Juan Cruz: Ignacio Aldecoa supo ver el carácter arriscado y complejo que tenemos los canarios

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“Ignacio Aldecoa es el cuentista español más solvente del Siglo XX”. Fernando Gómez Aguilera recordó al inicio del acto, en la mesa redonda previa a la proyección del documental Aldecoa, la huida al paraíso, esas palabras de Miguel García de Posada sobre el escritor vitoriano. El director de la Fundación César Manrique añadió que Aldecoa es mucho más, “un personaje extraordinario”, y contó que tras su estancia de cuatro semanas en 1961 en La Graciosa, el escritor le dijo a su mujer: “He descubierto el paraíso, iremos algún día”. No volvió nunca. Gómez Aguilera dio la palabra al escritor Juan Cruz, de quien partió la idea de hacer este documental sobre la relación de Aldecoa con Canarias y su visón de ellas, plasmada en el libro Cuaderno de godo.

Cruz conoció vio por primera vez a Aldecoa en una foto que tenía en su despacho José Arozena, un abogado tinerfeño amigo del escritor, al igual que Domingo Pérez Minik. Años más tarde, cuando era responsable editorial de Alfaguara, conoció a su viuda, Josefina Aldecoa, y decidió publicar también la obra de su marido. Eso fue a partir del hallazgo, en la librería Dedalus de Madrid, de Cuaderno de godo, el libro que recorre el documental, “un libro para enamorarse de las islas”. ¿Y por qué recuperar a Aldecoa? “Pues porque los canarios cultivamos el desrecuerdo, que tiene una grave repercusión porque impide crear zonas de recuerdos y gratitud para edificar historias sobre ellos.”

El director del documental, Miguel G. Morales, dijo que Aldecoa le ha perseguido a lo largo de su vida. Su primera práctica de guión en la Escuela de Cine fue sobre un cuento de Aldecoa, a quien calificó como un outsider y “un personaje cinematográfico magnífico, de una película americana de los años 40 ó 50”.

Gómez Aguilera recordó la primera vez que Aldecoa llegó a Lanzarote y aseguró que hubo un tiempo en que la actividad del escritor era seguida por la prensa local de la época, que daba cuenta de sus conferencias en Madrid o en Nueva York. Aldecoa llegó a Arrecife en 1957 junto al fotógrafo José Pastor para hacer un reportaje de las islas encargado por el diario madrileño Arriba. Recala en el Parador de Turismo, donde duerme en un diván en el hall y traba amistad con Jesús López Socas, el médico José Molina, Leandro Fajardo y Andrés Betancort, que eran “buenos bebedores” como Aldecoa, con quien también compartían inquietudes literarias. Visitó Fuerteventura, donde asiste a una boda y a la botadura de la embarcación ‘La Peregrina’, de Antonio Fernández de Córdoba, apodado Buffalo Bill. En esa ocasión ya conoce al graciosero Jorge Toledo, y a La Graciosa volvería en 1961. Permaneció cuatro semanas en la Isla, pero antes de llegar, en el barco, les dijo a sus amigos lanzaroteños: “No me dejéis solo”. Pasaba por una crisis personal, “de destino, existencial”. En La Graciosa, durante ese tiempo, trasladado años después a su novela Parte de una historia, escribe, y corrige dos novelas, pero también vive, bebe, trabaja y se viste con y como los pescadores, según relatan las crónicas de Guillermo Topham. De allí regresa a Lanzarote y pronuncia una conferencia titulada “Mar de historias”, en el Círculo Mercantil del 28 de febrero. Posteriormente, sale a Tenerife para dar dos conferencias, declarando a la prensa “La Graciosa me ha servido para calmar los nervios y trabajar” y que “camino de Madrid me siento castigado con el paraíso a barlovento”, según contó al público Gómez Aguilera.

Miguel G. Morales añadió, por su parte, que la elaboración de la película se alargó durante ocho años y se exhibió en La Graciosa, aunque algunos gracioseros, según sus palabras, tienen reservas con la figura de Aldecoa. “La reacción de la Isla fue extraña”, dijo. Juan Cruz aseguró que Aldecoa vino a Canarias a buscar el paraíso pero a través de una huida y que estaba interesado en los riscos, lugares y rincones peligrosos, y que se asombró ante un paisaje que es “una metáfora de placer y riesgo” apreciando “el carácter arriscado y complejo que tenemos los canarios.” La mesa redonda concluyó con la lectura de una de las crónicas de Aldecoa publicada en Arriba en 1957, que describe el Archipiélago Chinijo. A continuación, se proyectó Aldecoa, la huida al paraíso.

César Manrique tenía sensibilidad no sólo para crear sino también para convencer a los que estaban con él

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La segunda de las cinco mesas redondas previstas este año sobre la figura de César Manrique se celebró el 7 de junio, bajo el título César Manrique. Construcción del espacio público, y reunió a cuatro colaboradores del artista lanzaroteño: Luis Morales, Esteban Armas, José Luis Olcina y Antonio Ramos, moderados por los periodistas Saúl García y Domingo Rivero.

