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Alexis Ravelo: “El autor es dueño del significado de la novela pero no de sus sentidos”

El escritor Alexis Ravelo acudió a la sala José Saramago, de la Fundación César Manrique, el día 25 de mayo, para reflexionar en voz alta sobre el proceso de escritura de una obra literaria. Desechó, al inicio de su intervención, la lectura de una conferencia de doce páginas que él mismo había escrito porque le parecía “insoportable” y anunció que de literatura no sabe nada pero de escritura sí, y que el oficio de narrador es el de un artesano, no el de un artista. “Mi trabajo -señaló- es encontrar buenas historias, intentar contarlas lo mejor posible e incomodar un poco al lector para que no sea la misma persona al acabar la lectura”. “Será el tiempo el que dirá si soy o no un artista”, advirtió, aunque admitió no ser tan modesto porque le gustaría que dentro de 200 años hubiera calles con su nombre. Pero no ahora. “Ahora quiero escribir y publicar para poder seguir escribiendo”.

 

Así pues, con el paso del tiempo, el escritor reconoció que ha ido “afinando un método” pese a que en literatura “no hay nada escrito” y que el trabajo se parece mucho al de un simio: ensayo-error. Lo primero que hay que hacer es buscar el argumento, y para eso hay que tener “educados el olfato y la mirada”, porque “la inspiración está sobrevalorada”. Se trata, como dijo Borges, de “buscar asombro donde otros encuentran costumbre”. Un cuento sólo necesita de una buena idea, pero una novela necesita de varias ideas cruzadas, que se someten después a la “prueba del nueve”. ¿Esta historia podría haber ocurrido en cualquier lugar? ¿En cualquier época? Si la respuesta es que sí, sigue adelante. Es entonces cuando debe surgir el conflicto “porque sin conflicto no hay novela”.

 

El autor de Los milagros prohibidos no empieza sus novelas hasta que no sabe cómo van a acabar. “Primero imagino el final y el resto está hecho para llegar ahí”. Y a partir de ahí se plantea la presentación de los personajes, los posibles giros o los capítulos de postergación del desenlace.El autor es dueño del significado de la novela porque es dueño de su argumento, pero no es dueño de los sentidos de la novela, y si es de calidad, habrá sentidos que el autor no sospechaba”.

 

Para escribir una novela hacen falta límites, muy necesarios, porque “el arte, cuantos más límites tiene, más libre es”. Están los límites temporales (“los lectores de hoy tienen más prisa que los del Siglo XIX”) y los límites espaciales (“hay que escoger la geografía adecuada y convertirla en nuestro paisaje”, “los autores, cuando hablan de sus barrios o de sus pueblos, escriben novelas espléndidas, pero van a Nueva York y se vuelven tontos”). El tercer límite está en la búsqueda de objetos (“En Caperucita, si no hubiera habido cesta no habría cuento, porque no sale de casa”) cotidianos, habituales, que se convierten en objetos simbólicos, mágicos, en “túneles que conectan la ficción con la realidad” y que “originan, mueven o solucionan un conflicto”. “En todas las historias hay objetos importantes”.

 

Después van surgiendo los personajes, y los protagonistas, “que son aquellos que al final de la novela, no son los mismos que al principio”. Los protagonistas tienen dos características: tienen que querer algo y les tienen que ocurrir cosas horribles. Esto último es por dos motivos: para saber de qué pasta están hechos y para que se produzca el cambio, la catarsis.

 

Ya sólo queda “la decisión más crucial”, quién va a contar la historia y cómo. “Hay dos tipos de escritores, los que encuentran una voz, un estilo propio y los que nos vamos dando hostias traicionando nuestro estilo”. “Yo quiero ser Miguel Delibes” dijo Ravelo, porque era un escritor que se ponía al servicio de la historia, de cómo necesitaba contarse cada historia.

 

El resto ya es “picar piedra y administrar el tiempo”. Él escribe cada día desde las siete de la mañana, tres páginas. Escribe un primer borrador y lo deja reposar. Después lo lee “como si lo hubiera escrito otra persona, y ahí empieza la labor de composición”. Elimina, aproximadamente, una cuarta parte del borrador, lo deja reposar de nuevo, vuelve a eliminar, lo deja leer a amigos que no tienen que ver con el mundo literario “y que no te quieran mucho”… Ese proceso se puede repetir hasta siete u ocho veces. “Al final -concluyó- publicas la novela para dejar de corregirla”. Y al final llega el principio, porque, cuando la novela ya tiene título, y cuando está a punto de maquetarse, sólo unos días antes, escribe las primeras páginas “porque ya conoces la mejor manera de entrar a la historia”.

 

Nota de prensa en PDF:

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Freitag, der 26. Mai 2017