, Chagall, Bacon, Giacometti o Moore. La colección del MIAC destaca por tener una espléndida selección de los autores españoles más relevantes de los años sesenta y setenta, compañeros de generación de Manrique, como Miró, Tapies, Chillida, Gordillo, Guerrero o Canogar, así como de los artistas canarios más representativos del siglo XX. La formación de la colección la promovió el artista lanzaroteño mediantes adquisiciones, donaciones o intercambios.

Restaurante El Diablo – Timanfaya

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Siguiendo la estrategia del Cabildo de Lanzarote de destacar y conservar los espacios más emblemáticos de la isla, en 1970 se intervino en el Parque Nacional de Timanfaya, uno de los parajes volcánicos más impresionantes del mundo. César Manrique, acompañado de su equipo habitual de colaboradores (Eduardo Cáceres, Jesús Soto o Luis Morales, entre otros), dirigió la creación del restaurante El Diablo y de la Ruta de los Volcanes retomando tres premisas básicas en su trabajo: integración de la obra en la naturaleza, adecuación del lugar para el turismo bajo un escrupuloso respeto al entorno y utilización de los lenguajes artísticos contemporáneos.

Las erupciones volcánicas que durante el siglo XVIII asolaron Lanzarote poseen hoy una potencia paisajística desbordante. El Parque Nacional de Timanfaya ofrece un espectáculo geológico y estético tan sobrecogedor como deslumbrante, en donde la apoteósica belleza de las lavas y los cráteres se compara una y otra vez con las vistas imaginarias de la Luna o Marte. Hasta el momento de la intervención, Timanfaya apenas habían tenido contacto con la industria turística, aunque en el lugar ya existía un pequeño mirador previo. La pronta actuación del Cabildo sirvió para controlar la zona justo antes de la explosión de visitantes y dio un valor más para su declaración como Parque Nacional en 1974. De las dotes para la escultura y el diseño de Manrique surgió el emblema del Parque, un esquemático diablo de tonos oscuros pero aires irónicos que se ha convertido en un símbolo de la propia isla.

Dada la delicadeza del espacio, la Ruta de los Volcanes se concibió para ofrecer una muestra completa de Timanfaya a los visitantes sin que el hábitat se pudiera ver dañado. La estrecha y cuidadosa carretera que discurre por el corazón del Parque fue diseñada para causar el menor impacto físico y visual, permitiendo ver las áreas más significativas pero sólo mediante el servicio de guías y autobuses del Cabildo. Así, se compatibiliza exhibición de la naturaleza con conservación medioambiental.

En el Islote del Hilario se construyó el restaurante El Diablo, que se inserta en un edificio circular de una sola planta cuya fachada principal está compuesta por una amplia cristalera que permite ver la asombrosa panorámica de los extensos campos de lava. En el interior, la habitual exhuberancia decorativa manriqueña limita sus acciones para concentrar sus efectos y sintonizar con el ascético y acaparador ambiente volcánico. Un ejemplo paradigmático de esta actitud es el denominado "Jardín muerto", un pequeño espacio acristalado donde un tronco seco y el esqueleto de un dromedario recuerdan la simbología dramática del lugar en donde nos hallamos. En la zona del bar sí aparecen detalles del mobiliario que recuerdan la estética pop, con originales giros ornamentales de utensilios comunes como las sartenes, que sirven de lámparas.

Junto al restaurante, dos murallas de formas curvas dan acceso a los baños y una tercera, cerrada con una cúpula decapitada, contiene un horno en el que el calor natural sirve para cocer los alimentos. En el Islote del Hilario es donde mejor se percibe la actividad geotérmica del subsuelo, ya que a tanto sólo 15 metros de profundidad la temperatura superar los 600 grados. Esto obligó a utilizar novedosas soluciones técnicas en la construcción pero también permitió crear atracciones únicas para los visitantes.

Las formas circulares, la pureza de las líneas o la fuerza visual de los grandes muros de piedra volcánica perfectamente tallada refuerzan el carácter geológico y ritual de la intervención, mientras el conjunto logra un equilibrio entre la fusión con el paisaje y su propio protagonismo espacial. La lectura global vuelve a demostrar que Manrique tenía una especial intuición para crear ambientes únicos y elocuentes combinando arquitectura, artes plásticas y paisajismo.