Luis Morales fue jefe del departamento de vías y obras del Cabildo de Lanzarote, comenzó a colaborar con Manrique en 1952 y lo hizo durante cuatro décadas. A mediados de los años sesenta se formó un “equipo” que se dedicaba a supervisar todas las obras los sábados por la tarde. Lo formaban Manrique, Pepín Ramírez, Antonio Álvarez, Jesús Soto y el propio jefe de obras. “Lo que más me gustaba de César era cómo cuidaba el medio ambiente”, dijo Morales. A lo largo de sus intervenciones, Morales fue contando cómo se gestaron los Centros de Arte, Cultura y Turismo y otras obras, partiendo de una isla en la que apenas había tres trozos de carretera asfaltados y en la que el dinero de los obras previstas por el Estado se devolvía porque no había empresas constructoras. El Cabildo creó su propia empresa y comenzó a asumir esas obras: carreteras, las galerías de agua de Famara, la Granja agrícola o la pista del aeropuerto, y con los remanentes se inició la construcción de Los Jameos del Agua, “a mano, porque no había máquinas”, retirando toneladas de piedras “para hacer la sala de fiestas mejor del mundo” como contó Morales que prometió César. Otra obra complicada fue el restaurante El Diablo, en las Montañas del Fuego. Para hacer el foso de la gran parrilla se hizo un pequeño cráter y se canalizó el fuego, con el apoyo, eso sí, de una bandeja llena de agua para apagar las llamas que se encendían en las botas de los trabajadores. En esas obras, según Morales, “todo el personal estaba entusiasmado, no hacía falta jefe” porque Manrique logró sensibilizar a cada uno de esos trabajadores (llegaron a trabajar simultáneamente más de 300). “Él se llevaba bien con todos, era muy cercano, tenía sensibilidad no sólo para crear sino también para convencer a los que estaban con él y nos enseñó a ver el paisaje de la manera que él lo veía”. Terminó dando gracias a César “y a todos los que trabajaron con él, porque  lo que se ha hecho es como una cosa milagrosa, ¡cómo fue posible reunir ese equipo, esa casualidad tan grande!”

Esteban Armas entró a trabajar en el Cabildo como arquitecto técnico en 1978. Dijo que en los años sesenta, los lanzaroteños creían que Lanzarote era fea porque no había verde “y César reivindicó la belleza de la piedra, de lo seco”. Armas habló de la conjunción de Manrique con el entonces presidente del Cabildo, Pepín Ramírez, porque eran amigos de la infancia, lo que facilitó que se llevara a cabo la obra pública del artista lanzaroteño. También habló de la construcción del Jardín de Cactus, una obra planificada desde los años setenta pero que concluyó en los años noventa y en la que el diseño de César “fue total, detalle por detalle”. Y habló de dos obras frustradas: el Mirador de El Golfo, que César, “que tenía una capacidad desbordante”, decidió no hacer porque ya veía la masificación de la Isla “y pensaba que se lo iban a cargar” y la adecuación de El Charco de San Ginés, porque César falleció durante su ejecución. Quiso terminar desmontando el mito de que César hacía tirar muchas de las cosas que se construían. “No tiraba nada, es un mito, porque cuando había un problema técnico o un exceso de coste, él hacía otra propuesta distinta en el momento”, y subrayó la labor de Luis Morales “porque fue el traductor perfecto de César.”

Antonio Ramos, ‘Toñín’, era un adolescente cuando se incorporó en 1969 como electricista  a la construcción de Los Jameos. “Ya me di cuenta de que César era un artista y luego de que era un genio, nos inculcaba que las piedras eran bonitas, que todo había que cuidarlo porque era importante para el ser humano, nos hizo comprender que Lanzarote no era la niña fea.” En una ocasión, César le comparó a Lanzarote con una mesa, en la que una pata era la agricultura, otra la pesca, otra el comercio y la cuarta, que estaban montando, era el turismo. “Como esto funcione —decía— aquí vamos a vivir de maravilla”. “Y así ha sido —dijo Ramos con ironía—, nos hemos cargado la agricultura y la pesca, pero tenemos el turismo.” ‘Toñín’, que recordó a otros trabajadores como Marcial Martín, Ildefonso Aguilar, Jesús Soto, Ramón Martínez o profesionales de la piedra y albañiles, era ‘el chico para todo’: “Sabíamos cuándo empezábamos, a las siete, pero no cuándo volvíamos”, porque a veces César les pedía que se quedaran en Los Jameos para enseñar el lugar a alguien importante. “Para él todos eran importantes”, según Toñín. Por allí pasaron Lindsay Kemp, Nuria Espert, Alberti, Marsillach, Kraus… “y  gente muy moderna, bien vestida.” En los Jameos, Ramos pinchaba unos discos que Manrique había traído de Nueva York y así conoció y se enamoró del blues, el soul o el country. Para Toñín, César, que trataba muy bien a todos, era “un genio, un hombre sencillo, amable y muy trabajador.”

El ingeniero José Luis Olcina conoció a César en 1969 en el Puerto de la Cruz, junto con Alfredo Amigó y el contratista Luis Díaz de Losada. Decidieron que interviniera para hacer las piscinas del Lago Martiánez y en una pizzería dibujó en cinco minutos, en una servilleta, la forma actual del lago con la isla en medio. “La cogimos y presentamos el proyecto”, dijo Olcina, que formó parte de lo que Manrique llamaba “la familia de Tenerife”, con quienes colaboró durante 25 años. La ilusión de los trabajadores de Lanzarote también se contagió a los tinerfeños: “estaban ilusionados, se sentían partícipes y orgullosos de las obras”, según Olcina, que contó varias anécdotas de César con las autoridades. “Manrique nos enseñó a ver la belleza, la naturaleza, tenía una capacidad creativa impresionante, transmitía ilusión a todos y tenía un gran factor humano”, concluyó.

El periodista Domingo Rivero cerró con unas palabras del artista y añadió que “en tiempos del todo vale, tenemos la obligación moral de preservar el legado que nos dejaron César Manrique y otras personas irrepetibles.”

