El jueves, 8 de noviembre, a las 20:00 horas, en la sede de la Fundación César Manrique, Juan José Millás habló sobre “Lectura y vida”, dentro del ciclo El autor y su obra. Encuentros con creadores.
Cuando Juan José Millás era adolescente y leía novelas de noche, a la luz de una linterna, a escondidas, no pensaba que esa actividad formara parte de su educación. Empezó a leer, como todos, para intentar comprender el mundo y partiendo de una condición, que también es común para todos: estar mal. Porque “sin conflicto no hay escritura ni lectura”: “Leemos y escribimos porque algo no funciona entre el mundo y nosotros”.
Millás leyó una conferencia en Taro de Tahíche dentro del ciclo El autor y su obra. En esa conferencia explicó, a su vez, cómo son las charlas que imparte en los institutos de enseñanza secundaria para convencer a los alumnos de los beneficios de la lectura, aunque afirmó que “una de las cosas que más daño ha hecho a la lectura es el consenso respecto a sus virtudes” ya que ahora la recomienda “hasta el Ministro del Interior” y antes “la lectura no estaba bien vista”. Había libros prohibidos y eso confirmaba a los jóvenes que leían que estaban en el buen camino. “Si yo fuera adolescente no me acercaría a la lectura, me inclinaría por los videojuegos”, dijo Millás.
Pero el escritor suele explicar a los alumnos que leer es de lo poco transgresor que se puede hacer. Lo compara con el vandalismo de fin de semana que practican algunos jóvenes que odian el sistema, destrozando mobiliario urbano. “Ese acto de rebelión -señaló- fortalece al sistema”. “La sociedad -añadió- no puede prescindir de los delincuentes, de hecho si desaparecieran sacaría oposiciones en 48 horas”. „Esos jóvenes son funcionarios que trabajan gratis para el sistema”. “Les digo que el joven peligroso de verdad es el que se queda en casa un sábado por la noche leyendo Madame Bovary o Crimen y Castigo, ése es una bomba”.
La realidad está hecha de palabras y, por tanto, el que domina las palabras domina la realidad. Según Millás, como en el cuento de El rey desnudo, “vemos lo que nos dicen que veamos, lo que esperamos ver”. Explica a los alumnos que las palabras generan una realidad y la realidad, en gran medida, es una construcción verbal. También les explica que la ausencia de palabras genera realidades y lo hace con un ejemplo. En la película Léolo, los niños, francohablantes, repasan en el aula, en inglés, las partes del cuerpo del niño Johnny y nunca llegan a la parte que más le interesa a Léolo, la polla. Por eso el niño crece convencido de que los ingleses no tienen polla.
Para Millás, „es un desatino del sistema educativo“; que se enseñen todas las partes del cuerpo pero no se explique cómo funciona el aparato de imaginar, donde se encuentra la capacidad de fantasear, que tiene una gran importancia “porque todo lo que pasa por la cabeza de alguien acaba pasando por la calle tarde o temprano”, o dicho de otra forma: “Todo lo que hay alrededor alguna vez ha sido un fantasma en la cabeza de alguien”. El escritor se pregunta si no es escandalosa la ausencia en los planes de estudio de este aparato y le parece sorprendente “ese acuerdo universal por desconocer el aparato de la imaginación”, que tiene consecuencias catastróficas porque “lo que llamamos realidad es el producto del aparato de la imaginación”. Por eso, al final sí recomienda a los alumnos la lectura, “para fortalecer el aparato de imaginar”, y porque “hay un suceso catastrófico donde se jodió todo: cuando nos dijeron que bastaba con la ciencia y los contenidos racionales para entender todo”.
Insistió en que se escribe y se lee para comprender el mundo y que saber leer “es saber leer la realidad” y estar en disposición de estar o no de acuerdo. Por si este motivo no fuera suficiente, les dice a los alumnos que lean por dinero, porque “hoy ya es absurdo disgustarse si un hijo estudia humanidades”. De hecho, crece en el mercado laboral la demanda de personas que saben leer y escribir, que son las que se necesitan para ser lo que se ha acabado llamando “proveedores de contenidos”, desde creativos de publicidad hasta guionistas o escritores de discursos, que tienen que llenar de talento los grandes conductos que tenemos “y que ahora van vacíos o llenos de materia fecal”. Y puso otro ejemplo. Hace años la Comunidad de Madrid convocó cuatro plazas de telefonista y se presentaron 60.000 personas, por lo que “estadísticamente es más fácil ser astronauta que telefonista”. El cambio también lo ejemplificó así. “Antes si querías ser escritor, si tu padre era comprensivo, además de un bofetón te daba un consejo, y te decía: saca unas oposiciones a Correos y escribes por las tardes. Ahora te dicen que te hagas escritor y si, quieres, por las tardes, te haces telefonista”.
Acercándose al final de su intervención, afirmó que las charlas ante estudiantes de secundaria suelen hacer efecto, pero que la lectura no es una conquista fácil aunque “cuando uno lo logra ya no la abandona”. Terminó relatando dos anécdotas que demuestran que “no hay nada tan real como lo que calificamos de irreal”, que “es más determinante lo que se nos ocurre que lo que nos ocurre” y que tiene una gran importancia “el peso de la existencia de las cosas que no existen”. De hecho, “hoy seguimos matando por entelequias como Dios, o la patria”. A los alumnos acaba pidiéndoles que lean literatura para acercarse a esas zonas de la realidad donde no se llega de otro modo, y de la misma manera, al público que asistió a la Fundación César Manrique les pidió lo mismo: “Lean aunque no me lean a mí”.
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