Jameos del Agua

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Los Jameos del Agua son una de las obras esenciales en la trayectoria de César Manrique. Además de representar su primera gran actuación de arte público en el paisaje lanzaroteño, el proyecto sirvió para impulsar a Manrique hacia el rico sincretismo de disciplinas que practicó en sus intervenciones espaciales y lo encaminó de forma decisiva hacia el concepto de Arte-Naturaleza, su aportación más sólida y original al arte contemporáneo.

Desde su llegada a la presidencia del Cabildo de Lanzarote en 1960, José Ramírez promovió un modelo turístico genuino y exitoso basado en la remodelación de espacios naturales. Esta voluntad sufrió un avance fundamental con la implicación de Manrique en la creación de los Jameos del Agua, al mismo tiempo que abrió un campo de acción determinante para el ideario estético del artista.

El término de jameos hace alusión a los tubos volcánicos que carecen de coronación y éstos concretamente pertenecen a la gran oquedad subterránea —una de las más grandes del mundo— que corre desde el Volcán de la Corona. El espectacular espacio geológico de los Jameos del Agua era un lugar ya conocido pero que se encontraba en estado de abandono y degradado. Las primeras obras se llevaron a cabo entre 1964 y 1966 en el denominado “Jameo Chico”, mientras el acondicionamiento del “Jameo Grande” se desarrolló en los siguientes años. Las últimas actuaciones se culminaron en los años ochenta con la creación del Auditorio en la zona del “Jameo de la Cazuela” y la parte superior se destinó a la Casa de los Volcanes, un centro expositivo y didáctico de vulcanología. Como en futuras ocasiones, Manrique dirige un equipo en el que destaca la colaboración del artista Jesús Soto.

La entrada al magnético mundo de los Jameos del Agua empieza con el descenso al “Jameo Chico”. En esta parte, como en el resto de la obra, las líneas estructurales y los detalles formales del mobiliario, la decoración, la jardinería o la iluminación están perfectamente integrados en la naturaleza única que les rodea. Entre el “Jameo Chico” y el “Jameo Grande”, se encuentra un lago en el que reside una especie endémica de cangrejos ciegos. El visitante lo atraviesa por un pequeña vereda adosada a un lado y luego asciende hacia el “Jameo Grande”. El trayecto lleva de la oscuridad de la misteriosa laguna a una zona plena de luz en la que destaca una gran piscina de formas onduladas y una poderosa escalera helicoidal que sube hasta un restaurante y la Casa de los Volcanes. Además del contraste lumínico y cromático propio del lugar, Manrique pone en juego una suntuosa jardinería y una decoración exquisita y efectista que recrean la mirada del visitante. Al fondo del “Jameo Grande” la entrada al Auditorio del “Jameo de la Cazuela”, en donde la naturaleza volcánica junto a una acertada pureza de líneas y la ornamentación dan un sello inconfundible a este singular escenario.

La intervención en los Jameos del Agua ofrece una idílica simbiosis entre la potencialidad plástica de esta impresionante cueva y lo realizado por el hombre. Manrique aporta soluciones insólitas, sutiles y elocuentes que realzan la belleza intrínseca del lugar sin enmascararla artificiosamente. Como en otros espacios, el artista combina recursos y conceptos de corrientes como el land art, el pop o el arte público para crear un auténtico laboratorio del paisaje que respeta la idiosincrasia geológica del lugar y conecta con las tradiciones culturales de Lanzarote.

En los Jameos del Agua, Manrique ya expone la clave que seguirá en otras intervenciones espaciales: conservación y recreación del patrimonio natural y cultural en sintonía con los lenguajes artísticos contemporáneos. Una receta que se sintetiza en el binomio Arte-Naturaleza y que dará lugar a combinaciones magistrales de valores paisajísticos, estéticos, culturales…

Para el crítico Javier Maderuelo, los Jameos del Agua “pueden ser considerados una obra pionera de las artes de la posmodernidad capaz de abrir caminos a la participación de los artistas en la recuperación y puesta en valor de elementos de la naturaleza y del paisaje, permitiendo concienciar a los visitantes, a través de los mecanismos del arte, de sus valores intrínsecos y de la necesidad de su conservación”.