Stipo Pranyko, durante su homenaje: Agradezco a mi destino que me haya traído a Lanzarote

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La noche del homenaje a Stipo Pranyko (Bosnia, 1930) en la Sala José Saramago de la Fundación César Manrique comenzó con la proyección del documental ‘Stipo Pranyko con cuadros blancos’, dirigido por  David Delgado San Ginés. El documental muestra el “espíritu”, del pintor —según dijo Delgado— y en él aparece trabajando en su casa de Tahíche y hablando sobre su arte, su experiencia cercana a la muerte, su concepto de la creación, o explicando cómo y por que llegó a Lanzarote hace más de veinte años en busca de soledad y huyendo de la arrogancia del arte.

Hace varios meses que Pranyko trasladó su residencia a la ciudad alemana de Münich, y la FCM, según su director Fernando Gómez Aguilera, quiso realizar un acto de reconocimiento al pintor y de gratitud “por acompañarnos desde la discreción y por su constante devoción por la vida y por el arte”. Gómez Aguilera, que abrió una mesa redonda en la que participaron además, el poeta y amigo de Pranyko, Melchor López, el conservador del Tenerife Espacio de las Artes (TEA), Isidro Hernández y David Delgado, dijo que en Stipo “arte y vida se funden en una amalgama inseparable”, destacando “que siempre ha vivido con independencia en los bordes, en el silencio y el apartamiento, pasando desapercibido”, sin que las dificultades para vivir, constantes en su existencia, le hayan apartado de su camino. Señaló que el blanco que domina su arte no simboliza la pureza sino que está “roto por las impurezas”, como testimonio de esa andadura compleja, y adelantó que la mesa no trataría de hacer reflexiones sobre el artista sino de rendirle tributo para que se llevase el abrazo de “las palabras que le vamos a entregar esta noche”.

Melchor López, que ha frecuentado con asiduidad al pintor durante los dos últimos años, relató dos recuerdos sobre Pranyko. El primero de ellos se lo contó el propio artista, que en su juventud pasó varias semanas encerrado en una cámara oscura en Sarajevo. “Tras saturarse de oscuridad, cómo no buscar el blanco en sus cuadros”, dijo, y afirmó que pinta buscando también un estado de pensamiento en blanco. “Stipo —señaló— es un resucitado que conoce la luz de este mundo y de aquel, es el Lázaro de Lanzarote”. El otro recuerdo corresponde al día en que conoció al artista en su casa de Tahíche y sintió un “misterio religioso ante sus cuadros altares”. Dijo López que, en la obra de Pranyko, hasta el objeto más humilde puede ser una reliquia y que debería contemplarse su obra “arrodillado como el que contempla un altar”.

Por su parte, Isidro Hernández relató la grata experiencia de colaborar con Pranyko en el montaje de su gran exposición en el TEA. Aseguró que durante el montaje asistieron a un proceso de rejuvenecimiento del artista, que estaba en estado de gracia por el interés que le suscitaba la exposición. Asimismo, aludió a las simpatías y empatías que despertó no sólo en el equipo del museo, sino en numerosos visitantes de la muestra.

David Delgado explicó el método de rodaje del documental, que se elaboró sin guión, a través de experiencias vividas en la casa del artista. “Stipo es la persona que he conocido —dijo el cineasta— más cercana a lo que yo concibo como la luz”, y destacó que el artista trabaja con elementos de verdad, a partir de experiencias vitales y no de invenciones, trasmitiendo una sensación de espiritualidad.

Retomó la palabra Gómez Aguilera para manifestar que el homenajeado es un artista que suscita respeto entre los jóvenes, un artista secreto que, “por su coherencia y apartamiento de los circuitos culturales, tiene la singularidad de no levantar sospechas, dentro de un mundo, el del arte, lleno de banalidad y oropeles, y una cultura trufada de apariencia y espectacularidad”. Para el director de la FCM, la actitud de Stipo Pranyko encarna la veracidad en los comportamientos: “Detrás hay un ser humano de verdad, su vida es lo que hace, no hay trampa ni cartón, y esto confiere una rara dignidad a su actitud y una visible dignidad a su obra”, que calificó como antiacadémica, antigrandilocuente y nada solemne, apegada a consagrar lo banal y lo trivial. Aseguró que este artista nómada, desplazado, el eterno extranjero, “asume una profunda indiferencia ante la vida, como si se tratara de una derrota aceptada, pero capaz de dotar de un carácter luminoso ese espacio de la caída sin instalarse en la cultura de la queja, tan común en el mundo del arte”. “Es imposible —señaló—que un museo otorgue a un artista lo que el artista cree que se merece y es gratificante encontrarse con personas como Stipo Pranyko, que no piden nada”. Para Stipo, según Gómez Aguilera, el proceso acaba por convertirse en el tema. Igual que vivir es la esencia de la vida, para el arista, trabajar es el fundamento de su arte, aceptando el fatalismo de que está condenado a vivir en una pulsión que le produce una insatisfacción permanente. “Lo relevante es que eso nos produce emociones, que están por encima de los discursos”, terminó.

La mesa la cerró Melchor López, que recordó que, tras el visionado del documental hace unos meses, Pranyko dijo que iba a ser la mejor presentación para su nueva etapa en Alemania, “¡y tiene más de 80 años!”, señaló, asegurando que es un experto en resurrecciones.

