José Díaz Bethencourt: «El discurso sobre el paisaje en Canarias no ha cambiado mucho»
José Díaz Bethencourt presentó en la sala José Saramago el último título de la colección Torcusa, que edita la Fundación César Manrique: Paisaje en celuloide. Canarias como decorado cinematográfico. El libro, explicó el autor, tiene su origen más remoto en su interés por el cine y en una beca del Gobierno canario. Con esa beca, realizó una tesina y, aunque tuvo una oferta para su publicación, la pospuso porque la Filmoteca canaria justo había publicado en aquel momento un trabajo similar.
Díaz fue la primera persona que comenzó a interesarse por recopilar los rodajes realizados en las Islas. Esta publicación recoge rodajes del siglo XX, centrándose en los largometrajes, aunque también incluye algún corto, sin incorporar los rodajes de series de los últimos años. En este sentido, el autor señaló que no se trata de un recorrido «detallado», sino de destacar lo más significativo, analizando su impacto en la población y cómo se reflejaron en la prensa.
Tanto el libro como la presentación del mismo que hizo su autor, siguieron un orden cronológico. En primer lugar, Díaz habló sobre los motivos que llevan a las productoras a elegir Canarias para sus rodajes cinematográficos y, «aunque sea un tópico», puntualizó, es por la gran diversidad paisajística y su climatología. «El discurso sobre el paisaje no ha cambiado mucho» en los últimos 120 años, aseguró. La labor actual de la Film Commission orientando a las productoras sobre los paisajes más convenientes para rodar según sus necesidades, ya se reflejaba en la prensa de hace cien años.
La primera producción en Canarias con capital isleño fue El ladrón de los guantes blancos (1926) y ya entonces se relacionó el paisaje y el cine como un reclamo turístico. La película se rudó en Tenerife y tuvo su contestación, dos años después, en Gran Canaria, con la realización de otra película de «peor calidad», pero de «interés etnográfico», titulada La hija del mestre (1928), rodada en el barrio de San Cristóbal.
Después, el director alemán Douglas Sirk rodó La Habanera (1937), ambientada en el Caribe. Ese rodaje de la UFA, el estudio cinematográfico más importante de Alemania, despertó el interés en la islas por la posibilidad de rodar. Así, comenzó a rodarse cine folclórico como Tierra canaria (1941) de Rafael Gil, Alma canaria (1947), de un «tipismo empalagoso», y varios cortos del No-Do.
Llega la «época dorada» de los años cincuenta con películas españolas y extranjeras como Tirma (1954), Mara (1958), El reflejo del alma (1958) y Moby Dick (1956). Estas supusieron, según Díaz, «un acontecimiento», principalmente, el último largometraje citado, por la llegada de Gregory Peck. Es a partir de este momento cuando se empieza a pensar en la conveniencia de que lleguen más películas e incluso en que Canarias sea un lugar de producción y no solo de rodaje. Es tal el entusiasmo que se suscita, que la prensa habló incluso de la visita al Archipiélago de estrellas de Hollywood que en realidad nunca llegaron, como Marlon Brando o Spencer Tracy.
En los años sesenta se ruedan películas como Más bonita que ninguna (1965), de Rocío Dúrcal, y alguna del Dúo Dinámico y en los setenta se hace incluso cine S o porno, películas del Oeste o de James Bond. Díaz destaca entre ellas las de Jess Franco que rodó Ópalo de fuego (1978), sobre la que la prensa dijo que «destroza visualmente» Canarias ya que su ambientación era oscura.
En los años ochenta aparece el proyecto Cinematógrafo Yaiza Borges, en Santa Cruz de Tenerife, un colectivo que exhibía películas que normalmente no se veían en las salas comerciales. Esta asociación fundada por miembros de la Asamblea de Cineastas Independientes Canarias (ACIC) intentó producir la película Mararía, pero finalmente no fue posible y la acabó rodando Antonio Betancor.
Otras artes
Según Díaz Bethencourt, el primer interés por el paisaje de Canarias no vino del cine ni del arte sino de la literatura, con Guillén Peraza o Antonio de Viana. Después, «la Arcadia canaria se va reflejando en la pintura y todas las artes van recogiendo esa idea» de las islas afortunadas, hasta que Pedro García Cabrera muestra también la visión de la desnudez del paisaje de Tenerife y no solo de su exuberancia. Los surrealistas y la exposición en la que participó André Breton en Tenerife influyen también en la mitificación del paisaje isleño.
La segunda parte del libro se centra en cuatro películas rodadas en Lanzarote y un proyecto que no vio la luz. Dos de ellas son del alemán Werner Herzog, Todos los enanos empezaron pequeños (1970), rodada en un caserón en Tegoyo, «que transgrede todo y vuelve los paisajes del revés» y Fata Morgana (1969), «una cosa de locos». Las otras dos son la superproducción Hace un millón de años (1966), con Raquel Welch, y Road to salina (1969), que incluye escenas de desnudos y una historia de incesto que pasó la censura. El proyecto que no se llegó a hacer por su alto coste de rodaje fue la adaptación de la novela de Ignacio Aldecoa, Parte de una historia, que debía rodar Juan Antonio Bardem en La Graciosa y de la que llegó a escribir el guion.
El libro, finalmente, incluye bibliografía y un apartado con la filmografía citada. El autor terminó la presentación con un pequeño homenaje a César Manrique mostrando una escena de la película Mr. Arcadine, de Orson Welles, en la que aparece en el camarote de un barco un cuadro del artista lanzaroteño.
Más información: Nota de prensa
Wednesday June 14th, 2023