En las primeras fases de su investigación para la escritura del libro, a Isabel Lusarreta, autora de ‘Antonio Álvarez. La mano izquierda de Pepín Ramírez’, el nuevo volumen de la colección Islas de Memoria, le perseguía esta frase, que le repetían muchos de los entrevistados: “Antonio Álvarez no ha sido un hombre suficientemente reconocido”.
“Era un estímulo enorme escuchar aquella frase porque significaba que por fin llegaba su momento y además iba a poder contribuir a sacarlo de esa zona de sombra”, señaló la periodista en la presentación del libro en la sala José Saramago, el día 26 de septiembre, junto a los periodistas Soraya Morales y Saúl García. “Pero a la vez era un reto porque significaba que prácticamente no había nada sobre él escrito”.
La autora comenzó narrando la vida “de novela trágica” de Álvarez, que fue vicepresidente del Cabildo durante trece años, pero que llegó por obligación a Lanzarote para poder seguir con su oficio de telegrafista. Lo hizo en 1940, con 30 años, represaliado por el régimen de Franco porque había pertenecido a la CNT y a Izquierda Republicana y después de la Guerra Civil, en la que participó en los dos bandos, y tras una infancia marcada por la pérdida de su padre y varias hermanas por culpa de la tuberculosis.
Lusarreta contó los tres momentos que le marcaron cuando preparaba el libro: la primera entrevista, que fue al hijo mayor de Antonio, quien le transmitió “el entusiasmo y el cariño por el personaje”, la primera visita a la casa familiar con su hija Marisol y “cuando aparecieron los diarios”. Álvarez escribió diarios durante la Guerra, “una línea inagotable para el proceso de documentación”. Eran de pequeño tamaño, pero de gran valor y con apuntes telegráficos sobre cómo se sentía, los cuales la autora ha incorporado al libro. Dos ejemplos: “Granollers. Llueve y tengo tristeza” o “Esto es eterno y creo que será toda mi vida”.
“Lo que justifica este libro es lo que ocurrió en la isla en los años sesenta, cuando Antonio Álvarez fue vicepresidente del Cabildo”, señaló Lusarreta, pero también se narra en esta obra el contexto de la posguerra, en el que se incluyen otras depuraciones y personas que sufrieron los rigores de la dictadura que “ayudan a entender la forma de ser de Antonio Álvarez”. “Eso explica muchos de sus silencios, de sus miedos, de sus recelos, en definitiva, mucho de su personalidad”. “¿Cómo llega un represaliado a convertirse en vicepresidente del Cabildo, a manejar sus presupuestos”?, preguntó Soraya Morales. “Sigo sin explicarme lo que acabas de plantear”, contestó Lusarreta.
Otro contexto, u otro espacio que aparece en el libro es la farmacia Matallana, en la Calle Real, donde Álvarez encuentra varias cosas: un trabajo como contable, que complementa el sueldo de Telégrafos, una tertulia y una esposa, Lila Matallana, hija del farmacéutico. También conoce allí a Pepín Ramírez, que lo reclama como vicepresidente un año después de su llegada a la institución.
Álvarez fue para Ramírez un apoyo fundamental en sus deliberaciones y en sus decisiones y ambos se atrevieron a denunciar la corrupción instalada en el Cabildo, que acabó con condenas de cárcel para el interventor y el depositario. “Los dos forjaron una relación muy fuerte, eran hombres serios, rectos, cultos, formados, con muchas inquietudes en común, muy familiares también y poco dados a los eventos sociales, tímidos los dos, aunque a Antonio se le notara menos, y era el que se encargaba de hablar, de dar los discursos del Cabildo”, explicó la autora.
La denuncia fue sonada. “No es ya sólo que estuvieran denunciando a un conocido, es que era familia, yo creo que eso es ser honesto. En casos de corrupción hay un denominador común y es que nadie ataca a los suyos, y esa fue la gran diferencia que marcaron ellos. Porque al final, era el dinero de todos y Lanzarote lo necesitaba, era indispensable”, dijo Lusarreta.
Álvarez estuvo al frente de áreas como Hacienda o Turismo, que fueron “el motor de todo”, pero también de Educación y en la Comisión de Obras Públicas. “Le da mucha importancia a la educación pública y a mejorar las infraestructuras educativas y hablaba de la necesidad de construir viviendas sociales”. Y además tenía otro papel menos conocido: “Era un fiel guardián de los diseños de César”. Estaba a pie de obra, muy pendiente de cada detalle de las instrucciones para que, cuando César se ausentaba, se respetara cada particularidad. Muchos lo definieron como “la mano que movía todas las cosas, el ejecutor, el hombre de batalla, el que afianzaba las ideas y los proyectos”. El día que murió, César Manrique hizo esta anotación en su diario: “Ha muerto mi gran amigo y colaborador en el nacimiento de Lanzarote”.
Para muchos era o sigue siendo Antonio el telegrafista. También fue responsable de la Radio Costera, que le ayudó a tomar el pulso a la sociedad lanzaroteña, “a esa sociedad pobre y ese mundo de pescadores”. Al final de su vida, con setenta años, participó además en las reuniones de la primera asociación ecologista que hubo en la isla, junto a personas mucho más jóvenes que él.
Lusarreta finalizó explicando que el título “surgió solo”. “Tenía claro que había sido la mano derecha de Pepín Ramírez, pero al ir a escribirlo me salió añadir: o quizá la izquierda”. No solo era un hombre de izquierdas, un demócrata convencido, sino que aglutinaba bastante bien a distintos sectores y cuando había un tema polémico de debate en el pleno, solía mediar. “Vamos, que tenía mano izquierda”.
El final de la intervención se centró en la necesidad de que sea reconocido su papel institucionalmente. “Es un personaje entrañable y ha sido muy injusto este olvido”. Era un gran admirador de Manuel Azaña y Lusarreta quiso terminar con una frase del que fuera presidente de la República, que decía que en España la mejor manera de guardar un secreto es escribir un libro. “Espero que con este libro no pase lo mismo y que sirva para sacar a Antonio Álvarez de esa zona de sombra y ocupe el lugar que le corresponde en la historia de esta isla”.
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