El acto lo cerró el artista, que tan sólo habló del destino. “Si existe o no, no me interesa y no hablo de ello, lo dejo a los filósofos, pero agradezco a mi destino que me haya traído a Lanzarote”. Citó a Nietzsche, que hablaba del amor por el destino, para decir que eso le permite dar gracias a su destino por haber llegado a Lanzarote, donde ha pasado gran parte de su vida, y unos “años felices, productivos y creativos” y de éxito por sus exposiciones en la FCM, el IVAM y el TEA. Agradeció el homenaje y su asistencia al público, que le entregó una cerrada ovación. El artista, que se había dirigido al público de pie, fiel a sí mismo y confirmando las palabras que se habían dicho de él durante el acto, prefirió recibir sentado el aplauso.

César estaba solo y desesperado pero tenía mucha voluntad y era indestructible

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La Sala José Saramago de la FCM en la Plazuela (Arrecife) acogió la primera de la cinco mesas redondas previstas este año para abordar la figura de César Manrique desde distintos puntos de vista, cuando se cumplen veinte años de la apertura de la Fundación y de la muerte del artista. La mesa, moderada por los periodistas Soraya Morales y Gonzalo Mejías, y bajo el título César Manrique en Lanzarote. Artista moderno y agitador social, reunió a Ginés Díaz Pallarés, primer presidente de la asociación ecologista El Guincho; Mario Alberto Perdomo, periodista y economista, además de patrono de la FCM; y a Carlos Matallana, artista, patrono de la FCM y sobrino de César Manrique.

Matallana comenzó haciendo referencia al primer recuerdo sobre su tío, cuando regresó a la Isla desde Nueva York en 1965, con un gato en una jaula, un collar de brillantes falso y unas bermudas. “Me impresionó”, dijo, sobre todo por el contraste con la vida gris de la Isla en aquel momento. Díaz Pallarés también compartió sus primeros recuerdos de César, al que conoció gracias a que su padre era el único traductor de inglés en la Isla y “César estaba en todo”. “Me enseñó a ver las cosas de otra manera, te sentías pleno con él”, aseguró, y relató los inicios de la asociación ecologista El Guincho, de la que Manrique fue presidente de honor: “Aquello fue una bronca permanente, todos los días nos peleábamos”. Reivindicó la entrega y la energía de César Manrique en aquella época, con 55 años. “Lo de César era increíble —según Pallarés—, sólo con que los trabajadores del Cabildo nos pusiéramos a trabajar de verdad, le dábamos la vuelta a la Isla”. Mario Alberto Perdomo recordó que tanto él como otras personas de su edad accedieron a Manrique a raíz de la apertura de El Almacén, donde tuvo su primera sede social El Guincho, por una peseta de simbólico alquiler anual. Sobre este centro cultural dijo que “a mucha gente le abrió los ojos”, por la posibilidad de ver obras de teatro, cine o, por ejemplo, poder oír recitar a Rafael Alberti. Añadió que gran parte de la sociedad lo consideraba como un espacio de élite, como ahora ocurre con la FCM.

Los tres reflexionaron sobre la acogida de la sociedad lanzaroteña hacia Manrique. Matallana dijo que en los años 60 y 70 “César era el diablo” porque creaba polémica y la sociedad era muy conservadora mientras que él era muy moderno. Entonces era criticado e insultado pero, según Matallana, la situación después fue cambiando. Reveló que una vez César le dijo que estaba a años luz de la realidad de Lanzarote, y sin embargo seguía luchando por ella. Para Díaz Pallarés, el rechazo hacia Manrique no cambió nunca. “César estaba solo y desesperado pero tenía mucha voluntad y era indestructible, nunca estaba cansado”. Recordó que Dimas Martín “ganó unas elecciones llamando maricón a César Manrique”, para evidenciar que nunca tuvo grandes apoyos, excepto de la colonia alemana de Lanzarote. “César creó proyectos que suponían ‘pelas’ y entonces se lanzó todo el mundo, y después no hemos sido capaces de hacer nada de lo que él proponía”, dijo el ex presidente de El Guincho, que se refirió al ‘caso Unión’, asegurando que si César se enterara de esas cosas, “por la afinidad con algunas familias, se le rompería el corazón”. Añadió que la visión de César era insular y que las decisiones en la Isla han sido municipales. “Si en Lanzarote hubiera habido sólo un ayuntamiento la cosas habrían sido diferentes”, señaló.

Avanzando en el tiempo, Carlos Matallana fijó el año 1985 como la fecha en que la sociedad comenzó a darse cuenta del valor de César Manrique. Mario Alberto Perdomo traspasó un año más y colocó a 1986 como una fecha clave en la que el artista se plantó ante las autoridades. En ese año, César convocó a los alcaldes de la Isla en su estudio e hizo el Manifiesto ‘Lanzarote se está muriendo’. Perdomo explicó la relación dual entre el artista y las autoridades: César convenía para embellecer una zona y atraer inversiones y turismo pero no interesaba que hablara de territorio o ecología. “Interesaba un César parcial, el creador, uno domeñado, acrítico, sólo el artista y punto”, y comparó esta visión, de nuevo, con la situación de la FCM, de la que dijo que si se dedicara a las artes plásticas y a promocionar la Isla en el exterior, no tendría ningún problema.

Por aquellos años, llegó un momento en que a Díaz Pallarés le daba pena que Manrique no se fuera de la Isla, “para que no estuviera perdiendo el tiempo”. El líder ecologista criticó a los políticos insulares, que se aprovecharon de las condiciones que creó César en la Isla para ganar dinero muy fácil. “César estaba muy cabreado”. Carlos Matallana recordó que en esos años, los últimos de su vida, abandonó la pintura por el activismo social y algunos de sus amigos se lo echaban en cara. Frente a esto, Perdomo dijo que Lanzarote se convirtió en su “lienzo total” que se empeñó en seguir pintando pese a todas las dificultades.