Jardín de Cactus

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El Jardín de Cactus es la última intervención de César Manrique en el territorio de Lanzarote y un compendio de las pautas estéticas que siguió en sus obras de arte público integradas en el paisaje. La creativa mezcla de lenguajes y técnicas artísticas, que el propio autor lanzaroteño denominó como “arte total”, logra dar vida en este caso a una arquitectura orgánica y a elementos decorativos y escultóricos fusionados con el entorno. Un planteamiento para unir Arte y Naturaleza.

El proyecto para realizar el Jardín de Cactus se comenzó a gestar en los años sesenta —en 1973 ya se rehabilitó el molino que corona el recinto— pero por distintos motivos los trabajos se fueron retrasando hasta que, a finales de la década de 1980, la construcción se aceleró y el Cabildo de Lanzarote pudo inaugurarlo en 1990. En la ubicación del Jardín de Cactus concurrieron dos de las condiciones típicas en la selección de los espacios que hacía Manrique: valor paisajístico y posibilidad de rehabilitar un paraje que estaba degradado. El artista escogió una antigua cantería del pueblo de Guatiza convertida en un vertedero y situada en una zona donde predominan los llamativos cultivos de nopales o chumberas.

Un hito de gran protagonismo visual marca la llegada al Jardín de Cactus. Se trata de una escultura metálica que representa a un enorme cactus con cientos de púas. Un icono de grandes proporciones que refuerza aún más el protagonismo de la familia de las plantas cactáceas. En los muros de piedra volcánica del exterior un creativo enrejado metálico con formas vegetales da paso a una recepción en la que Manrique vuelve a demostrar su capacidad para lograr grandes efectos escénicos. La disposición del acceso impide ver parcialmente la obra, de tal manera que el visitante gira por un pequeño pasillo hasta que de repente aparece la vista completa del Jardín de Cactus. La pieza constructiva que conforma este espacio de entrada se basa en una estructura de planta circular que reinterpreta los taros (refugios de cabreros) insulares. Esta misma referencia la desarrolla Manrique creativamente en la pieza que acoge la tienda del conjunto, coronada con una escultura móvil. Tras superar la estrecha entrada, el espectador se encuentra en un punto alto desde el que contempla un mundo lleno de referencias visuales y de vivos contrastes de colores. Un espacio de tintes mágicos y oníricos que ha sido concebido de forma global y cuya estructura casi circular recuerda a los teatros de antigüedad, ya que se va elevando poco a poco mediante unas terrazas muy similares a los bancales de la agricultura local.

La presencia cromática de la piedra volcánica, con tonos rojos, negros y pardos, es predominante, aunque las principales notas geológicas son los grandes monolitos basálticos que quedaron como obeliscos en la época en la que se extraía tierra de este lugar y que Manrique recupera y conserva, confiriéndoles un claro valor escultórico. Pero es la flora, a través de la vivacidad y el exotismo de los cactus, quien lo inunda todo. Cientos de especies ofrecen una variedad inagotable de formas y colores para que el visitante los descubra en este escenario poético destinado a su disfrute y esparcimiento. En todo el conjunto flota la idea del jardín como espacio simbólico y real, en donde el contacto directo con la naturaleza nos lleva a nuevos estadios de reflexión y regocijo, subrayados por la presencia paradójica del agua en distintos momentos.

A un lado del espacio central se sitúa un restaurante en cuyo interiorismo se reconoce el lenguaje del artista, muy desarrollado aquí a través de elementos de madera y vidrio. La escalera helicoidal, apoyada en una delicada escultura de metal y cristal, resulta de gran plasticidad. Sobre él, otra terraza desde la que se puede acceder al gran molino ubicado en la parte más alta y que alude a la arquitectura vernácula de Lanzarote. En estos recintos, Manrique exhibe la desbordante imaginación que aplicaba a los detalles ornamentales, mediante piezas del mobiliario y singulares esculturas que hacen referencia a la plasticidad de los cactus.