Una última fecha: la manifestación de Los Pocillos en 1988. A Matallana le sorprendió ver tanta gente, y cree que muchas cosas se hubieran parado en Lanzarote si César hubiera seguido vivo aunque afirmó que César, en el fondo, era muy ingenuo porque creía que tan sólo explicando las cosas, la gente las iba a asumir. Díaz Pallarés dijo que “ahí —en Los Pocillos— teníamos que habernos muerto, yo no le desearía a César que viera esto”, opinando que tras la muerte de César, la FCM ha mejorado mucho y “ha frenado más la FCM, probablemente, que César”. Perdomo terminó coincidiendo con sus compañeros en lo cabreado que seguía César en sus últimos años y recordó el discurso (póstumo) que iba a dar el Día del Turismo en los Jameos, que era incendiario. “Hoy estaría dando una rueda de prensa en Alemania indignado por las prospecciones petrolíferas… y los canarios estarían orgullosos de él”, concluyó.

José de León: «Ni un trozo de Canarias está salvado del todo si no hay una actitud permanente de resistencia de la población»

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El primer proyecto de urbanización del barranco de Veneguera contemplaba 140.000 camas turísticas, cuatro puertos deportivos y un campo de golf, que no se han llegado a construir. El libro Salvar Veneguera. El poder en movimiento recoge treinta años de lucha por evitar las obras en ese barranco de Gran Canaria. Sus autores, José de León, Miguel Ángel Robayna y Juan Manuel Brito, lo presentaron en la Sala José Saramago. De León comenzó señalando que “el libro tiene mucho que ver con las acciones de la Fundación César Manrique” y que “además está de actualidad por el Movimiento 15-M”, y dio paso a un vídeo en el que se muestran imágenes de esas tres décadas de movilizaciones, desde que nueve personas decidieran hacer frente a la urbanización, hasta que el Parlamento aprobó la ley para congelarla. Puntualizó que “Veneguera no está a salvo del todo, ya que no hay ni un trozo de Canarias que esté salvado del todo si no hay una actitud permanente de resistencia por parte de la población”.

Para elaborar el libro, los autores utilizaron tres tipos de fuentes: más de treinta entrevistas a personas relacionadas con el movimiento, el análisis de las noticias aparecidas en prensa y el expediente de la urbanización. De León explicó la evolución de la propiedad del suelo y cómo se filtran a la prensa en 1983 los detalles del primer plan parcial, que da lugar al primer comité de ‘Salvar Veneguera’, que sirve como reacción no solo contra la urbanización sino contra todo el modelo de desarrollo económico y turístico y también contra el modelo político y legislativo que nace con la elaboración de las primeras leyes canarias. Destacó a “dos personajes que atraviesan esta historia y siempre apoyan la urbanización”: Lorenzo Olarte y Jerónimo Saavedra, así como los debates dentro del movimiento sobre si era mejor aceptar una pequeña urbanización o rechazar cualquier obra en el barranco. También puso de manifiesto el papel de Mario Conde en el proyecto. Veneguera pertenece a La Unión y el Fénix, que a su vez pertenece a Banesto y Urbis. “Uno de los tres grandes temas por los que cae Conde fue Veneguera”, dijo José de León, ‘Pepe el Uruguayo’.

El movimiento logra reunir 50.000 firmas contra la urbanización y presentarlas en el Parlamento como una Iniciativa Legislativa Popular (ILP). Esa ley, de un solo artículo, se convierte en otra completamente distinta tras las enmiendas, y se acaba aprobando un proyecto de 20.000 camas, aunque finalmente, cinco años después, se aprueba en el mismo Parlamento no llevar a cabo la urbanización. “El 35 por ciento de los parlamentarios que votaron una cosa, después votaron la contraria”. Hace unos meses, el Tribunal Supremo confirmó que los propietarios no tienen derecho a indemnización, pero aún no se ha puesto en marcha un proyecto de recuperación del barranco, tal y como contempla la última ley aprobada. “Hasta que esto no se cumpla, siempre habrá posibilidad de que se desarrolle”, apuntó de León.

 Juan Manuel Brito comenzó su intervención señalando que una de sus intenciones al afrontar el libro era la de ver “qué podía aportar esta historia a la sociedad” y explicó que la elección del subtítulo El poder en movimiento es una reivindicación “del poder basado en la legitimidad y no en la autoridad”, reclamando la idea de que “es posible actuar y condicionar las políticas públicas”. Dijo que ‘Salvar Veneguera’ es uno de los focos constituyentes del movimiento ecologista canario en el que aparecen las características más comunes de los grupos ecologistas posteriores. El Movimiento puso de relieve “la baja calidad del modelo democrático en Canarias”. “La reflexión sobre la democracia no está muy extendida”, aunque destacó que en ’Salvar Veneguera’ participaron miles de personas. Para Brito, lo ocurrido en el Parlamento con la ILP deja clara la vinculación entre el poder económico y el político y que los parlamentarios responden a una lógica de “mantenerse en el poder. “Hay falta de deliberación en el Parlamento —aseguró —, los mismos que rechazaron la ley, la aprobaron, cinco años después, sin dar ningún argumento”. También señaló que el conflicto de Veneguera “retrata a Coalición Canaria” porque desencadena una lucha de poder interna, tres de sus diputados no acatan la disciplina de voto y el consejero González Viéitez acaba abandonando el Gobierno y con él, el sector progresista de CC. También en el PSOE hubo conflicto entre Jerónimo Saavedra y Carmelo Padrón.

El tercero de los autores, Miguel Ángel Robayna, relató que su inicio en los movimientos sociales partió de Lanzarote con el del ‘Malpaís de la Corona’, “una batalla muy bonita”, que se ganó, aunque después se perdió la de ‘Salvar Papagayo’. Dijo que el libro es un intento de estimular la memoria para que las siguientes generaciones no empiecen de cero. Reflexionó sobre la necesidad de conseguir “que la defensa del territorio sea una parte importante de nuestro pueblo”. Describió, finalmente, cómo confluyeron en ‘Salvar Veneguera’ distintas corrientes ideológicas y cómo se plantearon entonces muchos de los problemas actuales, surgidos de la lógica impuesta por el turismo sobre el territorio, comparándolo con la locomotora de los Hermanos Marx, que van quemando los vagones para que continúe en marcha. Sin embargo, “los sucesivos  gobiernos de Canarias siguen fascinados por la falacia del crecimiento continuo”. “Hace falta coraje moral y valentía cívica”, concluyó.

 

Taller «Tejer el territorio. Una perspectiva etnográfica»

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El escritor y etnógrafo José Luis Puerto impartió el taller “Tejer el territorio. Una perspectiva etnográfica” los días 4 y 5 de abril en la sala José Saramago (Arrecife) de la Fundación César Manrique. El objetivo principal del curso era el análisis del paisaje, la conservación del patrimonio o del territorio, desde el punto de vista de la etnografía. El taller se planteó partiendo de cómo el ser humano, “ese yo grupal”, según señaló el director del curso, realiza una serie de acciones en cualquier comunidad, en el espacio en el que habita, de tal modo que ese espacio se convierte en territorio, en un espacio de cultura.

“Se habita y surge el hábitat, se edifica y surge la arquitectura tradicional, se trabaja y surgen actividades agrícolas o artesanas…”, señaló Puerto, que destacó y centró su estudio en cuatro acciones que realizan los hombres en todas las comunidades: habitar, trabajar, celebrar y descansar. “En todo territorio aparecen estas acciones del ser humano”, aseguró, destacando, que hay más acciones que caracterizan a las comunidades humanas, aunque en esta ocasión quiso poner el acento en aquellos aspectos de la cultura material y no en aquellos que conforman la tradición oral como las acciones de crear, creer o imaginar.

Cada una de las cuatro ponencias del taller estuvo dedicada a una de estas acciones, que puestas en común, dan una idea de cómo se teje el territorio a través de esos cuatro hilos y a través del tiempo, que, por una parte, es lineal (las generaciones de hombres y mujeres se van sucediendo) y por otra, está condicionado por la Naturaleza. El director del curso fue transmitiendo a los alumnos (algunos de los cuales provenían del mundo educativo, del  administrativo o del ámbito del turismo) una serie de “fogonazos, ideas o perspectivas” para que adquieran las herramientas necesarias para hacer una investigación etnográfica, para saber cómo se puede conocer el patrimonio, cómo valorarlo para preservarlo y cómo se configura una identidad, que, destacó, “nunca es cerrada sino compartida con el mundo al que pertenecemos”.

El curso ofrecía una metodología de estudio de los territorios, abordando distintos aspectos de cada uno de esos cuatro campos: los materiales, elementos decorativos o ritos referentes a la arquitectura tradicional; la vida pastoril, la agricultura; las fiestas populares, los ritos de paso o los juegos y la forma en que se emplea el tiempo de ocio, finalmente. Puerto fue introduciendo estos aspectos, primero desde un punto de vista teórico, para después pasar unas imágenes ilustrativas de aquello que se va explicando y que pertenecen, principalmente, a ejemplos de la realidad que más ha trabajado este etnógrafo, el Oeste de Castilla y León y la comarca de Las Hurdes en el Norte de Extremadura.

El estudio etnográfico se tiene que articular, según explicó José Luis Puerto, mediante dos vías, la teórica y la práctica. “Para saber en etnografía hay que leer mucho, pero hay que enterarse de la cultura tradicional, hay que ir al territorio y hacer trabajo de campo”, señaló. “Pero claro —subrayó—, este trabajo no se puede hacer de cualquier manera, hacer una tarea etnográfica no es ir con una grabadora y ver qué se le ocurre al anciano con el que me encuentro, sino que tienes que saber a qué vas, qué quieres estudiar, qué quieres documentar, no es la ocurrencia del momento”. “En etnografía, el trabajo de campo es fundamental, pero siempre ha de estar fundamentado”. Para ello puso varios ejemplos de cuestionarios, que se pueden adaptar para estudiar cada caso particular, cada territorio. Hay que volver una segunda vez al lugar de la investigación porque “te están esperando, has reactivado su memoria, la ‘memoria dormida’ y tienen más detalles que te pudieran interesar”.

Una de las conclusiones del taller es que los seres humanos se comportan de modo muy parecido en cualquier territorio, pero utilizando los elementos que tienen a su alrededor y la cultura en la que viven. “Un campesino americano va a utilizar las herramientas a su alcance para lo mismo que uno europeo o uno asiático”. “Tenemos más en común de lo que parece —señaló Puerto—, y cada uno lo adapta o lo crea a partir de su realidad”.