Desde las claves estéticas propias de Manrique, el Jardín de Cactus es una fecunda aportación a la tipología de los jardines que tanto se ha revitalizado en la modernidad. Una obra integradora y totalizadora, en la que las características del artista lanzaroteño se notan tanto en las grandes líneas como en los pequeños detalles. Manrique en estado puro, combinando arquitectura, intervención espacial, escultura, interiorismo o jardinería en busca de su rica fórmula de arte total.

 

Mirador del Río

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La capacidad para integrar plenamente en el paisaje obras espaciales innovadoras y complejas es una de las grandes aportaciones de César Manrique. El Mirador del Río es un magnífico ejemplo de ello. Una comprobación de que es posible establecer un nuevo orden de comunicación entre el hombre y el medio natural a través de la fórmula Arte-Naturaleza que propugnó el artista lanzaroteño para desarrollar obras de arte público con un potente efecto funcional y económico.

Desde principios de los años sesenta, el Cabildo de Lanzarote, presidido por José Ramírez Cerdá, apostó por habilitar varios parajes naturales de la isla con el objetivo de crear una oferta turística única y de calidad. El Mirador del Río es un nuevo proyecto en este programa y el equipo que lo lleva a cabo vuelve a contar con César Manrique como principal artífice y con Eduardo Cáceres y Jesús Soto como piezas claves. La obra, que se comenzó en 1971 y se inauguró en 1973, se encuentra en el borde de los escarpados acantilados de la parte norte del macizo de Famara. Un enclave de gran valor paisajístico que antes pertenecía al Ministerio de Defensa por su ubicación estratégica.

El acceso al Mirador del Río está precedido de una escultura de Manrique que simboliza a todo el conjunto, como ocurre con otros Centros de Arte, Cultura y Turismo. Una de las aportaciones arquitectónicas más hábiles del artista se da en la fachada pétrea. Un semicírculo integrado en la montaña que asciende a través de varios niveles y que cuenta con la textura de la piedra como nota de color más expresiva. La estructura ideada dirige la mirada al cercano Volcán de la Corona, al mismo tiempo que guarda una relación muy estrecha con el paisaje insular ya que se asemeja visualmente a los tradicionales bancales de la agricultura local.

El acceso al recinto tiene un tratamiento casi escultórico y está coronado por un óculo que actúa como punto de fuga. Seguidamente se pasa a un pasillo decorado con elementos alusivos a la cerámica aborigen que también sirve para entretener la atención del visitante y aumentar de esta manera el efecto sorpresa que se produce al llegar al cuerpo central. En este espacio, formado por dos estructuras elípticas gemelas, la vista se dirige irremediablemente a la espectacular panorámica de las faldas del Risco de Famara y el Archipiélago Chinijo, compuesto por las islas de La Graciosa, Montaña Clara, Alegranza y Roque del Este. Junto a los ventanales se hallan dos grandes esculturas de Manrique y otros detalles decorativos muy propios del artista. Desde un lateral se pasa a la terraza exterior, donde se puede observar libremente el paisaje. De la zona central se asciende por medio de una escalera helicoidal hacia la tienda del recinto y encima nos encontramos con la terraza superior, coronada por un lucernario que integra afinadamente la piedra y el cristal.

La tipología de los miradores es bastante rica en la trayectoria de Manrique, además de éste realizó los de Malpaso (Lanzarote), El Palmarejo (La Gomera) y el de La Peña (El Hierro). Antes de su muerte ideó más miradores para Lanzarote y otras islas, pero su fallecimiento dejó los proyectos inconclusos.

Partiendo de la ecléctica sensibilidad artística de Manrique, el Mirador del Río depara unas formas fluidas y orgánicas que interactúan y se funden con el territorio insular. Esta suerte de arquitectura sensitiva y evocadora también lleva a la reflexión serena sobre la relación entre el ser humano y la naturaleza. La obra pública del artista no sólo desvela la riqueza de sus concepciones e influencias estéticas sino que también conlleva una carga ideológica de conservación medioambiental que será fundamental en la postura vital de César Manrique.