El estudio etnográfico de un territorio sirve para poner en valor aquellos elementos propios, pero también para desmitificar. “En Lanzarote se podría estudiar la cultura tradicional de la Isla, pero eso no quiere decir que esa cultura sea una cosa cerrada, sino que también hay una universalidad”, aseguró el director del taller, que advirtió de un peligro: la manipulación política de la etnografía, que acaba por hacer una construcción interesada del pasado. “No se puede crear o inventar —dijo— una identidad interesada de una región porque eso es una recreación, una falsificación”. “Hay que documentar lo que se produce tal cual y el gran trabajo pendiente es la posterior comparación”, añadió. Por último, alertó de otro peligro, el de la escenificación de las propias tradiciones, que se repite prácticamente en todos los territorios que reciben turistas: “eso es una profanación de la identidad”, señaló Puerto.

Más información: Nota de prensa

Sala José Saramago como espacio de recuerdo y homenaje

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La Fundación César Manrique, en la sala José Saramago (La Plazuela, Arrecife), abrió un espacio de recuerdo y homenaje al escritor fallecido el día 18 de junio. El público que se acercó a la Sala pudo participar en una lectura continuada de la obra del Premio Nobel de Literatura 1998, José Saramago, muy querido por esta institución.

La sala estuvo abierta al público desde el día 18 de junio a las 18,30 h. hasta las 12 de la noche, y al día siguiente, día 19, desde las 10 de la mañana y durante todo el día.

Ángeles Mastretta

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Ángeles Mastretta: “Escribo para contar la certeza de que estos tiempos tienen remedio”

El pasado 25 de marzo Juan Cruz presentaba en la FCM junto a Pilar del Río su último libro Egos revueltos, en el que recoge anécdotas sobre los escritores que ha frecuentado a lo largo de su vida. La presidenta de la Fundación José Saramago recriminó al escritor tinerfeño que apenas hubiera nombres de mujer entre la relación de egos descritos y citó a algunas escritoras que merecían habitar en las páginas del libro. Una de ellas fue Ángeles Mastretta. “Decir su nombre en alto fue un conjuro”, dijo ayer Pilar del Río, que volvía a la FCM, en esta ocasión a la sala de la Plazuela, para acompañar precisamente a la escritora mexicana en su conferencia, dentro del ciclo El autor y su obra.

Mastretta es una conferenciante notable, cercana y aguda. Busca y encuentra la complicidad del público y es capaz de desatar carcajadas sin que se note cómo tira del nudo. Contó su vida, su obra, su enfermedad y acabó leyendo sus textos. Comenzó con una breve reflexión sobre el motivo de la escritura (“que estén ustedes aquí me ayuda a creer que vale la pena escribir”) y pasó a hablar de su infancia “febril y feliz”, su adolescencia “consternada”, su padre, que escribía los domingos para un periódico que nunca le pagó, su madre, “tímida y drástica”, su hermana, presente en la sala, sus hijos, su pareja… Estudió periodismo en México DF “para buscar la verdad como una mezcla de verdades” y se quedó a vivir en esa ciudad: “Bendigo mi desgracia de vivir en México DF”. Se definió como “indecisa, impuntual, friolenta, incapacitada para dar órdenes y para decir no”, seducida por las causas perdidas y regida por el deseo de contar el mundo y las cosas en las que cree.


Tras la vida, la obra. “¿Para qué escribe una un libro?, se preguntó. Primera razón: “Para sentirse acompañada”. “Los escritores somos menos certeros que los físicos y más empeñados en la magia que los médicos”, dijo después de explicar las dificultades a las que se enfrenta un escritor para hacer interesante y creíble aquello que escribe. Segunda razón: “Para poder vivir todas las vidas que no podemos vivir nosotros” y porque “nuestra realidad puede mejorar si convocamos otras realidades”. Reconoció que es experta en finales felices y que sólo una vez comenzó un libro sabiendo cómo iba a acabarlo, aunque no lo cumplió. Transmitió su “obsesión por las palabras”, “por cómo suenan y se combinan”. “Ésa es la parte más secreta de mi vida privada”, dijo. El desvelo por trazar la novela, por dibujar un destino para los personajes, es algo solitario. “A nadie le interesa”. Sólo apuntó una trampa sobre el oficio de escribir: “Para que las cosas parezcan naturales tiene que haber un artificio”. Y tercera razón: “Para contar la certeza de que estos tiempos tienen remedio, no son peores que otros”.
A partir de aquí comenzó un coloquio entre Pilar del Río y Ángeles Mastretta. La periodista invitó a la escritora a que hablara sobre su enfermedad, la epilepsia. “Una enfermedad de genios”, según le dijo el poeta Renato Leduc. La autora de Mujeres de ojos grandes explicó, entre carcajadas del público, su relación con la epilepsia desde que tuvo conocimiento de ella y su evolución hasta la actualidad, que ha ido desapareciendo. También explicó el motivo de su inmediato viaje a Milán con su hermana Verónica. Va a ir a conocer a Ludovica, una mujer que se enamoró de su padre porque le hacía reír mientras caían las bombas en Italia en la Segunda Guerra Mundial. Mastretta había comenzado la conferencia contando que José Saramago le había retado a que se centrara en escribir un nuevo libro y no tanto en el blog que escribe en El País (http://lacomunidad.elpais.com/puerto-libre) y terminó comprometiéndose con el público, con sus lectores, a escribir esa historia, “la de quiénes eran estas dos personas y el mundo en que vivieron antes de que naciéramos”. La autora mexicana cerró la conferencia leyendo textos propios, sobre la felicidad, sobre el juego…  y aunque había advertido que tiene la certidumbre de que no entiende nada, concluyó con una certeza: “La felicidad no se busca, se encuentra”.

José Molina Orosa y Gabriel Fernández Martín se incorporan a la Colección Islas de memoria

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Lleno absoluto en la Sala José Saramago de La Plazuela para asistir a la presentación de los libros ‘Gabriel Fernández Martín’ y ‘José Molina Orosa. Luz en tiniebla’, de Félix Delgado y Gregorio Cabrera, respectivamente. Unas doscientas personas, el pasado 8 de abril, escucharon las explicaciones de los autores del tercer y cuarto volumen de la colección ‘Islas de memoria’. El director de la FCM, Fernando Gómez Aguilera, recordó la doble finalidad de la colección: rescatar del olvido a personajes relevantes de Lanzarote y formar una biblioteca básica insular que dé pie a “una historia de las mentalidades de la Isla”, y, por otro lado, dar la oportunidad editorial a jóvenes investigadores locales.

José Molina Orosa
 

El “contador de historias”, según su propia definición, y periodista de La Provincia, Gregorio Cabrera, explicó su proceso de acercamiento al médico José Molina Orosa (1883-1966), “una buena persona que rehuía las medallas”. A Molina, con cincuenta años, le dedicaron una calle en Arrecife y montó en cólera. Ese rastro de la personalidad del médico marcó el enfoque de la investigación. “No quería que se pudiera enfadar conmigo por escribir un libro sobre él”, señaló Cabrera, que decidió poner en el mismo plano de protagonismo al médico y a sus enfermos, principalmente a los más desfavorecidos de la Isla.

Molina Orosa fue la luz en la tiniebla del Lanzarote de la primera mitad del siglo XX. “Un lugar terrorífico con una mortalidad africana —según señaló Cabrera— que sonaba a tos, a llanto y a entierritos”. “Lo peor —además— era que a las autoridades les daba igual”. En ese contexto irrumpe José Molina. “Nadie que tocó a su puerta se quedó sin ser atendido”, dijo Cabrera. El doctor no sólo logra cambiar, según su biógrafo, la oscuridad, sino también los sonidos de Arrecife ya que lleva “una melodía de esperanza” a los pobres, convertida en metáfora por el ruido de su bastón (con tres años sufrió la polio), sus pasos en la escalera para abrir la puerta a los enfermos o el run run del motor de su fotingo cuando acudía a una consulta.

José Molina dedicó más de la mitad de su vida a poner en marcha el Hospital Insular. Empezó con ese afán en 1910 y finalmente se abrió en 1950. Por supuesto, no acudió a la inauguración. Molina estuvo a punto de ser el primer presidente del Cabildo en 1913. Perdió por un voto y dimitió en 1915, convirtiéndose, según Cabrera, en uno de los pocos políticos que ha presentado su dimisión en España en el último siglo. Como médico, “no sólo destacó por su humanidad, por tratar a todos los pacientes como seres humanos”, sino también por su ojo clínico, en una época y lugar donde era muy difícil acceder a pruebas diagnósticas. El doctor también tuvo una faceta artística. Como poeta, aunque modesto, publicó ocasionalmente en la revista madrileña La Latina, junto a escritores de la talla de Rubén Darío o Unamuno.

“Los protagonistas de Islas de memoria —señaló Cabrera— nos deben servir de lección para el futuro”. El periodista lanzaroteño apostó por que su obra pueda hacer que la llama de José Molina siga viva.

Gabriel Fernández Martín
 

El historiador Félix Delgado, autor del libro ‘Gabriel Fernández Martín’ comenzó su intervención con el deseo de que la colección sirva como plataforma para que los historiadores se retroalimenten. El fotógrafo Gabriel Fernández (1920-1985) fue el promotor de la profesionalización de la fotografía en la Isla. Nació en Arrecife en una época donde las inquietudes culturales apenas podían desarrollarse. No tuvo una formación reglada pero “fue muy activo culturalmente y se lanzó a conocer Lanzarote con su kodak al hombro”, señaló Delgado. Su biógrafo sitúa a Fernández en la gran época de la fotografía en Canarias, con exposiciones y concursos en las dos capitales e incluso en Lanzarote.

“Fernández dignificó la actividad como fotógrafo”. La profesionalizó, se arriesgó y abrió varios establecimientos que le permitieron, además, dedicarse a otras facetas de la fotografía que Delgado fue desgranando, exponiendo a su vez a la sala alguna de sus obras. En el aspecto artístico participó en varias exposiciones, destacando la de la Sala Neblí, en Madrid, en 1959, comisariada por César Manrique. También fue un “retratista meritorio” que pretendía dar a conocer la psicología de la persona a la que retrataba. Como fotoperiodista colaboró, ente otros con los periodistas Guillermo Topham y Agustín de la Hoz y, a pesar de la censura, intentaba reflejar los atrasos y problemas de la Isla como denuncia. Publicó en El Eco de Canarias, Antema, Falange, La Provincia o Diario de Las Palmas, además de en agencias nacionales.

La última faceta en la que se detuvo Félix Delgado fue en la de Gabriel como creador de la imagen turística de Lanzarote, con la elaboración de guías, postales, revistas e incluso con los programas de fiestas de San Ginés. “Intentó captar las grandes excelencias de Lanzarote”, señaló Delgado, tanto del campo, del paisaje, la arquitectura, etc. “Es uno de los mejores fotógrafos que ha tenido Lanzarote y un buen fotógrafo en el ámbito de Canarias”. “Formó parte —concluyó Delgado— de la penúltima hornada de personas que amó Lanzarote”. El historiador terminó su intervención con una frase del fotógrafo: “Palmo a palmo recorro muchas veces la Isla, pero siempre descubro nuevas maravillas”.

Más información: José Molina Orosa y Gabriel Fernández Martín